Unas semanas atrás se ha generado una discusión sobre las posiciones políticas de Paz al calor del escenario actual. Los dos polemistas son Enrique Krauze, quien se reclama su heredero (“Octavio Paz y la izquierda” 31/05/2020), y el senador de Morena Martí Batres (“Izquierda y derecha en Octavio Paz” 01/06/2020). El fantasma del controvertido intelectual sigue levantando polvareda; a más de dos décadas de su partida, todavía reinterpretan sus decires para ver a quién queda al mejor abrigo de su sombra.

Más allá de lo sugerente que siempre es acudir a Paz, tengo dudas sobre la manera cómo son evocadas sus reflexiones en la controversia.

Una dimensión del debate, acaso la más superficial, se da en los polos ideológicos bien representados en la dupla Krauze-Batres. Para ellos, el uno es la izquierda no renovada, y el otro es la derecha sometida a intereses económicos privada de ideas. Pero el lópezobradorismo, y en general la composición de MORENA, es más compleja, pragmática, ecléctica y abigarrada; es decir que, en otro nivel, es menos ideologizada: ahí se juegan intereses concretos, operativos, alianzas estratégicas que escapan al corsé de las ideas puras y que son, al final del día, las que hacen la política diaria. ¿Cómo entender el respaldo de un sector empresarial a AMLO, su cercanía con Carlos Slim o Manuel Bartlett, la presencia de cristianos conservadores en el gobierno? ¿cómo explicar las lógicas corporativas en decenas de sectores que se mueven por acuerdos y prebendas siempre funcionales y eficaces? Sobran los ejemplos.

Dicho de otro modo, la matriz analítica izquierda-derecha no es necesariamente la que más aclara y permite explicar el panorama político, o al menos no es la única ni la dominante; en términos del propio Paz, esa “antigua clasificación (…) pierde más y más sentido”. Batres trae una cita que, cambiando las mayúsculas, se aplica a muchos: “El PRI no es un partido que ha conquistado el poder: es el brazo político del poder”. Siguiendo esa pista, el problema no sólo es la posición ideológica sino el control del poder.

Pero si a pesar de lo anterior tomamos en serio el debate, hay cierta sabiduría en el ensayista que vale la pena retomar.

En la crítica de Paz a los horrores del stalinismo, advierte que la izquierda no asume sus propios crímenes: los matiza, los disimula, los oculta, o simplemente miente. Nada más cierto. Por ejemplo, trayendo a colación últimos acontecimientos de octubre -noviembre del 2019 en Bolivia, buena parte de los observadores sólo ven las matanzas cuando son cometidas en gestiones de derecha, y omiten las de los regímenes de izquierda. Así, se denunció las muertes del gobierno de Jeanine Añez, pero no se mencionó los decesos sucedidos en múltiples circunstancias en los 13 años de gobierno de Morales. Es más, se ocultó que al menos tres de los treinta muertos en esos dramáticos días de intensa movilización, fueron opositores a Evo asesinados mientras se manifestaban en su contra. ¿En qué quedamos? ¿hay muertes de primera y de segunda de acuerdo a quién afecta? ¿los responsables de izquierda no son tan responsables como los de derecha? ¿o es una cuestión cuantitativa? Otra vez con Paz, la izquierda debería asumir sus crímenes y castigar a sus culpables en vez de justificarlos con retórica engañosa.

También es fundamental el esfuerzo incesante, difícil y desafiante por mantener una postura crítica, rol que debería ser el corazón de la intelectualidad progresista. Si la crítica no proviene del mundo de las ideas, ¿de dónde vendrá? Si los intelectuales nos sometemos a las exigencias propias del campo político, todos perdemos. Paz vio con claridad el peligro de que ganen la batalla los “teólogos soberbios y fanáticos obtusos”, sepultando la “vocación original” de la izquierda que nació siendo “crítica y antidogmática”. Suscribo el llamado de atención del ensayista: hoy “el obscurantismo progresista” se ha apoderado del pensamiento de cierta izquierda -o de su izquierda- y ha exiliado a toda voz disonante.

Es curioso, nuevamente con Bolivia, el transitorio autoexilio de Evo Morales en México permitió a la izquierda cerrar sus dispersas filas al lado de los ilusionistas bolivianos que vendían el relato del golpe de Estado. Se refugiaron todos en una dogmática y cómoda trinchera que no permitía ver los excesos, los abusos de un presidente que, más allá de su lejano origen indígena, había devenido en una autoridad despótica acusada de cometer un fraude electoral.

En suma, la izquierda mexicana, bien debiera releer a Paz no necesariamente desde el tenor de la discusión Krauze-Batres, sino desde el código crítica, autocrítica, dogmatismo. De lo contrario está condenada a repetir los errores. No olvidemos a Paz: “los dogmas petrifican”.

 Investigador titular del Instituto de
Investigaciones Sociales de la UNAM.

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