Desde la fundación del sistema político mexicano contemporáneo, luego del Plan de Agua Pieta y de la fundación del Partido Nacional Revolucionario de 1928, los presidentes de México hicieron del preámbulo de su relevo en el mando del país un motivo de diversión, las más de las veces patético, claramente perverso, porque algunos mandatarios, bastante ociosos e insensatos, heridos por el poder que se va y se va, se atreverían hasta pre destapar a no pocos tehuacanes sin gas aunque figurantes en las encuestas.

Desde que Plutarco Elías Calles presionó a Álvaro Obregón en 1927 para que aceptara reelegirse porque Luis N. Morones, el ultra poderoso líder obrero, amenazaba con lanzarse, el laboratorio de la sucesión, cualquiera que fuese el proyecto político a resguardar, siempre iría acompañado del inocultable y envenenado sueño de los presidentes de prolongarse en el poder por las vías de hecho o de Derecho. Siempre.

Dígalo si no, la experiencia de 1993-1994, en la que Carlos Salinas de Gortari ensayó, fatídicamente, trascender su poder por medio de la presidencia de Luis Donaldo Colosio, pretextando, como me lo confió en alguna ocasión su Jefe de Oficina, José María Córdoba Montoya, que la modernización histórica desatada por Salinas requeriría todavía de más y más tiempo.

La sucesión funcionaría además como una trampa de trampas de las propias intrigas del Presidente en turno. Como una desventurada y nefasta, muy acerada ruleta rusa capaz de desquiciar, como en 1994, no sólo el proceso sucesorio sino toda una época de cambios profundos.

En mi circunstancia de consejero político de Manuel Camacho Solís, uno de los precandidatos más fuertes para 1994 junto con Colosio, fui testigo de la crisis que de manera inaudita precipitó Salinas presidente al manifestarle directamente a Manuel, una semana antes del destape, que él no habría de ser el candidato.

“Estábamos el presidente y yo en el balcón central de Palacio, observando el desfile [20 de noviembre de 1993], me relataría el propio Camacho, a la mañana siguiente. Desde el principio- continuó- lo noté un poco elusivo y parco conmigo, como que se sentía molesto, no quería hablar más que de trivialidades. Quería evitarme. Algo pasaba. Decidí no darme por enterado y hacerle algunos comentarios sobre los problemas de la ciudad y sobre el curso de la política nacional. Le hice, como siempre, algunas sugerencias políticas pensando en el futuro. Salinas, seco y cortante, sólo me respondió. -Manuel, eso ya le tocará decidirlo al candidato. No necesitaba que me dijera más” (Enrique Márquez, Por qué perdió Camacho, revelaciones del asesor de Manuel Camacho Solís, México, Océano, 1995, pp. 43-44. El pdf, descargable y gratuito, se encuentra en www.sobrasescogidasdeenriquemarquezj.com).

Vendrían después diez días en los que el poder de Carlos Salinas habría de sucumbir, víctima de sus propias intrigas e incapacidades. Porque ¿por qué un presidente tan fuerte, tan popular, no pudo enfrentar a su compañero de proyecto y cómplice político de siempre con algo más que un simple y torpe descarrilamiento del destape?

Continuaremos el próximo sábado 7 de mayo.

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