El árbitro Fernando Hernández recibió su castigo y se va a la congeladora 12 partidos.

No fue el año de sanción que muchos esperaban, tampoco el máximo de 15 juegos de suspensión, pero la pena que deberá pagar es justa.

Indudablemente, perdió la cabeza. El que dicta sentencia en el juego no debe agredir a nadie, no puede responder así a la excesiva presión que implica meterse a un campo con reclamos y gritos en la cancha y la grada.

Hernández no controló su estado de ánimo, su fortaleza mental cedió al entorno, y terminó por cometer una gravísima indisciplina.

Fernando olvidó —por unos instantes— que era un profesional, que estaba en un recinto de Primera División y se convirtió en un amateur de cualquier cancha llanera.

Ofrecer disculpas, terminado el juego, al argentino Lucas Romero y a todo el León, reconocer ante la Comisión de Árbitros, Disciplinaria y redes sociales su equivocación, sin duda tuvo que ver con sólo otorgarle la sanción mínima.

El Curro no volverá a cometer un acto de esta índole, aprendió la lección. La próxima vez, contará hasta 10 antes de reaccionar.

Ahora, el silbante tendrá que afrontar las consecuencias, pues dejar de arbitrar repercutirá directamente en su bolsillo, ya que lo que recibe es una cantidad nada despreciable al mes, además de sufrir el escarnio público, el golpe a su prestigio y el posible retiro de su gafete FIFA.

Es mentira que se le acabó su carrera. Volverá en el próximo Apertura 2023, por ahí de la mitad del torneo.

Es una situación muy difícil para Fernando Hernández. Ojalá ya tenga en mente acudir a una terapia para que le ayuden a salir del mal momento.

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