Si me quieres hacer el bien, desaparece. No es sencillo cargar con el peso de quienes nos importan. Si alguien me llamara, por ejemplo, “traidor a la patria”, además de reírme, le diría que mi patria es mi biblioteca. Y que la puedo quemar el día que yo quiera. Me va a pesar, sí, pero cada libro que poseo es como un municipio o una casa. No se puede acusar en el año 2022 a nadie de “traidor a la patria”. No sé donde leí algo parecido, pero estoy seguro de que es alguna clase de obscenidad emergida de mi imaginación. Mi patria está representada, también, por las mujeres que me han querido; y no he sido traidor tampoco a esa patria, pues me sería imposible. Ellas no son conceptos o ideas nacionales, son seres humanos que han marcado mi vida y que me han formado. Los delincuentes que se vuelven gobernadores, diputados, empresarios y que lucran con la ignorancia y la pobreza de la población y después se presentan como adalides del progreso, son más bien un virus que ha degradado el entorno. Yo no les diría “traidores a la patria”, sólo los mantendría lejos, en la cárcel o los desterraría y sometería al escarnio como en la Edad Media. Mi patria es también el conjunto de mis enfermedades, de mis debilidades y de mis vicios; no puedo traicionarlos porque me constituyen, encarnan en mi persona y me dotan de realidad. Las enfermedades bien llevadas son verdaderas cómplices del devenir humano. Y cuando se marchan, si es que lo hacen, espero dejen huella en mí, de modo que pueda recordarlas. Quien corre a curarse apenas experimenta un poco de dolor o malestar podría ser llamado traidor a su cuerpo o a sí mismo, pero yo evitaría ser tan tajante e intentaría comprender su hipocondría o su idea de la prevención. O más aún; su relación con la muerte expone sus miedos, prejuicios y catadura: su moral, en pocas palabras. Un virus no puede afectar a todos los cuerpos de la misma manera. ¿Sería un traidor a la patria, el señor virus? No lo sé, pero yo lo trataría según vaya mostrando sus cartas. Y más si el mal es desconocido y se vuelve famoso de la noche a la mañana. ¿Soy traidor al virus que se impone como una especie de patria moral? Es probable que alguien intente acusarme de ello, pero no podría sostener su acusación. En realidad, casi nadie puede sostener lo que dice; sí lo hace despertaría mi admiración. Sí señor.

Me parece indispensable, con tal de llevar una vida buena, ser una persona leal a ciertos ideales hasta que una crítica profunda a estos o un accidente lo impida. Las amistades merecen un respeto mayor al que es debido puesto que son necesarias para atenuar la soledad. Creo que es loable llevar a cabo acciones honestas y mantenerse fiel a las instituciones que intentan construir una casa, un país, o un lugar para que lo habiten los vecinos o extraños entre sí, y cuya finalidad sea el progreso de todos; siempre y cuando se tenga presente que estas casas o instituciones son construcciones conceptuales que pueden ser modificadas con el tiempo o la reflexión, no iglesias irremplazables sostenidas en principios divinos. Yo no soy un hombre religioso, pero si lo fuera no me importaría cambiar de religión cada determinado tiempo y transformarme así en un creyente cosmopolita. Realizar pactos bien reflexionados y no darles la espalda es un acto de ética firme. Después de leer a Julien Benda, Antonio Gramsci o a Edward W. Said, no creo que el intelectual “traicione” a su sociedad si se exilia del compromiso social. Su responsabilidad es pensar, ser fiel a su mecanismo especulativo y mantenerse atento a su propio quehacer. No obstante, yo creo que es bueno mantenerse atentos a los vaivenes de la sociedad que nos contiene, pero no llamaría “traidor” a un intelectual solitario o a un artista eremita. Ya la misma acción de pensar es un bien cuando sus creaciones son difundidas o discutidas. “Los héroes que nos dieron patria” es una frase retórica, y explotada hasta el cansancio por los oportunistas. La tradición histórica propone fundamentos, memoria y conocimiento, pero de allí a convertir en santos a unos muertos responde más a nuestra necesidad de crear mitos que a un relato proclive a ser puesto en duda. Carajo, soy un maldito traidor.

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