Fue un amanecer de miedo en Monterrey, Nuevo León, y su Zona Metropolitana. Durante la madrugada, sicarios del Cártel del Noreste fueron abandonando hieleras y bolsas de plástico negro en calles, parques, avenidas, carreteras, las inmediaciones de una escuela y paradas de autobús.

En todos los casos se trató de sitios con gran movimiento de autos y de peatones. La intención era que aquellos hallazgos tuvieran el mayor impacto, la mayor visibilidad.

Las bolsas y hieleras encontradas ayer contenían cuerpos despedazados y, en algunos casos, mensajes de amenaza a una organización rival.

Según se leía en los narcomensajes dejados por los sicarios, las víctimas habían tratado de infiltrarse en el Cártel del Noreste, para entregar información a los líderes de un grupo conocido como Los Rodos.

Los restos humanos fueron abandonados a lo largo de un radio que abarca seis municipios: Apodaca, García, San Nicolás de los Garza, Monterrey, Santa Catarina y Juárez.

Se calculó que entre las víctimas podrían llegar a 12.

Se había cumplido un mes de que un estallido de violencia dejara 12 ejecuciones en menos de 24 horas en Monterrey, Hidalgo y Salinas Victoria. En este último municipio tres cuerpos con huellas de tortura fueron colgados en la madrugada del 24 agosto en un puente, sobre la carretera.

A pocos kilómetros de ese sitio, sobre la misma carretera, fue dejada una hielera en la que había una cabeza y un torso.

En la capital del estado, en esa jornada de horror, un hombre fue asesinado a las puertas de un súper, frente a sus hijos, mientras subía la despensa a su camioneta. El mismo día una pareja fue ejecutada en el municipio de Hidalgo.

Apenas dos semanas antes Apodaca se había teñido de sangre cuando los cuerpos de seis personas, descalzas, maniatadas con cordones y con huellas de tortura fueron halladas en una calle sin salida de la colonia Residencial Palmas.

Sus verdugos las habían bajado de un auto, las habían alineado contra un muro. Los impactos de bala hallados en la pared hicieron concluir a las autoridades que las seis personas habían sido fusiladas. Todos los cuerpos estaban sobre la banqueta.

“Los tenemos ubicados”, “esto va para todos”, se leía en una cartulina abandonada en julio pasado junto al cadáver de un hombre que apareció con las manos atadas a la espalda y el rostro cubierto con una prenda de vestir.

A principios de año, Nuevo León vivió su trimestre más violento en 11 años: más de 300 homicidios dolosos, una cifra que no se veía desde los años atroces de Los Zetas (356 homicidios en 2012). La mayor parte de esos crímenes tenían el sello del narcotráfico.

A principios de marzo del año pasado el Ejército detuvo en Nuevo Laredo a Juan Gerardo Treviño Chávez, apodado El Huevo y líder máximo del Cártel del Noreste. Treviño Chávez, extraditado poco después, era sobrino de Miguel Ángel Treviño Morales, el sanguinario Z-40 al que se debe una de las eras más violentas y sanguinarias que se han vivido en México.

La detención de Treviño Chávez desató narcobloqueos y balaceras, así como 38 ataques a bases militares. El Huevo había querido apoderarse de Monterrey, una capital que los grupos criminales se disputan por sus conexiones carreteras que facilitan las rutas de tráfico de drogas y migrantes, y por su pujante actividad económica que facilita la extorsión y sobre todo el lavado de dinero.

Desde los tiempos de gloria de Treviño Chávez, células del Cártel del Noreste se desplazaron desde Tamaulipas para arrebatarles territorio al resto de los cárteles que operan en el estado: los Zetas Vieja Escuela, el Cártel Jalisco Nueva Generación: se habla incluso de grupos ligados a los Beltrán Leyva y El Mayo Zambada, para los cuales trabajarían “Los Rodos”.

Poco antes de su captura, Treviño Chávez operaba el CDN desde Salinas Victoria, Nuevo León. Ahí detectó el Ejército uno de sus escondites.

Un indicador de la violencia desatada en la región, según Causa en Común, es el incremento de casi 150% en el asesinato de policías entre 2019 y 2022: hace un año, 6 agentes estatales fueron emboscados en la carretera a Colombia, en el municipio fronterizo de Anáhuac. Los sicarios habían colocado ponchallantas para que las patrullas se detuvieran: acribillaron a tres policías en la carretera y se llevaron a otros tres, cuyos cadáveres aparecieron horas más tarde.

Los reportes coinciden en que la caída de El Huevo provocó que la cohesión del CDN se rompiera. Tras los hallazgos de ayer, el secretario de Seguridad estatal, Gerardo Palacios Pámanes, achacó los descuartizamientos que acompañaron la más reciente mañana de horror en Monterrey a una purga del cártel dominante, al cobro de cuentas provocado por una serie de “deslealtades”.

Mañanas de horror también en la Sultana del Norte. Señales de alarma semejantes a las que se registran en la frontera sur, al otro lado del país donde “todo va muy bien”.

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