El sol podía todavía teñirnos el cabello. Y hacíamos fiestas porque dentro de nuestro departamento, en San Jerónimo 28, en el Centro, sólo teníamos una cama, dos mesas, y dos libreros que ocupaban una pared. Corrían los años noventa. La estufa, la lavadora y la heladera todavía no llegaban aún y el espacio era amplio. Podíamos patinar y cerrar los ojos y pensar que cualquier precipicio o despeñadero valía la pena. Escuchábamos a The Flamenco a Go Go porque mi amiga Julieta Aranda nos había llevado una cinta de este grupo y nadie más lo escuchaba. “No Smile”; “Please Don’t Tell A Lie”; “I’m Your Mom”, eran algunas de sus más intensas interpretaciones. Si mi memoria no se echa al suelo creo que el grupo lo formaban tres japonesas (hay otro grupo que tomó parte de su nombre, pero tal no me interesa). A nadie le importa ahora The Flamenco a Go Go ahora, mas a mi pareja y a mí nos hacían entrar en un éxtasis primitivo, algo sucio y también demoledor. En palabras más sencillas nos hacía sentir jóvenes cuando éramos jóvenes. Todavía no se poblaba la tierra de tanto joven decrépito y santurrón.

Cuando algún lector despistado se encuentre leyendo esta columna en cierto momento del lunes ya habré tenido una charla (o estaré en ello) para una estación de radio por Internet que comandan Juanito Podrido y Alfonso Morcillo (creador del fanzine Jamón te saco y cómplice mío de batallas situadas en algún rincón del averno). Acepté gustoso la entrevista, pues como ustedes saben me van bien los medios modestos y aleatorios. No soy un hombre cuya voz y figura sea pretendida por los monopolios de la televisión: tarde o temprano diré algo inconveniente y traicionaré el papel de papilla pre digerida que requieren estas importantes empresas de la libertad. Yo estoy a gusto en medios modestos cuya audiencia se aleja de las masas arbitrarias y dispuestas a alimentarse deglutiendo croquetas. Tal simpatía no me hace mejor, ni peor, ni me coloca un tilde en la cabeza de santo o rebelde; simplemente, como dentro del antiguo departamento al que me he referido antes, continuaré patinando con los ojos cerrados y, buscando un precicipicio, seguiré estrellándome contra las paredes.

Para el programa citado —se llama No Muy Punx— me han pedido una decena de canciones, rolas o piezas musicales para no colmar el espacio tan sólo de palabras. Por ello he traído a cuenta a The Flamenco a Go Go, y también a Los Psicóticos (si alguien posee una cinta de este segundo grupo le ruego que lo entierre en una nave del tiempo para legarlo a las nuevas generaciones). Entre la música que elegí resaltan varios grupos que cohabitan todavía en mi memoria; Ministry; Dead Kennedys y Kaka de Luxe. De este último grupo elegí la pieza “Pero que público más tonto tengo”, la cual, creo, no es muy conocida por quienes ignoran a los grupos fundamentales de la Movida Española durante los años ochenta. Si una fobia genuina ha echado raíces en mi persona es mi desdén por explicar la música que me gusta, acumular discos o introducirme en las minucias sociales o poéticas de tal o cual grupo. Lo escucho y dejo que la sangre tome su verdadero color. Elegí también “Be my Baby”, de The Ronettes por una “razón” especial: es el grupo con que abro toda reunión cuando llego a abrir las puertas de mi departamento (antes era una taberna, ahora es una ergástula cuyos recuerdos de los viejos aquelarres me causan estertores). También hago sonar a Chuxck Berry, a la legendaria banda Sonic Youth (quizás porque siempre he estado enamorado de Kim Gordon y en los noventa mi pareja se vestía como ella y bailaba sobre la mesa). Tambié elegí “Bravo”, de Olga Guillot, porque el odio que resuma esa canción hacia los hombres se halla más que justificado.

Seleccioné algunas canciones más que pudieron ser otras, u otras, u otras. Un hormiguero de bandas extraviadas revuela en mi mente cada vez más abandonada y a la intemperie. Yo no sé que pensarán mis entrevistadores o si encontrarán alguna clase de coherencia en mi selección, sobre todo porque inserté en la lista la “Polonesa Heróica” de Federico Chopin, interpretada por Horowitz o por Rubinstein. En mis recuerdos se planta una imagen necia y recurrente de un viaje que hice a Varsovia con mi pareja y mientras ella dormía como un lirón yo seguía, en la madrugada y por televisión, un certamen de nacional de piano que llevaba por nombre justamente Federico Chopin (o Frederica Chopina). El ganador de tan descabellado concurso fue un japonés y cuando ofrecieron el resultado recuerdo que corrí a despertar a mi mujer para comunicarle que el mundo se había vuelto un lugar muy extraño. En fin, las sopas maruchan han tomado la mente de tantas personas y los fideos escurren por sus ojos. Por lo demás, si la entrevista fuera otro día seguramente el noventa por ciento de mis piezas elegidas cambiaría y la lista sería igual de descabellada. No poseo gustos firmes, y el viento golpea cada vez más poderoso y enérgico al final de la acera.

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