El Centro de Derechos de las Víctimas de Violencia “Minerva Bello” denunció que este fin de semana, el poblado Nuevo Caracol, del municipio de Heliodoro Castillo, Guerrero, sufrió un ataque con drones artillados. Según los pobladores, la Familia Michoacana hizo estallar más de 20 drones entre el sábado y el domingo.

En mayo pasado, 600 personas tuvieron que dejar este poblado y se refugiaron en Tlacotepec. La razón fue la misma: ataques con artefactos explosivos que están llevando a la ribera del Balsas a una forma nueva de vivir en el miedo, el olvido y la desesperación.

El 13 de agosto, habitantes de El Caracol habían subido los primeros videos para informar en redes sociales que un grupo criminal estaba atacando con drones “para apoderarse del pueblo”.

Ayer, el poblado de Chichihualco, en el municipio de Leonardo Bravo, fue sacudido por segunda vez en dos meses por persecuciones y balaceras. Semanas atrás, la gobernadora Evelyn Salgado –acompañada de su padre, Félix Salgado Macedonio– acababa de visitar Chichihualco para inaugurar un camino asfaltado.

Por ese camino rugieron las camionetas que desde la una de la mañana del lunes escupieron fuego contra vehículos y domicilios.

Los enfrentamientos duraron varias horas. Las autoridades no arribaron al lugar sino hasta el mediodía, alegando que los criminales habían bloqueado con troncos de árbol el camino que lleva hasta la cabecera municipal. Mientras tanto el regreso a clases se había suspendido y el transporte estaba por completo paralizado.

A la entrada de la población había un Torton medio quemado y más allá dos vehículos completamente incinerados. Había también dos muertos frente a la puerta de entrada de un bar.

Policía Estatal, Sedena y Guardia Nacional aseguraron cinco vehículos blindados, casi 1,500 cartuchos y seis cartucheras con 487 proyectiles… La misma historia del 26 de junio pasado, cuando el tableteo de fusiles de asalto arrancó a las tres de la mañana y continuó a lo largo de dos horas por las calles del poblado. Aquella vez, las autoridades hallaron cuatro muertos frente a la primaria Leonardo Bravo. Pobladores denunciaron que los caídos habían sido más de diez, pero que civiles armados levantaron y se llevaron los cuerpos de al menos cinco personas.

En 2015 apareció la llamada “fosa de Chichihualco”, formada por 19 cadáveres, algunos “completos” y otros “parcialmente calcinados”. Aquel horror fue atribuido a Isaac Navarrete Celis, jefe del Cártel de la Sierra, conocido como don Isaac o El Señor de la I.

Don Isaac había sido líder de un movimiento de autodefensas que pretendía detener los excesos de Los Rojos. Se alió con Los Ardillos y terminó apoderándose de la puerta de entrada y de los negocios de la sierra (goma de opio y venta de protección a las compañías mineras), al frente de un despiadado grupo que avasalló Leonardo Bravo, Eduardo Neri y Heliodoro Castillo.

Venía para Chichihualco, donde Navarrete Celis fincó su bastión, la década de muerte que aniquiló la tranquilidad de sus habitantes.

A principios de 2020, un grupo criminal asentado en Tlacotepec bajo el disfraz de policía comunitaria, Los Tlacos —que comandan Onésimo Marquina, El Necho, y el líder de las policías comunitarias del Balsas y la Sierra, Salvador Alanís Trujillo—, le dio al gobierno del priista Héctor Astudillo 30 días para detener a Navarrete Celis. De lo contrario, amenazaron, sus propios hombres entrarían a Chichihualco a darle caza.

Alanís y Marquina cumplieron la amenaza en mayo de ese año. Los Tlacos avanzaron hacia Iyotla y Tepozonalco. Se dio un enfrentamiento que duró cuatro días. La Sedena halló más tarde 24 casas y varios vehículos calcinados en la zona. Entre esas casas arrasadas estaba la de El Señor de la I. Fuentes federales informaron que el jefe criminal había huido por las brechas de la sierra y logrado salir del estado. Lleva ya tres años prófugo.

En Chichihualco, sin embargo, el horror no terminó. Solo cambió de dueño. Los Tlacos tomaron el control casi absoluto de la sierra.

La manera en que este grupo ha extendido su poder y su dominio territorial —el obispo Salvador Rangel ha declarado que este avance obedece a la protección que le brinda el gobierno de Evelyn Salgado— ha llevado a que se intensifiquen las guerras que Los Tlacos sostienen con Los Ardillos en las proximidades de la capital del estado, y con La Familia Michoacana en la zona de Heliodoro Castillo.

Los jefes criminales desfilan por Guerrero. A unos los matan, a otros los aprehenden, unos cuantos huyen. Pero las noches y los amaneceres bajo el ruido de la metralla, las madrugadas de fosas y cuerpos tendidos, no han cambiado, siguen siendo los mismos.

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