Empujo mis sueños hacia las palabras y me enfrento a un muro. E insisto. Me trituro la frente y de la terquedad nace un fruto. Un feto fruto. Gotean mis sueños que balbuceo con tal de que los escuchen, no a mí, a ellos; sueños que se hincan en voces. Va; miedo no tengo: “Ray Charles es mi amigo, allí está, inclinado en el urinario”. “No hay camas en el hospital de la zona, no me entiendes, perro; tampoco hay enfermeras, ni doctores, sólo cuartos ocupados, gente que te mira azorada; quieres responderles, pero no tienen preguntas; sólo temor. Suplican alguna cosita en silencio y sus pupilas ya no arden. Presienten que, por primera vez, lo malo viene, se acerca y mientras tanto no pasa nada que no pase que no haya pasado que no pasará”. “Ya entendí, Ray, esa gente, ellos no están en el hospital, es su casa la que ven, los muros, las ramas que les nacieron del cuerpo”. “No soy Ray, ahora soy Louis Armstrong”. “Tú no eres Armstrong, eres el obeso; ¿te confinaron en la cocina, cabrón? ¿Dónde estaban tus padres para procurarte cuidado, darte cura?, pues allí nada más, a ojo de escopetero, te quitaron unos lustros de vida dejándote en la boca refresco”. “Ya viene, es el mano de parranda; así le dicen; como la mano que mira, o escupe”. “Es el mero, ni lo veas”. “Soy la mano que mana”. “Carguen sus muertos, buchonas, cuatreros, y pónganse a trabajar; son pobres; y si no los dejan currar denles con el técpatl, o de tiros”. “Ya nos la hicieron, nos chingaron, somos sus calaveritas en fila, su tzompantli”. “Cuando agradezcas no mires arriba ni abajo, cierra los ojos: no le deberás a nadie”. “Sí, somos pobres; el pobre que ahorró ahora es rico; ¿qué creías? Por eso andan allí tantas ramitas de mi cuerpo, para cooperar y caerle con su lana”. “Pura rama de pirul, que no sirve ni p’arder, nomás pa’mariposear”. “¿Cómo va la curva; la peraltada?” “No se mueve. Y así ha estado desde, ufff, mucho antes de que tú nacieras, cuando Mictlantecuhtli sacó tu cabecita de mero aquí”. “Las Cifras, son mi grupo favorito, tú no las escuchas bien, tienes los oídos llenos de huitlacoche, son mucho mejores que tus Ronettes, bailas a su ritmo, y no paras, son adicción chida”. “Fui amiga, de Ronnie Spector, nos peleamos, me decepcionó, o algo así. Ella es pura vanidad, como canta la Santanera”. “No ames a los pobres, pinche cursi, mejor respétalos; no los tengas en ascuas, como pedazos amenazados por la lumbre, o ellos sí que te van a dar su tletl”. “Fui amigo de Mile Davis, antes de que muriera de neumonía, a los 65 años”. “Miles de a Devis, quiero ver y sentir, no jodederas, millones de a Devis, quiero decir de Davis”. “¿Y luego? Más pobreza; deudas; rencores... y Visión de Anáhuac, de don Alfonso Reyes”. “¿Yo? Secreciones, excreciones y desatinos, escupidos por la prisa magistral de Rubem Fonseca, que la felpó por andar de viejo; ¿ya qué?” “Qué dócil está esa gente, la de allí, como muerta porque no quiere morir”. “Cada quien, cada cual, las calles rutilantes de vacío, pero ya no puedes andar, algo sale de las ventanas: mucosa sobre excitada; neuronas que ya no flipan”. “En Vietnam no ha habido muertos, me dijo, después de aquellos veinte años de guerra, sólo los de siempre, yo le dije que no quería decirle, que se fuera, que allá él y sus pensamientos”. “Ya comenzaron a pedirme prestado”. “Préstales el baño, por lo menos, tacaño, zorro”. “Los aztecas sacrificaban águilas también, y les sacaban el corazón, y yo pensaba que las águilas eran puro pico y soplido”. “Se besan con tapabocas, a ver quien rompe la tela con la lengua”. “Cerdo”. “No hay risas, ya ni eso”. “Papá, ¿en tu trabajo vas tantas veces al baño?” “Antes ni le hablabas, ¿y ahora?; lo que hay qué ver”. “El culpable de tu lodazal duerme a tu lado; y así será; por los sueños de los sueños”. “Oye, fui a comprar cerveza y dizque no había, que escasea; si no bebo unas chelas mejor te mato. Le voy a comprar al vecino, ¿oíste? Ése si que se preparó. Y cuida a los niños, ya estoy harta, veo cucarachas hambrientas roerme la garganta mientras duermo. Y luego te veo a ti, güey, y me siento una llanta ponchada”. “Soy amigo de...” “No eres amigo de ni madres, ¿qué no ves? Pedí otro vestido en Amazon. Espero que no te guste”. “No andes en pijama con la cuarentona”. “No sabes mirar la locura, Ray, no porque seas ciego, sino, ¿cómo te lo diría?, has dejado de presentirla; y eso es malo, muy malo. Todos vamos a pagar; y yo no tengo papá, ni árbol”.

Hasta aquí el allí. No había narrado antes un sueño así, de sensaciones y sospechas, pero tenía que agregarle palabras, incluso elegidas minuciosamente, y no como si fuera un médium. Esperaré unos días más antes de leer qué dije. Tal vez alguien comprenda.

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