Complete usted la frase del encabezado, querido lector, lectora, y se divertirá. ¿Al borde de un ataque de nervios? ¿Del precipicio? ¿De la locura, de la debacle, del desastre? ¿Del retorno a la sensatez y la decencia en la vida pública? Existen tantas variantes como tenga imaginación y deseos de echarla a volar, porque la verdad es que en lo que queda de este año la todavía predominante superpotencia estará caminando sobre una muy delgada y muy frágil línea.

Ya hemos abordado algunos de los escenarios complicados que rodean el proceso electoral, desde las dificultades para votar ya sea por correo/anticipadamente o de manera presencial, hasta el reiterado discurso del presidente Trump que busca sembrar dudas de la legitimidad y transparencia del proceso, pasando por el hecho de que la enorme cantidad de votos por correo podría hacer que –si se trata de una elección muy reñida– no sepamos quién sea el vencedor varios días, semanas incluso.

El costo de esa incertidumbre postelectoral puede ser muy alto, basta recordar el complicadísimo episodio del conteo en Florida en el año 2000 que terminó llegando a la Suprema Corte, donde se decidió la elección a favor de George W. Bush, a quien hoy tanto se le extraña. Pero en ese entonces existía claridad acerca de algo fundamental: que el perdedor terminaría reconociendo en buena lid a su contrincante. Esta vez no. Y es que para añadirle sabor a este ya tan condimentado 2020, tenemos que Donald Trump se ha rehusado reiteradamente a comprometerse a aceptar el resultado en caso de que pierda, lo cual provocaría un escenario de película mala: el presidente de EU atrincherado en la Casa Blanca, negándose a salir para que pueda entrar su sucesor.

¿Suena descabellado?

Tal vez ya no tan descabellado después de los dos más recientes episodios protagonizados por Trump: el debate de la semana pasada (que les reseñé en este mismo espacio) y su contagio de Covid-19, su tardanza en anunciar los resultados de sus exámenes, los informes confusos y muy probablemente manipulados de sus médicos, su “alta” del hospital y la hollywoodesca puesta en escena de su retorno a la Casa Blanca, desde donde posó para las cámaras quitándose el cubrebocas y con notorias dificultades para respirar. Para completar la faena, al día siguiente anunció que el paquete billonario de rescate económico que estaba negociando con el Congreso quedaría sin efecto hasta después de las elecciones, en una arriesgada apuesta que, combinada con las anteriores, puede terminar costándole la presidencia.

Pero no todo está decidido: aunque todas las encuestas dan una amplia (y creciente) ventaja al candidato demócrata Joe Biden, no conocemos aún ningún sondeo hecho después de la enfermedad de Trump ni de su milagrosamente rápida recuperación. Aunque me parece poco probable, podría darse un efecto de simpatía y apoyo al presidente por haberse sobrepuesto al virus o por la imagen de fortaleza que intentó proyectar tras su regreso a la Casa Blanca. Faltan también dos debates, que siempre pueden tener sorpresas, y falta ver algo más importante, que será el proceso de recuperación de Trump, ya que el Covid-19 suele tener efectos de largo alcance.

Y está, no olvidemos, el fantasma del exceso de confianza que le costó tanto a Hillary Clinton hace cuatro años y que todavía se le podría aparecer a Biden.

Como ya les dije, Estados Unidos está al borde…

Analista político. @gabrielguerrac

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