Me hubiera gustado ver campañas con propuestas. Los únicos rasgos que identifican a los dos grandes bandos –porque a eso se ha reducido nuestro sistema– son cuestiones tribales: o estás con ellos o estás con nosotros. Esa es la única definición, esa es la única clave. La dicotomía. No hay más.

Me hubiera gustado que se le pusiera mayor atención a la impresionante ola de violencia que volvió a inundar nuestro proceso electoral. En la política y en la sociedad esa violencia ya se normalizó desde hace lustros, y eso incluye, por lo visto, el homicidio de candidatos. Incluso cuando existe video, en tiempo real, de un asesinato a sangre fría, la respuesta colectiva es indiferente. Otra cifra que agregar al conteo y nada más. Veamos el siguiente TikTok.

Me hubiera gustado que los candidatos entendieran para qué sirven las redes. Queda claro que los rebasan. Así como en tiempos previos a la pandemia lo único que sabían hacer era subir al templete y engolar la voz para declamar discursos vacíos o arengas, ahora sólo saben bailar –y mal– en videos que buscan volver virales. Pocos o ningunos utilizaron las herramientas que tenían a la mano para innovar en un terreno tan bregado.

Me hubiera gustado escuchar nuevas voces. Si algo caracterizó a este proceso fue el reciclaje de candidatos que huelen a naftalina. Quizás con nuevas siglas o “nuevas” identidades, pero al fin los mismos de siempre.

Cuando no fue el caso, los reemplazaron celebridades. Difícil recordar una elección como ésta en décadas pasadas, en las que glorias añejas de la televisión o el deporte se presentaran para cargos cuyas funciones básicas desconocen.

Me hubiera gustado ver menos cinismo. El cinismo es dueño absoluto de la política. Si el candidato no es el padre es el hijo. Si no es el hijo es el esposo. Los clanes se apropian de las candidaturas como si fueran los feudos de antaño, como si el país no cambiara. Vivimos en una república y sin embargo la primogenitura monárquica tiene un auge.

Me hubiera gustado ver menos publicidad en las calles. Hay tantos puestos en juego y tantos partidos –incluidos varios de nueva creación– que para muchos la única esperanza es el reconocimiento a través del cartel: si el elector consigue recordarlo al momento de ir a las urnas puede ser suficiente para que el candidato reciba el voto.

Todos esos papeles, todo ese plástico va a dar a la basura una vez terminado el 6 de junio. Una gran cantidad de los candidatos no será electa –porque al fin al puesto sólo accede uno–, pero su publicidad vivirá en vertederos incluso cuando muchos de ellos ya no habiten este plano existencial. Me hubiera gustado que prohibieran todos esos carteles.

Me hubiera gustado que no se hablara del árbitro.

Me hubiera gustado que el árbitro no hablara tanto.

Me hubiera gustado no temer por la seguridad de nadie el domingo.

¿Acaso era mucho pedir?

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