A las 19:57 del domingo, alguien me envió un tuit cargado de desesperación que dos días después llegó a la pantalla del Salón de la Tesorería , donde se lleva a cabo la “mañanera”, no para ser atendido por el Presidente de la República, sino por el contrario, para ser completamente ignorado.

Decía el tuit: “Por favor le suplico su ayuda ya que mi hermana está en el INER (Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias), están saturados, quieren sacarla sin un destino, tiene el 20% de oxigenación, no hay ningún hospital que la pueda recibir y nos están presionando para sacarla, por favor ayúdenos a encontrar un respirador”.

Pedí un RT con la esperanza de que alguien pudiera hacer algo. La misma persona me informó minutos después que, luego de hacer esperar a la enferma durante varias horas, el personal del INER la estaba mandando al hospital instalado en el Autódromo Hermanos Rodríguez.

Envié otro tuit: “Ahora piden que lleven a la paciente al Autódromo Hermanos Rodríguez y le dicen a la familia que si no acepta, es su responsabilidad lo que pase.

Oxigenación: 20 por ciento.

Qué rabia, qué dolor, qué impotencia”.

El tuit acumuló más de tres mil likes. El INER respondió a las 21:28: “Lamentablemente el Instituto no tiene disponibilidad en este momento, sin embargo nuestros especialistas se hicieron cargo de atender a la paciente, realizar el proceso de referencia y traslado vía CRUM federal, ya va en camino a su hospital receptor”.

Más tarde sabría que en esas horas de angustia la familia había llamado buscando camas en Tláhuac, el Ajusco, Nutrición, el Hospital Gea González. En ninguno hubo disponibilidad. Después de tres horas le dieron a los familiares la opción del Autódromo. Tuvieron miedo porque alguien dijo que era un hospital “improvisado”. No era correcto el tuit del INER: fue necesario buscar una ambulancia. Hallaron una que cobraba seis mil pesos y no entregaba factura. Encontraron, finalmente, una que les cobró 12 mil.

Mi tuit llamó poderosamente la atención de un periodista de La Jornada que va a Palacio Nacional a comer paella con el Presidente y confiesa que le ha ayudado algunas veces con sus escritos (a saber qué sea eso). Ustedes saben quién es: se llama Pedro Miguel y recientemente, en compañía de algunos caricaturistas, le concedió a El País una curiosa entrevista llena de fanatismo desternillante.

Pedro Miguel no sintió ninguna empatía con las víctimas de la tragedia de aquel día. Le llamó a tres médicos, según dice, pero no para pedirles ayuda o consejos para la enferma, sino para preguntarles si era posible estar vivo con la saturación de oxígeno de 20%.

“Dos respondieron ‘no’ y el tercero me preguntó si era para un trabajo sobre organismos extraterrestres. Pero tres mil personas creyeron esta historia”, tuiteó Pedro Miguel. “Así arman las #FakeNews”, concluyó.

Nada del otro mundo, en realidad. Solo una muestra más de mezquindad, de insensibilidad en un personaje que solo parece ser sensible a su ideología.

Lo verdaderamente extraño ocurrió ayer por la mañana. Los tuits llegaron al Palacio Nacional, al salón donde se discuten los grandes temas de la Patria. Los proyectaron en una pantalla por órdenes del Presidente y fueron leídos ante la Nación por el vocero presidencial, Jesús Ramírez Cuevas, y el encargado del combate a la pandemia, Hugo López-Gatell.

El Presidente preguntó si era posible que alguien viviera con esos niveles de oxígeno y el señor López-Gatell respondió que coincidía con la opinión de los médicos en que una persona con esos niveles ya estaría muerta. Dijo el Presidente que lo que había hecho Pedro Miguel “ayuda”: “por eso digo, las benditas redes sociales”.

En medio de lo desconcertante de la escena, llama la atención que importó más al Presidente averiguar si el dato sobre la saturación era correcto, que tratar de conseguirle a la enferma una cama o inquirir siquiera si había encontrado un sitio dónde atenderse.

Pero como el dato no era correcto (en la desesperación de ver moribunda a su hermana, la persona que me escribió quiso referirse a la capacidad pulmonar con la que ésta llegó al hospital: 20%, número que yo repetí), se dio por hecho que TODO era falso, una mentira amplificada por un periodista que constantemente “nos ataca” y, como otros, “llega a extremos”.

Ocurrió lo previsible. Lo que ya me había sucedido otra vez, cuando el Presidente tachó de “fake news” una columna en la que conté la historia de una niña enferma de cáncer para la que no hubo medicamento (lamentablemente, esa niña murió más tarde): en las horas que siguieron, cascadas de tuits procedentes de las granjas de bots al servicio del gobierno; tuits en cascada de la red AMLO y fanáticos que la acompañan: “challotero” (sic), “te callaron el hocico”, etcétera.

Las cámaras del noticiero de Azucena Uresti habían probado, sin embargo, que el caso era real. Que la enferma existía. Que después de ser rechazada en el INER había llegado al Autódromo en espera de ser intubada (https://bit.ly/3pYuMdU).

La familia denunció, en el reportaje de César García transmitido el lunes pasado, que la salud de la paciente empeoró en las últimas horas “por la demora en ser atendida”. Que la llevaron al INER y ante la desesperación de que no la ingresaban (casi no podía respirar) su hermana pidió ayuda en redes sociales. Que después de esperar tres horas les dijeron por fin que no había disponibilidad: “Está en malas condiciones, está grave, pero se la tienen que llevar de aquí porque no tenemos cama”.

La hija de la paciente relató: “Empezaron a ejercer presión sobre mi persona, sobre todo emocional, de que si se moría iba a ser por mi culpa”. La paciente ingresó al hospital del Autódromo, reportada como muy grave. La familia pedía humanidad, sensibilidad.

Algo que de nueva cuenta hizo falta en el gran salón donde se expiden diariamente los certificados a los grandes enemigos de la Patria.

Si el Presidente dejara de revisar los tuits para ver qué tal lo tratan, y se ocupara de revisar casos como el que ignoró ayer, muy probablemente no estaríamos habitando un país azotado por muchas de las peores cifras a nivel mundial en lo relativo al manejo de la pandemia.

Menos “feis” y más gobierno.

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