No se rían, queridos lectores. Sí, todas las encuestas nacionales le dan una desventaja de alrededor de 10 puntos al presidente estadounidense, y hasta estados tradicionalmente republicanos o que votaron por Trump en 2016, como Florida, Carolina del Norte o Georgia, están ahora en disputa.

Y sí. Además de ir abajo en todas las encuestas y pronósticos, Donald Trump parece estar haciendo todo lo que está en sus manos para perder todavía más puntos y apoyo. Por si fuera poca cosa la desastrosa respuesta del gobierno federal ante la pandemia, la crisis económica y las crecientes tensiones sociales que se siguen desbordando, Trump ha tomado una serie de decisiones erráticas e incomprensibles incluso para sus más incondicionales partidarios.

Su comportamiento nunca ha sido precisamente convencional, y su éxito en 2016 obedece en buena parte a su ruptura con todas las normas tradicionales de la política y mucho de ello parecía calculado, incluso sus más escandalosos exabruptos. Pero ahora Trump está abiertamente saboteando su propia campaña: desde su negativa a participar en el segundo debate programado hasta su pleito en la Casa Blanca con la conductora de 60 Minutes, uno de los programas más vistos de EU, pasando por su negativa a llegar a un acuerdo con la mayoría demócrata en el Congreso para aprobar un nuevo paquete de ayuda económica para paliar los impactos de la pandemia antes de las elecciones, amén de sus cada vez más frecuentes diatribas contra sus propios colaboradores, lo mismo su Fiscal General William Barr que su encargado de coordinar la respuesta ante el Covid-19, Anthony Fauci.

¿Por qué entonces preguntar si podría perder, cuando todo indica que va a perder? Ya en entregas anteriores les he dado algunos ejemplos de los muchos botones que el presidente de los Estados Unidos puede oprimir para sacar ventaja: el tan llevado y traído paquete de estímulo; medidas ineficaces, pero tal vez espectaculares que pudiese intentar por decreto (tipo su embestida contra Tik Tok); anuncios relacionados con la vacuna o alguna nueva cura “milagrosa”; y la mayor y más preocupante, que sería una acción militar, tal vez contra Irán, tal vez en Venezuela o incluso Cuba. Nada es descabellado cuando hablamos de este presidente.

Están también todas las trampas y argucias legales y procedimiento para inhibir o restringir el voto que intenta Trump con el apoyo del aparato federal y de varios gobiernos estatales y municipales republicanos. Y, por último, el que muy probablemente Trump se niegue a reconocer el resultado electoral en caso de perder, sumiendo a su país en una crisis política y constitucional sin precedentes.

Notarán ustedes que no me he referido al candidato demócrata, Joe Biden, y eso es porque a estas alturas del proceso siento que la agenda mediática, el ciclo noticioso, sigue dominado, para bien pero sobre todo para mal, por Donald Trump. La prudencia y bonhomía de Biden lo hacen una opción tranquilizante, casi somnífera, lo cual se agradece, pero no olvidemos que con todo el poder de la Casa Blanca y su errática conducta, Trump sigue con el sartén por el mango.

Faltan dos semanas, queridos lectores. Abróchense los cinturones.

Analista político. @gabrielguerrac

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