Desde que el titular de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, Alfonso Durazo Montaño , manifestó su interés de contender por la gubernatura de Sonora en las elecciones de 2021, el panal comenzó a zumbar, y la grilla estalló a todo.
Durazo admitió que estaba interesado “en replicar” en Sonora “el modelo que ha impulsado el actual gobierno”. El presidente López Obrador puso como plazo para los funcionarios que quisieran renunciar el próximo 31 de octubre.
Durazo quedó a cargo de la seguridad del país sin conocer la materia de la que se iba a encargar. Había sido secretario de Luis Donaldo Colosio en Sedesol y luego fue secretario particular de Vicente Fox. Acompañó a López Obrador desde 2006, como operador en Sonora , y más tarde fungió como diputado y senador: antes de tomar posesión como secretario de Seguridad del gobierno de AMLO, consultó con expertos en seguridad, que lo vieron tomar notas, en una libreta, de los temas y las necesidades más urgentes.
Con ese bagaje se hizo cargo de la seguridad de un país que estaba hundido en niveles históricos de inseguridad y violencia.
El presidente lo ha calificado como un secretario “ejemplar, eficaz y de primer orden”. Durazo no tuvo, sin embargo, logros importantes. Se vio involucrado, en cambio, en uno de los mayores escándalos en lo que va del sexenio: la bochornosa liberación de Ovidio Guzmán , el hijo de El Chapo, el 17 de octubre de 2019.
En esa jornada en la que el Estado mexicano fue humillado y el Ejército arrodillado por un cártel, Durazo mintió en la televisión nacional. Tropezó, titubeó, se vio totalmente rebasado, y al cabo tuvo que reconocer que el secretario de Seguridad no estaba informado de un tema candente para la seguridad.
De algún modo se convirtió desde entonces en uno de los lastres políticos de la 4T, a los que el presidente de México sostiene, usa, tolera, a cambio de su “obediencia ciega”.
Durazo deja el primer año de su gestión, 2019, convertido en el año más violento en la historia reciente del país. Y probablemente deje también 2020 –a pesar de la ayuda que le brindó la pandemia, durante la que varios delitos bajaron de manera ostensible–, como un nuevo año más violento en la historia de México.
El secretario prometió bajar el nivel de los homicidios en seis meses y no lo consiguió. Pidió un plazo más largo para hacerlo y fracasó de nuevo (se proyecta que se estabilicen, pero a niveles de escándalo). Con él hemos tenido el año más violento, el mes más violento, la semana más violenta, el fin de semana más violento, e incluso el día más violento desde que en México se mide la violencia.
Las masacres cunden como nunca antes. Las víctimas de los multihomicidios ahora se cuentan por diez, por quince, por veinte, hasta por treinta en un solo ataque.
Es probable que haya menos carpetas. Tenemos, sin embargo, más víctimas.
Durante la gestión de Durazo, la Guardia Nacional solo ha sido una entelequia puesta a capricho del presidente. La seguridad ha quedado a cargo de militares: tal vez sea esta la mayor claudicación del secretario.
Los cárteles, mientras tanto, mantienen estados enteros sumergidos en la sangre y la zozobra. La violencia asociada a la delincuencia organizada se ha disparado en Guanajuato, Jalisco, Chihuahua, Michoacán, Colima, Sinaloa, el Estado de México y Baja California.
La limpia prometida tampoco ocurrió: los casos de corrupción policiaca forman parte de nuestro día a día.
En Sonora ven con buenos ojos la llegada del todavía secretario: Morena lo considera, a partir de las encuestas, el mejor candidato a la gubernatura. El secretario siempre tuvo como prioridad no poner en riesgo esa candidatura.
Por último, no escuchó a las víctimas ni a los expertos. Oyó solo una voz: la voz del presidente.
En los últimos días, los ámbitos de la seguridad se han llenado de rumores. Ruedan nombres de posibles sucesores con capacidades forjadas en la milicia o la política. Rondan nombres y nombres. Nombres supuestamente sancionados por generales, almirantes, secretarios, políticos.
Quedará el que oiga mejor la voz del presidente. Porque en México las ideas, las ocurrencias, las obsesiones, los caprichos de esa voz son la única estrategia.