En solidaridad con Nexos

La investigación contra Emilio Lozoya es un episodio más de la saga del arraigado vicio de la corrupción. La historia de corrupción que nos presenta el gobierno tiene una estructura sencilla: el principal problema de México es la corrupción, ella se debe al “periodo neoliberal” y con la cuatroté se acabó con el problema. La versión embona “como anillo al dedo” con un país harto de la podredumbre y ansioso por creer en gobernantes que la trasciendan. Pero este cuento —ahora se le dice narrativa— está lleno de agujeros.

1.¿Es el principal problema? Los temas adquieren jerarquía cuando la autoridad los coloca en la agenda pública y esta coincide con la percepción general. Para la población, la corrupción es el segundo problema más importante, después de la inseguridad según la ENCIG (https://bit.ly/2Qb5sRh) y su causa principal es la impunidad, la ausencia de sanciones y de castigos. Ahí están la narrativa y el espectáculo montado. Pero ¿tenemos las leyes e instituciones necesarias para combatirla? Si así fuera, ¿se aplicará de forma pareja o volveremos a ver la puerta revolvente de la “justicia” regresando a la calle lo que no pudo atrapar en sus redes? Hay un puñado de indicios positivos entre los cuales figura la recuperación de impuestos de grandes empresas evasoras, captura de algunos “peces gordos”, incautación de cuentas bancarias del crimen organizado y la promesa —otra vez— de que las cosas serán diferentes. Pero también hay signos ominosos: la gran mayoría si no es que todas las mediciones de percepción de corrupción (incluida la mencionada de INEGI) arrojan la inexistencia de un cambio sensible desde la instalación del gobierno; la lentitud de la puesta en marcha del sistema nacional anticorrupción, la no investigación de actos de corrupción de funcionarios de esta administración y el ejercicio arbitrario del presupuesto en las adjudicaciones de contratos públicos a particulares son hechos que hablan mal de las verdaderas intenciones.

2.¿Es el neoliberalismo el origen de la corrupción? Por supuesto que no. La corrupción era bien conocida por varias generaciones como el “aceite de la maquinaria” que atravesaba vertical y horizontalmente los contratos de obra pública, los favores en carreras personales, la formación de cleptocracias nacionales y regionales. La diferencia principal hoy es que el sistema político tenía una coordinación centralizada y vertical en el binomio PRI/presidente que administraba y coordinaba las lealtades y las cadenas de corrupción dentro de círculos relativamente contenidos. Para nuestro infortunio, el pluralismo político que nos inició en el siglo XXI se cimentó en una omertá compartida entre muchos de los que, desde distintos partidos políticos, accedieron a cargos públicos y metieron las manos en el erario para apropiarse indebidamente de riqueza pública. Así, se transmitió la cepa de un virus viejo en una democracia nueva que, sin reforma del ejercicio del poder, no produjo la indispensable vacuna. Ninguna de las fuerzas beneficiarias del pluralismo se atrevió a enfrentar al ejercicio arbitrario del poder.

3.¿AMLO-4T acaban con la corrupción? Estamos de nuevo en nuestra historia ante el Gatopardo de Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”. Después de todo esta ha sido nuestra fórmula del “cambio”. Hasta el momento observamos un espectáculo que se hace más obvio conforme arranca la temporada electoral 2021. No sabemos si el show se disolverá en el proceso judicial, como ha ocurrido en los más notorios procesos. Nada prueba que no exista un pacto de impunidad ni un nuevo ejercicio cleptocrático en la recomposición de las élites.

Académico de la UNAM.
@pacovaldesu

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