La “Coronacracia” es esa especie de régimen instantáneo que en política como en gobernanza vino a demostrar en la pandemia que casi todo se vivía en una decadente y pasmosa normalidad.

Decadentes las primeras, fallidas, improvisadas respuestas que esa crisis mayor vino a imponerle al mundo.

Decadentes, impresentables, quienes desataron en muchas partes las explosiones de odio y de racismo.

Decadente el mundo cuyo sentido ya no era tan claro ni tan viable como se pensaba.

Decadente una cierta institucionalidad apolillada, elusiva, incompetente, sin más.

Decadente el mundo del hedonismo y el consumo que desde la segunda postguerra consolidó la mutación cultural casi convertida en barbarie.

Decadentes los gestores, dirigentes políticos, grandes o pequeños que, despavoridos, sin concierto, huyeron de la escena real como hormigas a las que una tormenta desapareció su agujero.

Decadente, en la parte más autoritaria de la Coronacracia (simulaciones de gobierno ante la crisis mayor), el presidente y los séquitos de campaña que hicieron de las primeras frágiles respuestas a la incertidumbre y los contagios una carga de disparos reeleccionistas en el país del norte.

Decadentes, no pocos sino muchos, innumerables, aquellos países de la civilización de la Ciencia y la Tecnología, orgullosamente modernos o arrogantes, a los que un virus inclemente sorprendió con infraestructuras públicas obsoletas, hospitales sin camas, sin medicamentos o con sistemas de protección civil anquilosados.

Decadente el mundo de los feminicidios y de la alarmante “Cultura del arma de fuego” de la que hablaba el historiador Eric J. Hobsbawm.

No obstante, mientras giraba fallidamente el mundo sin sentido, otro mundo, el social, que no podía detenerse, dejaba sentir su diversa y contundente marca. Hong Kong, entre las protestas democráticas y la huelga de trabajadores médicos, Indonesia y el activismo sindical, las huelgas en Francia, la revolución en Líbano y los paros y escaramuzas de Colombia.

La sociología de la Anti-coronacracia podría extenderse hacia otros territorios inexplorados o en actual efervescencia, como los de China, África, la India, que nos hablan también de futuros alternativos y del cambio cultural como respuesta a la crisis mayor. Una vez superadas la vacunación y otras dinámicas, ellos se dejarán sentir como la nueva realidad, desafiante e irrenunciable.

Políticos, política, gobernanza en decadencia y, como demostración de que Marx no ha muerto, de que alguien no dejó muy bien cerrado el cementerio, el mundo reinventándose a partir de las mil y una transiciones que alientan o esbozan las nuevas inteligencias sociales: mujeres, científicos, artistas e intelectuales y hasta los pueblos originarios, que buscarían rematar esta etapa como el principio de un orden nuevo.

Como el despunte de la superación de la crisis mayor.

Para salir del estado de alerta global que ha significado la pandemia, tendríamos que identificar y abrirle paso a esa parvada social de futuro que apenas se vislumbra en el horizonte. El horizonte de un mundo que busca encontrar un nuevo sentido. En el que las nuevas inteligencias ayuden a bien morir a los antiguos hábitos, a la política pensada como avance en redondo, es decir: en el recurso vicioso de la reelección o en la restitución de lo mismo.

Para salir del estado de alerta global que ha significado la pandemia, el pensamiento crítico tiene hoy un papel fundamental porque, heridos de descomposición e insolvencia, la política y la gobernanza de hoy, sin freno ni cuestionamiento, podrían seguir remitiendo a la sociedad al estado mediocre y temible de antes.

Porque pensamiento crítico y nuevo talento para gobernar no pueden sino ir unidos en esta reconfiguración.

La suerte pues está echada: o prolongamos la “Coronacracia” autoritaria o damos paso a una economía de la vida, a una política y una gobernanza para la vida desde la nueva inteligencia social.

Poeta e historiador. Director ejecutivo de Diplomacia Cultural en la SRE

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