I. El diente de león con su efímera melena.

Persiste la hoja que dura, la hoja perenne, la del laurel magnífico de la India, caucho, benjamina o matapalo.

Persiste, animado por su sombra, el árbol viejo, pleno de savia.

El sol picante en su alegría.

El hormiguero que nació junto a la ceiba.

Persiste el ficus hasta el grado de resultar invasivo, de crecer hasta 15 o veinte metros.

Persiste la cursi parda alondra en la fuente de Venecia, el manatí en las aguas rosadas del Caribe, el diente de león con su efímera melena.

Perduran los pájaros flamingos en las tardes de la Camarga francesa donde el día tiene más horas y la noche demasiadas.

Duran el girasol amarillento, íntegro, hasta la hermosura.

El pez caviar hecho bolitas.

La canción concebida en verano, en medio de pájaros intactos de calor.

II. Política para la vida.

“Tenemos que persistir”, me ha dicho un amigo, hermano de travesías, de sueños e ideales, incluso de dos o tres no fáciles, inhóspitos desiertos.

Persistir en esta hora difícil del mundo y del país.

Persistir, insistir, respondo, pero obstinándonos más que nunca en la imprudencia.

En la poesía como surtidor nuestro.

En el pensamiento crítico que lleva a algo mejor.

En el debatir como sana e indispensable costumbre.

En la subversión de un mundo mediocre capaz de pervertirlo todo por la bendita ilegítima ganancia.

Sobrevivir en la imprudencia de las ideas, en la temeridad de las proposiciones de cambio honesto y verdadero que podrían morir como el salmón a contracorriente y no a manos de los osos sombríos, las águilas calvas o los detestables cazadores deportivos.

Persistir rompiendo metafóricamente todas y cada una de las vajillas que encontremos al paso. Chinas, de Bavaria o Oaxaca. Vajillas de la cerrazón, la ignorancia y la soberbia de siempre. Las lámparas inútiles de luz menguante mortecina con las cuales no podríamos ver, ya no digamos el final, sino si hay o no un túnel de salida.

Han pasado ya muchos meses, hemos sido prudentes hasta más no poder, trancamos puertas y ventanas, sofocando el suspiro del día por la incertidumbre y los entubamientos. Viendo el asombro y el increíble adaptarse de los niños. Desconcertados ante la fuerza de los otros.

Es preciso proseguir y es necesario que ahora a todo galope venga el “y venimos a contradecir” de la imprudencia que toda empresa política o intelectual necesita como faro y motor.

Como manual de uso y como ley.

Llenos de inconformidad por lo de antes y lo que vino de una manera súbita e ingrata a las alturas de febrero o marzo y nos llevó a tapiar puertas y ventanas, acomodemos nuestro llanto, aliviemos la tristeza por tantos y tantos demasiados, abandonados muertos.

¿Cómo vamos a volver a existir para los imperativos que nos esperan y el sueño que nos inspira?

Demasiada pobreza que remediar, demasiado todo: alimentación, salud, sanidad, empleo, ciencia cercana a la sociedad, educación y cultura renovadas, ecología, tecnología consecuentes.

Persistir en la idea de que el mundo puede ser distinto y mejor. En una economía de la vida. En una política para la vida.

Persistir en la ética que un buen día, casi sin advertirlo, los bandidos del río frío o caliente, qué más da, quisieron confiscarnos.

¿Cómo vamos a hacerle? ¿Cómo convertir el sufrimiento y el dolor en vida? ¿Cómo evitar la tentación del olvido? ¿Cómo renovar el ánimo y la energía? ¿Bajo qué supuesto debemos estar hoy más que nunca con el mundo, con nosotros, desde luego?

Persistir. Tocarnos adentro, en el centro. No pensar en las lecciones de una Historia que hoy no puede resolvernos nada.

Porque lo que pasa, lo que viene ocurriendo en las últimas décadas, ha sido el exceso de todo, en todo, que puso en jaque la portentosa Civilización de la Ciencia y la Tecnología fallida, y que no deja de involucrarnos a todos nosotros.

Insistir en la vida como única posibilidad de amor y de vuelo.

Poeta e historiador. Director ejecutivo de Diplomacia Cultural en la SRE

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