Desde hace meses habíamos comentado en este espacio sobre los posibles motivos por los cuales Elon Musk quería adquirir Twitter, y cómo era posible que la compra, a 54.20 dólares por acción –un chistorete dentro de sí, dado que a Musk le gusta hacer referencias a la marihuana en sus comunicaciones–, no se concretaría.

Lo que al principio parecía ser un esquema de “pump and “dump”, que le permitiera inflar sus acciones para luego venderlas más caras, resultó ser algo en su totalidad distinto. De haber sido el caso, Musk jamás hubiera hecho la oferta, simplemente la hubiera presumido sin someter algún tipo de papeleo. Pero no, el magnate decidió avanzar el proceso, quizás con el objetivo inicial de llevarlo a cabo, o quizás pensando que se podría escapar sin mayor problema semanas después sin daño alguno.

Esta semana, Musk anunció que se retractaba. Bajo la excusa de que es imposible saber cuántos “bots” o cuentas artificiales pululan en su red social favorita, el milmillonario de origen sudafricano informó a Twitter que no lo compraría porque no se podía garantizar la valuación correcta del producto.

Sin embargo, el proceso de compraventa ya había iniciado, y había documentos firmados. Twitter le respondió a Musk, casi de inmediato, con una demanda para obligar a que se realizara la transacción. Es decir, para obligarlo a comprar.

Esto, en gran parte, por el daño mismo que Musk le ha causado a la compañía con su actuar. No solo en el período desde el anuncio, en el cual desmoralizó a los empleados tanto en reuniones con ellos como con declaraciones públicas, sino hacia el futuro: al retractarse derrumbó todavía más las acciones de la red. Twitter da a entender que su supervivencia está en riesgo.

Conforme a la demanda, Twitter parece haber respondido todas las dudas de Musk; simple y sencillamente, se colige en el documento, a Musk no le gustó o no le interesó lo que escuchó.

En pocas palabras, la evidencia ahí está. Incluso la más ridícula, como el emoji fecal que utilizó el milmillonario para contestarle al Director General de Twitter. (Lo cual, en parte, explica la falta de seriedad en el asunto.)

Si Musk actúa como lo ha hecho, lo más probable es que busque empantanar el litigio durante años y de paso sacar fama y portadas de ello; Twitter, en cambio, piensa que el asunto se puede resolver en menos de cinco días hábiles. Mientras más rápido, menor daño, es el razonamiento.

Sea cual sea el resultado, las consecuencias ya son visibles. En la compañía se ha reportado planta laboral exhausta y con poca fe en el futuro; un desgaste mayúsculo que ha derivado en renuncias, y acciones que se han depreciado a grandes trancas –de las cuales dependen muchos de los propios empleados de Twitter dados sus contratos laborales–, entre otras cosas.

Si todo esto fue un juego de inicio, pinta para convertirse en uno de los más caros de la historia.

Las opiniones vertidas en este texto son responsabilidad de su autor y no necesariamente representan el punto de vista de su empleador. 

 

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