Ser autodidacta tiene su provecho y su desdicha. Provecho porque se evita uno la monserga de las academias, sus jerarquías y su disciplina muchas veces burocrática e inútil. Desdicha porque se esfuerza uno de más leyendo obras menores y debe enfrentar con sus propios medios la dificultad que supone no poseer las herramientas ni el auxilio suficiente para comprender obras de mayor profundidad o complejidad. El autodidacta descubre el hilo negro infinidad de veces, pero su curiosidad se mantiene viva y la posibilidad de ser un poco más libre también aumenta.

Lo que suceda este año respecto a los acontecimientos de hace cinco y siete siglos en México no modificará lo ya escrito y pensado, ni tampoco dotará de identidad a nadie, sin embargo, es una buena ocasión para sugerir, desde mi experiencia y personal punto de vista, algunas obras que me parecen convenientes a la hora de sopesar la historia y los mitos del pasado. Varias de ellas requirieron largo tiempo de lectura, otras fueron placenteras y las más me ayudaron a hacerme una visión individual de lo que significa la idea de sociedad o comunidad a lo largo de la historia o del conjunto heterogéneo de episodios que le dan vida.

Se trata de libros, los que sugiero, acerca de la Colonia y del México prehispánico, y varios otros son literatura que probablemente conocen —el hilo negro—, pero que son tan importantes como las celebraciones o duelos populares propios de cualquier época o gobierno. “Historia de las indias de Nueva España e islas de tierra firme”, del fraile dominico fray Diego Durán y de cuyo relato abreva el magnífico libro de Eduardo Matos Moctezuma, “Tenochtitlan”, que da cuenta de la llegada de los viajeros provenientes de Aztlán (lugar de las garzas blancas) hasta la conclusión de su supuesto peregrinaje hacia el lago de Texcoco. En ambos libros encontrarán imágenes de la fundación y de los edificios del Templo Mayor. Un tercer libro que, en mi caso, fue revelador es el que escribió Edmundo O’Gorman, “Cuatro historiadores de Indias”, y que contiene semblanzas sobre Mártir de Anglería; José de Acosta; Fernández de Oviedo y Bartolomé de las Casas. Nombrar a este último predicador me da pie para sugerir la lectura de su “Brevísima historia de la destrucción de las Indias”, que habrá de sembrar el terror en el lector más ecuánime inclusive. El quinto libro que les recomiendo fue escrito por el historiador y capellán de Hernán Cortés, Francisco López de Gómara, “La conquista de México” se llama y es un libro legible, ameno y enterado pese a quien lo acusa de no haber vivido los hechos que relata. Los libros siguientes y más allá de mis comentarios son: “Crónica Mexicáyotl”, de Fernando Alvarado Tezozomoc; e “Historia chichimeca” de un miembro de la dinastía texcocana, Fernando de Alva Ixtlixóchitl. A esta lista sumaría, sin pena, “La época barroca en el México colonial” del historiador Irving A. Leonard (allí supe de la existencia del mal hadado arzobispo Fray García Guerra; y de Melchor Pérez de Soto, alarife de la catedral, coleccionista de libros y partícipe de un suceso cruel y dramático que culminó con su muerte en manos de un compañero de celda). Si los códices son fundamentales para un acercamiento a la cultura mexicana y en ellos se basan la mayoría de los libros que les propongo, también lo son las “Cartas de relación” de Hernán Cortés y las crónicas de los historiadores y frailes españoles que se dedicaron a ello durante la época del virreinato.

En cuanto a literatura comienzo, es predecible, por “Historia verdadera de la conquista de la Nueva España”, del pícaro, imaginativo y audaz aventurero Bernal Díaz del Castillo. Y continuaría yo mencionando a la, quizás, primera novela que se escribió en México, “Los Infortunios de Alonso Ramírez”, narrada por el científico barroco Carlos de Sigüenza y Góngora. No podría olvidar citar el poema, “Grandeza mexicana”, de Bernardo de Balbuena; ni tampoco los Diálogos entre oriundos y un turista, que escribió Francisco Cervantes de Salazar sobre la Ciudad de México en 1554. Este recuento accidentado, escrito de memoria, me auxilia para no caer en las redes de mitologías al vapor, y me lleva a considerar el pasado más allá de las celebraciones o funerales que suceden en la plaza pública.

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