Hay tantas razones para morir que podría colmar varios tomos enumerándolas. En cambio, existe una sola razón para hacer lo contrario: vivir con la mayor libertad posible. ¿Pero que sucede si uno está rodeado de abusivos? Se verá empujado a construirse a sí mismo desde el interior y aprenderá a no confiar demasiado en las personas. Pico de la Mirandola vivió sólo 32 años, pero sus escritos del siglo XV dan perfecta cuenta de lo que ahora intento decir: el hombre se hace a sí mismo, contra todo y sólo auxiliado por su conciencia y su capacidad de sobrevivir a la tragedia humana. Pico se refería a la dignidad, a la filosofía y a la inteligencia como medios para hacer menos penosa la vida en la tierra. Sus escritos podrían leerse en la actualidad sin sentirse anacrónicos. Y es que los acontecimientos actuales muestran que la marcha del progreso humano ha sido hacia atrás. Henry David Thoreau, que sólo vivió 45 años en el siglo XIX, llevó las conclusiones de Pico a un punto extremo, no sólo hay que forjarse uno mismo desde la individualidad, sino que además se debe practicar la desobediencia civil. Por ello escribió que el mejor gobierno es el que menos gobierna y que la desobediencia civil es un medio adecuado y necesario para oponerse a las medidas autoritarias. “Ningún Estado podrá ser realmente libre e ilustrado, sino hasta que reconozca al individuo como un poder superior e independiente del que se deriva su propio poder y autoridad”. Resulta difícil no recordar a Nietzsche quien, seguramente, habría encontrado en nuestra época el mayor número de pruebas para fortalecer sus ideas. Sólo vivió 57 años en el siglo XIX, pero tal cantidad de vida le bastó para poner el mundo a girar en sentido contrario. Sólo me detendré en una de sus obsesiones que más viene hoy al caso. Creía que el hombre tenía que permitirse ser libre y darle la espalda a cualquier rebaño que, aterrado por sus propios miedos e invenciones míticas, sepultara a los individuos avocados a hacer de su vida una realidad estética, un páramo de libertad e impulso vital, una revolución contra las normas que hacen de las personas una masa amorfa y enferma. Fue un provocador, sí, pero su influencia todavía no termina. Nietzsche deseaba que los humanos pensáramos más profundamente, que dejáramos de ser animales domados por la religión, la ciencia lógica y en general la moral del rebaño, para así transformar nuestras vidas en un suceso singular, estético e incapaz de ser engañado por ninguna filosofía ortodoxa. La ausencia de seres humanos de esta envergadura, como sabemos, culminó en el existencialismo del siglo XX y también en la desconfianza ante los dogmas abusivos de la filosofía y de la ciencia (Desde Schopenhauer hasta Octavio Paz plasmaron esta rebelión en sus libros). Yo me avergüenzo de ver la homogeneidad de opiniones que vierten a diario los “pensadores” acerca de la realidad cotidiana. Ya el mismo hecho de argumentar en vez de ser y expresar lo que son y sienten es desolador. Sirvientes de la noticia insustancial, amantes del chisme de palacio, esclavos del argumento que intentan probar desde una subjetividad inconsistente. ¿No despiertan una desconfianza atroz? Yo quisiera pedir perdón a quienes les ha sido robado un año de vida y se les ha concentrado en jaulas telemáticas, por lo demás a la medida de su debilidad libertaria. Pero yo no soy cristo, ni un místico abusivo que pregona en el desierto lo imposible. El uno más uno va transformándose con el tiempo en sólo uno más. El mito del desastre ha permeado casi todos los espacios comunes de manera que a uno sólo le queda observar. La desobediencia civil puede ser un instrumento ahora que se ha llegado en tantos países a la abolición de la decisión individual y se cierran comercios, plazas, actividades económicas y se clausuran vidas. Abran sus comercios, se trata de su vida, sus decisiones, y nadie tiene derecho a guiarlos a nombre de la salud universal. ¿Qué es eso?

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