El 12 de agosto del 2022, a las 10:45 de la mañana, un joven musulmán que declaró no haber leído nunca a Salman Rushdie apuñaló 15 veces al autor de Los versos satánicos. Debido a las heridas infligidas, el escritor perdió un ojo y parte de la movilidad de sus labios. En aquella ocasión, por la urgencia del momento, escribí “Salman Rushdie 10:45” []. Luego de ver la primera entrevista que dio el autor después del atentado para el programa estadounidense “60 Minutos”, volví a mi texto y, ahora, lo retomo para una revisión de “la seguridad”, que es el tema del momento a nivel global.

De la entrevista de Rushdie rescato un par de declaraciones: “Decidí no nombrar más a mi atacante; le di 27 segundos de mi vida y eso es suficiente” y “cuando sentí el primer golpe, pensé: ¿entonces eres tú al que he esperado tanto tiempo?”. En 1989, el líder de Irán, el Ayatolá Jomeini, emitió un edicto religioso que condenaba a muerte a Rushdie por “Los versos satánicos”, un absurdo entre los absurdos: no existe un solo libro que deba condenar a nadie a la muerte; no obstante, no todas las culturas son aptas para entender y recibir una crítica hacia sus costumbres.

Respecto al islam, hay líderes políticos que argumentan que la existencia de esa religión es un problema grave, por lo que anulan a millones de personas que profesan esa fe. Otros más comentan que el extremismo y el terrorismo no tienen relación estrecha con el islam; sin embargo, lo que es verdad en el sentido más crítico es que, hacia adentro del mundo islámico, existe un debate entre un islam que defiende los derechos de las mujeres, la ilustración, la democracia y los derechos humanos, y otro que desea generar caos, según apunta el filósofo francés Bernard-Henri Levy. Y es esta segunda visión del islam la que debe erradicarse. En todo caso, debe erradicarse todo tipo de extremismo que surge de nacionalismos tribales. Rushdie declara en la entrevista que quizá fue muy inocente al escribir algo que no dimensionó que podría “herir” a los 2 mil millones de musulmanes en el mundo. A mi parecer, ningún escritor escribe sin malicia y quienes lo intentan no logran posicionar su voz en el escenario del pensamiento ilustrado.

Comenta Rushdie que el día de su atentado se relajaron los cercos de seguridad que siempre lo protegían. Ese fue el punto de inflexión en su entrevista, repensar el momento y caer en cuenta de que la seguridad falló. Yo no he dejado de pensar en esta idea: un hombre que, después de casi 35 años en los que contó con la protección de los diversos aparatos de estado a nivel global, en un descuido casi pierde la vida. Así pues, hace poco más de una década, la madre buscadora Marisela Escobedo, sin contar con el aparato de protección de Rushdie, perdió la vida de una forma salvaje a manos del crimen organizado del que formaba parte el asesino de su hija. Un crimen que hasta la fecha me llama la atención, tanto por el salvajismo del acto como por la indolencia de las autoridades regionales para resolver el crimen.

Tan solo el fin de semana pasado, en nuestro país se contabilizaron más de 200 homicidios relacionados con el crimen organizado; en lo que va del mes de abril suman más de 2300 homicidios en total, lo cual no sólo es alarmante, sino que nos confronta con los discursos oficiales en materia de reducción de homicidios. Me apena decirlo, pero atribuyo el enraizamiento del crimen en la cultura mexicana a una serie de factores interrelacionados, desde la glorificación de figuras delictivas hasta la normalización de la violencia en la vida diaria. Esta representación distorsionada del crimen ha permeado la conciencia colectiva, influyendo en las actitudes y comportamientos de la sociedad. A nivel psicológico, el crimen organizado ha contribuido a la desensibilización y la normalización de la violencia en la sociedad, afectando la salud mental y el bienestar emocional de la población.

Salman Rushdie escribió que “Por supuesto, no hay nada intrínseco que vincule a ninguna religión con ningún acto de violencia. Las cruzadas no prueban que el cristianismo fuera violento. La Inquisición no prueba que el cristianismo torturara a la gente. Pero ese cristianismo sí lo hacía”. Extrapolado a la violencia, no quiero poner el énfasis en el gobierno y su responsabilidad, de facto sabemos que existe una responsabilidad. Quiero detenerme en la gente, en nosotros y en nuestra calidad moral, es cierto que un grueso de la población desprecia la presencia de los criminales en la sociedad, pero también existe una parte de esa población que abraza a la delincuencia en determinadas regiones de México.

Una canción o un videojuego no te tornan violento, sin embargo, sí es necesario reforzar los valores en la sociedad. Peco de ingenuo y lo sé, pero no soy un criminal. Durante mi infancia estuve expuesto al crimen y no formo parte de sus filas; cumplo con la parte que me corresponde, pero tampoco soy un político que tenga en sus manos el cambio que requiere el país y, atendiendo a las máximas de Rushdie, son los políticos quienes forman parte de la lógica de que vivamos en un país donde reine el crimen.

Hugo Alfredo Hinojosa

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