Antier, en noche de lunes, inició la Convención Nacional del Partido Demócrata estadounidense. No hay cosa más complicada en la vida de los estrategas y operadores electorales que la Convención en que se postulará formalmente a su candidato a la presidencia. Los niveles de logística, escenografía, tacto y protocolo son apabullantes para quien no está curtido en esas lides. La cantidad de cosas que pueden salir mal o complicarse ni siquiera caben en un listado de prevención de crisis.

Pero todo eso se compensa cuando las cosas resultan bien: el público encuentra acomodo, los dignatarios tienen su lugar, las luces, el sonido, los teleprompters funcionan como es debido, la música, la escenografía y la coreografía van acompañándose para generar una ola de entusiasmo que también contagia a los oradores, les echa a andar la adrenalina indispensable para dar ese tono, esa palabra, esa frase memorable que acuerpe a la campaña hasta el día de las votaciones.

Y por supuesto están los discursos y EL DISCURSO, los de acompañamiento, los de relleno, los de las cuotas políticas y personales. EL DISCURSO, obviamente es el de el o la candidata, el plato fuerte de la semana, el que va a alimentar la retórica de todo el aparato de campaña.

Toda una puesta en escena, pues, una suerte de noche de estreno de la cual se descolgará la temporada.

Ahora imagine usted, querido lector, lectora, todo eso pero a distancia. No hay público, no hay aplausos, no hay vítores ni abucheos que sirven no solo para darle sabor sino hasta como guía visual y auditiva para los oradores. Esa reacción del público que permite medir lo que sí pega y lo que aburre, lo que entusiasma y lo que indigna. Una campaña exitosa no solo da contenido a los asistentes, sino que toma sus pies, sus entradas, su entonación, de la retroalimentación de los espectadores.

Todo es raro en este 2020, y se sigue lógicamente que la elección presidencial más trascendente de las ultimas décadas en el país más poderoso del mundo sea igualmente rara y bizarra. Olvidando las peculiaridades tradicionales del sistema estadounidense (como el Colegio Electoral que anula el concepto del voto popular nacional y empodera desproporcionadamente a algunos estados), este año nos topamos con que la pandemia afectará severamente primero las campañas, haciéndolas virtuales, y en segundo lugar la votación misma. Existen y están documentados ya muchos de los riesgos para el libre y universal ejercicio al voto, incluyendo las disrupciones y franco sabotaje desde el gobierno al servicio postal.

Es casi surrealista: convenciones y campañas a distancia; un presidente cuestionando públicamente la confiabilidad del proceso electoral a la vez que lo obstruye; sectores del país en activa movilización de protesta; alianzas y deserciones inesperadas, con Republicanos de toda la vida anunciando su intención de votar por el abanderado Demócrata…

Del lado positivo, Kamala Harris es la primera mujer de color en la boleta; Biden representa la revaloración de la gestión de Obama; el surgimiento del que será el mayor fenómeno político y social de esta generación, Michelle Obama; y lo que pareciera ser una toma de conciencia ciudadana generalizada de que la política y las elecciones SÍ importan.

Llámenme optimista, caros lectores, pero esta podría ser una elección histórica por las buenas razones. Estaré regresando al tema con frecuencia de aquí al 3 de noviembre, y tendremos mucho que desmenuzar.

Analista político. @gabrielguerrac

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