El gran “Plan de Rescate y Recuperación” del Presidente Biden, aprobado por su Congreso, es uno de los mayores programa de estímulo económico de la historia, US$2 billones, equivalente a 10% del PIB. Él lo llamó “transformacional”, un cambio de paradigma “poniendo a la gente primero”... (allá sí de verdad), “estimulando la recuperación económica de abajo hacia arriba”, no el enfoque de Trump de reducir el impuesto a los ricos, esperando que su impacto se derrame en gasto “hacia abajo”. Representa, a no dudarlo, un cambio de época, de ideas y políticas, todavía no aquilatado en su gran trascendencia y el impacto histórico que tendrá. El Estado retoma el papel principal como responsable de impulsar el desarrollo y atender el bienestar de las familias y, en este caso, la superación de la pandemia y la recuperación de la economía.

Recuerda justamente el papel que asumió el Presidente Roosevelt con su “New Deal” y la Ley para la Recuperación Nacional para sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión de 1929-1933. Tuvo 2 componentes que se autorefuerzan: por primera vez una política fiscal contracíclica; la “magia keynesiana”: la inversión excede el ingreso, financiada por deuda para crecer, generando más ingresos, con un papel esencial del gasto en infraestructura de impacto regional. Claro, gastando bien, no en ocurrencias. ¡No, el tren Maya! Por otra parte, una política social de gran impacto, como la creación del Seguro de Desempleo y el Programa de jóvenes.

El Presidente Biden impulsa un “Nuevo-Nuevo Trato” modernizado con 3 componentes: primero, revive en gran escala, las políticas económicas keynesianas de estímulo fiscal. Pone fin a la “época republicana neoliberal” de Thatcher y Reagan, mal emulada por Trump de que “el gobierno es parte del problema, no de la solución”, y el mercado resuelve todo. Segundo, revigoriza al Estado de Bienestar Social, tanto con nuevos instrumentos, como ampliando los antiguos. Contiene un importante componente de transferencias en efectivo por US$1,400 a las personas, hasta con US$75,000 de ingreso, con lo cual se aproxima a la idea en boga del ingreso mínimo; amplía el monto del seguro de desempleo, apoya a sectores afectados, como los pequeños negocios, restaurantes; da apoyos específicos a familias, en pago de servicios, rentas y, ayuda alimentaria, apoyo a la apertura de escuelas. Muy importante, singulariza los apoyos al cuidado de niños, ¿cómo nuestras guarderías canceladas? Canaliza grandes recursos a su programa de vacunación, lleva más de 100 millones, con apoyo a los Estados. Es de una amplitud ejemplar. La revista Economist destaca que con el Coronavirus ya estamos viviendo la mayor transformación y expansión del Estado Bienestar en su historia. Tercero, como novedad agrega el “Nuevo Trato Verde”, de apoyo a energías renovables, a la infraestructura verde, al medio ambiente, que serán motores de la expansión. Es pues un claro ejemplo de cómo la crisis de la pandemia fue aprovechada como una oportunidad de verdadera transformación, como en los 30’s.

El Plan significa que Estados Unidos puede crecer en 2021 en 6% y hasta 7%, tasas asiáticas que no tenía desde después de la Segunda Guerra Mundial, inyectando un gran optimismo en las expectativas a nivel mundial. ¡Los organismos internacionales ajustan al alza el crecimiento global y de muchos países y regiones! Está modificando el paradigma del pensamiento económico mundial. Los economistas conservadores espantan con el “petate del muerto” que habrá deuda excesiva, inflación y alza de tasas de interés. La Secretaria del Tesoro, Yellen, brillante economista, como el premio nobel Krugman, lo desmienten. Primero pensar en la recuperación.

¿Dónde queda nuestro pobre país? Vamos en clara contracorriente de estas nuevas tendencias históricas, en la autocomplacencia, entrampados en nuestra falsa realidad. El contraste, el rezago se aprecia “punto por punto”: 1) frente a este mega programa de estímulo, nuestro paupérrimo apoyo de 1% del PIB, en una comparación de 34 países, el penúltimo, sólo arriba de Uganda, a pesar de tener margen para aumentar nuestro déficit fiscal y endeudarnos; 2) frente al gran nuevo impulso al Sistema de Bienestar Social, un menú de programas dispersos, “una aspirina de sólo 1% del PIB”, de carácter clientelar para ganar elecciones, con pocos recursos al sector salud y, un ritmo de vacunación lentísimo e incierto suministro; 3) frente a una estrategia ambiental de energías renovables y gas, favorecemos combustóleo y petróleo contaminantes. Seguimos aferrados como ancla a la austeridad fiscal que nos asegura estabilidad pero frena al crecimiento.

El pronóstico oficial de crecer 5% o más, en buena parte se deriva del “efecto rebote”, consecuencia de nuestra gran caída en 2020. Para lograrlo, el Presidente ha anunciado que nuestra estrategia se sustenta en el T-MEC salvador (donde habrá problemas); en el efecto “de arrastre” del mayor crecimiento económico de Estados Unidos, por las mayores exportaciones que genera, y por las remesas. Es decir, ¡el mayor estímulo no los dan acciones de nuestro gobierno, sino es cortesía de Biden! Salvo el acertado aumento del salario mínimo, el pobre recetario no alcanza para crecer en forma sostenida, sin confianza y mayores inversiones. De allí, nuestros paupérrimos resultados en crecimiento, empleo, pobreza. Sería la oportunidad para lanzar un gran programa de inversión pública rentable, iniciando paulatinamente un mecanismo de ingreso mínimo y un seguro de desempleo, acotados, financiados con mayor déficit y deuda prudentes, cancelando disparates.

El programa de Biden genera un histórico cambio de época, de ideas y enfoques de políticas económicas y sociales, aprovechando la pandemia como oportunidad para retomar un alto crecimiento económico, sustentado en cambios sociales y ambientales transformadores. Nosotros también debiéramos montarnos en la “cresta de esta nueva ola” mundial, que arranca en nuestro vecino. Adoptar una nueva estrategia. Parece que preferimos hundirnos cada día más en un remolino, en que nadie echa un salvavidas.

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