Algunos teóricos de la política han señalado recientemente la aparición de dos fenómenos recurrentes que brindan motivos para preocuparse: por un lado, la privatización y la concentración del poder en el ámbito de formación de la opinión política y, por el otro, el incremento de formas demagógicas y polarizadas de consenso que dividen a la arena política en grupos faccionales y antagónicos” (Nadia Urbinati, 2023, Democracia desfigurada. La opinión, la verdad y el pueblo, Prometeo Editorial, Buenos Aires.

Los intentos de comprensión de la 4T, considerablemente menos numerosos que los de su descalificación o santificación, se encuentran todavía más cargados de preguntas y contradicciones, que de gozar de una completitud reconocible. Se han ofrecido, para no variar, respuestas muy simples para problemas de enorme complejidad.

El posicionamiento de AMLO, la personificación indiscutible de la 4T, frente a los elementos más emblemáticos del neoliberalismo (la autonomía de la Banca Central, la apertura indiscriminada, y los rígidos topes a los salarios contractuales), se han reducido a percibir a ese fenómeno como una fuente inagotable y generosa de corrupción; la relación selectiva, empática, con determinados grupos empresariales; la confusa, por no decir antagónica, actitud hacia los movimientos feministas, en su notable diversidad; la titubeante posición frente al derecho de la interrupción del embarazo; la insistencia en no abrazar banderas tradicionales de la izquierda, como el activismo fiscal progresivo, son elementos que, en todos los casos, no encuentran cuadratura con la necesaria elevación del salario mínimo; con el incremento bíblico de las transferencias a personas de, por lo menos, la tercera edad; con el variopinto de programas sociales que, para abordarlos con brevedad, recuperan al jugador más numeroso y más olvidado de nuestra sociedad.

¿La 4T se ubica en el segundo lado que menciona la Urbinati? Es muy probable; sin embargo, da la apariencia de un ejercicio de poder que, ni dentro ni fuera de sus filas, muestra la menor interlocución, el diálogo con propios y extraños característicos de una mínima normalidad democrática.

Es llegado el momento de diseccionar, con todo detalle, los propósitos, caminos, aciertos, desaciertos, contradicciones y lados ciegos de esta transformación, y conviene hacerlo con la mente abierta. Para quienes ya habitamos el séptimo piso de nuestro edificio vital, los recuerdos de una vida política sobrecargada de autoritarismo, improvisación y enorme corrupción, regresan fantasmalmente en la antesala de las elecciones.

Ecuanimidad, esfuerzo mental y vitalidad a lo que podemos evocar del pasado, no tan reciente, resultan indispensables en el momento actual. Hagamos esos esfuerzos, por el bien de todos.

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