Carlos Monsiváis y Andrés Manuel López Obrador vivieron una relación muy estrecha porque compartían, con admirable congruencia, los principios de la Iglesia Cristiana Pentecostal y no pocas ideas sobre las batallas políticas que había que seguir dando por México.

Por ello, y por la gran admiración que le tenía, López Obrador lo distinguió con la invitación para que hablara en el inicio de su campaña presidencial del sábado 21 de enero de 2006 en Oaxaca.

Un día antes, cuando comí con Monsiváis para comunicarle que Marcelo Ebrard, entonces candidato a Jefe de Gobierno, había logrado intervenir con éxito para poner a salvo de los grandes especuladores privados -que ya acechaban- las valiosas colecciones de arte y cultura popular que poco más tarde habrían de constituir el Museo del Estanquillo, Carlos vendría con la novedad.

-¿Qué crees?, me dijo. Andrés me invitó para que hable mañana en el inicio de su campaña.

Nada más de imaginarlo como el jilguero político que nunca había sido, alentado por lo que yo suponía era una más de sus acostumbradas ocurrencias, le respondí en tono burlón: -Oye: ¿y por qué, de una vez por todas, no resuelves el enigma del día aquél en que a un pastorcito de 7 años llamado Benito Juárez se le perdió el rebaño porque se quedó dormido como lirón en un islote?

Después de lanzarme su mueca proverbial, Carlos pasaría sin más a otro tema.

Sábado 21 de enero de 2006, San Pablo Guelatao. Un despeinado y nervioso Monsiváis, con la típica excitación del debutante, se estrena como predicador político.

“Señor Andrés Manuel López Obrador, señoras y señores, espíritus de la Reforma liberal, ánimas de la reacción”, comenzaría con engolada voz el de la Portales para ir proponiendo luego una muy sólida síntesis interpretativa en torno de Juárez y su generación, haciendo énfasis en el tema que lo hermanaba profundamente con López Obrador: la importancia de las Leyes de Reforma, la tolerancia de cultos y la sociedad laica. Un momento clave sería aquél en el que denunció las carencias de la izquierda mexicana frente al pensamiento social de Ignacio Manuel Altamirano, Guillermo Prieto, Ignacio L. Vallarta y Ponciano Arriaga. “La izquierda renuncia a su gran herencia del liberalismo radical y, sin haber leído a estos intelectuales, nunca se considera juarista (…) Cómo le habría beneficiado a la izquierda leer a los clásicos liberales ahora recuperados en su integridad por Boris Rossen, Nicole Giron, José Ortiz Monasterio y Enrique Márquez.”

Carlos se refería, en mi caso, a las Obras Completas de Ponciano Arriaga que una notable historiadora potosina, Marisa Abella, mi difunta y añorada esposa, y yo, después de 10 años de búsqueda en 17 archivos del país y el extranjero, reunimos en 5 tomos (UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1992.)

A leer en los diarios del día siguiente el reconocimiento que Monsi nos hizo en el mitin de Oaxaca, no pude más que abochornarme por mi comentario del día anterior sobre Juárez el pastorcito.

Para resarcirme, estoy por terminar un libro en el que relato los encuentros y conversaciones que sostuve con él durante 34 años (1976-2010.)