El extraordinario periodista Filomeno Mata definió como un tirano a todo aquel que, apoyado en “el látigo de los soldados”, creyera hallarse “sobre las leyes, sobre el derecho”.

Director de un periódico que había comenzado publicando versos y recetas de cocina, El Diario del Hogar, Mata se había convertido al paso de los años en uno de los críticos más despiadados del gobierno de Porfirio Díaz.

De acuerdo con Juan Sánchez Azcona, el régimen porfirista lo envió a las infectas bartolinas de la cárcel de Belén más de 60 veces. En alguna ocasión, Mata pasó siete meses en las mazmorras.

Un dicho popular señalaba que ya no se sabía dónde localizarlo: si en la calle o en la cárcel.

De ese modo vivió Mata el porfirismo: con un pie en la calle y otro en la cárcel.

Seguidor entusiasta de Porfirio Díaz en los años de la rebelión de Tuxtepec, que había estallado en contra de los planes de reelección de Sebastián Lerdo de Tejada, Filomeno Mata se desencantó en cuanto el caudillo comenzó a operar por debajo del agua su primera reelección.

Díaz acababa de afirmar que “numerosos amigos suyos, que habían sondeado a la opinión pública, lo habían convencido de que era absolutamente necesaria su presencia en el gobierno durante otros cuatro años, pues de lo contrario el país se vería envuelto en una guerra fratricida”.

Mata escribió que aquellos amigos eran realidad enemigos de don Porfirio y que este debía rechazar “el plato de lentejas” que a trueque de su reputación le estaban ofreciendo.

Hace unos días, luego de que el presidente López Obrador iniciara desde la “mañanera” una campaña de linchamiento —cargada de burla e ilegalidad, de misoginia y violencia política de género— encaminada a destruir la reputación de una opositora, la senadora Xóchitl Gálvez, alguien rescató en redes sociales una declaración que el propio López Obrador había emitido en 2006, al denunciar la intromisión del mandatario panista Vicente Fox en las elecciones de ese año:

“Imagínate un presidente que llega al poder a partir de un cambio, enarbolando la bandera de la democracia, y que lo primero que hace, o de las cosas más significativas que hace, es descalificar a la mala a uno de sus adversarios”.

Filomeno Mata fue el primer periodista que le recordó a un presidente una antigua declaración, una promesa que de manera impúdica se empeñaba en pisotear. El 16 de septiembre de 1879, Mata publicó en El Diario del Hogar el fragmento de un discurso que Porfirio Díaz había pronunciado nueve años antes:

“Debo hacer ante el Congreso la solemne protesta de que jamás admitiré una candidatura de reelección, aun cuando esta no fuese prohibida por nuestro Código, pues que siempre acataré el principio de donde emanó la revolución iniciada en Tuxtepec”.

Todos los autoritarios se parecen. La persecución no tardó en desatarse. Mata fue señalado como “el entorpecedor” de la obra que emprendía un gran hombre. Uno de los pocos diarios que a pesar del acoso gubernamental mantuvo su postura en defensa de las instituciones, El Monitor Republicano, señaló que lo que antes era visto como un mal ahora se juzgaba como un bien, y que “para hacer lo contrario de lo que tanto costó alcanzar” había sido necesario un pequeño periodo, “no de guerras, pero sí de algo peor: una sumisión completa a la voluntad del que manda”.

La Constitución fue transformada para que Díaz cumpliera su capricho. El semanario La Política denunció que las luchas de una generación habían quedado sepultadas en el olvido, “a consecuencia del uso continuado de la bajeza, la adulación y el servilismo”.

En un libro de inquietante actualidad, publicado en 1966 por el INEHRM, y destinado a revisar la actuación de los diarios durante la dictadura de Díaz, el viejo historiador maderista Diego Arenas Guzmán rescató un editorial de un periódico de la época, el cual denunció que en el porfiriato los cargos ya no eran otorgados a los hombres “por sus méritos, su prestigio, su talento, o su instrucción”, sino por la obediencia, la sumisión, la amistad profesadas al caudillo.

De acuerdo con las notas recogidas por el historiador, la estrategia de Díaz para convertirse en “el hombre necesario” y concentrar en sí mismo el poder, había consistido en difundir la certeza de que los partidos eran inútiles, en declarar sospechosos y perseguir continuamente a quienes no estaban a su lado, y en poner a que “se hicieran cruda guerra” a quienes sí lo estaban, pero mantenían algunas aspiraciones.

De esa forma se crearía la sensación que Díaz era la única salvación “ante la perspectiva de triunfo del enemigo”.

“¡Qué cruel decepción, que desilusión tremenda!”, escribió Filomeno Mata.

A fines de mayo de 1911, luego de una estancia de medio año en infectas mazmorras, el periodista salió por última vez de la cárcel de Belén, con la salud totalmente quebrantada. Díaz acababa de renunciar a la presidencia.

Mata sobrevivió al porfirismo durante poco más de un mes. Murió en julio de ese año. Francisco I. Madero apuntó que, luego de tantas persecuciones, Filomeno Mata había tenido la dicha final “de ver a su patria libre”.

Aldous Huxley decía que la más grande lección de la Historia es que nadie aprende nunca las lecciones de la Historia. Por algo será.

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