Dedicado a Natalie Peignet.

I. París, Rue de Condé, 20 de enero, 2015, 03:20 hrs.

No hace muchas horas que me instalé aquí, un estudio minúsculo (30 m2) para estudiantes, profesores o escritores que vienen y van, cuando de pronto, algo más poderoso y pasajero que el jetlag ha venido a retirarme del sueño. Intentando conjurar el momento, bajo por mi cuaderno de notas para el curso sobre Octavio Paz que más tarde habré de impartir a un grupo de estudiantes franceses. Mientras leo y releo un artículo donde se relacionan ciertas cadencias internas de “Blanco”, el gran poema de Paz, con el oleaje que produce el Sena ya a las afueras de París, la inquietud del súbito despertar no ha logrado desaparecer. ¿En dónde estoy? ¿ Qué vibra me impide dormir? Comienzo a “gugulear”.

II. El descubrimiento, 05:10 hrs.

El antiguo mapa de Turgot (1739) y otras valiosas cartas urbanas del viejo París me indican que el estudio en el que habito estuvo integrado al palacio de Luis Borbón de Condé, el fiero y eterno rival del Rey Sol Luis XIV.

III. Segundo hallazgo, 10:25 hrs.

Después de horas y horas de obsesivo y subsiguiente “guguleo” (es que Google, como algún estudiante me dijo un día, suele darte más respuestas que Dios, profesor), vine a caer en la cuenta, después de leer una veintena de artículos doctos sobre la Historia francesa del siglo XVIII, que el estudio, emplazado en el primer tramo de la actual Rue de Condé, Barrio 6º, formó parte de una extensa vivienda dedicada a las damas de compañía de la esposa de Luis Borbón de Condé.

III. Rue de Condé, 21 de enero, 13:50 hrs. Recostado en mi camastro de profesor pasajero, con las marcas evidentes del desvelón que ni una generosa taza de verveine —mi infusión favorita— logran disiparme, miro las siete grandes vigas dieciochescas del techo de mi pequeño dormitorio con el mismo pasmo que surge en el historiador, verdadero e implacable lobero o montero, cuando ha logrado atrapar a su presa, a su tan anhelada y súbita, repentina pesquisa.

Después de pasear y volver a pasar mi vista por las vetustas escaleras, poseído de verdad por el hallazgo, acabo por llamarle a Gina, la periodista italiana que me ha rentado el estudio para reclamarle: ¿por qué no me lo habías dicho? ¿por qué no me habías dicho que esto formaba parte de la casa de una de las damas de compañía de la Condesa de Condé, y que una de esas damas fue la madre del Marqués de Sade y que aquí mismo, querida Gina, nació, en 1740, nada más y menos que el marqués?

IV. Línea Nº del Metro (Château de Vincennes-La Défense), 16:35 hrs.

Camino a mi curso sobre Octavio Paz, antes de tomar el metro, con los ojos completamente cuadriculados, me he sentado en la maravillosa fuente de Saint Sulpice para mirar un rato la fachada de la iglesia a cuya pila bautismal fue llevado Donatien Alphonse François de Sade no mucho después de su nacimiento a tres calles de aquí.

V. Ciudad de México, septiembre, 2015, 09:00 hrs.

Acodado ya en la mesa de mi cafetería de siempre, ya de regreso, me pongo a revisar el borrador de un libro que me ocupa y desvela sin remedio sobre la misteriosa relación entre el amor y el sexo al que habría de entregarme el mismo día del insólito encuentro parisino con la historia del marqués.

Sólo que ahora no navego entre mapas históricos o en las delicias de la historiografía francesa del XVIII. Embarcado en mis sentimientos más puros, porque sé que “escribir sobre el amor intimida —como afirmó Susan Sontag—, porque no habla uno del amor sino de uno mismo, de esas heridas que a uno lo acompañan como espadazos, grandes o pequeños, desde la infancia.”

Y más difícil será, como me lo propuse una madrugada en la Rue de Condé, escribir sobre el amor y su enigmático vínculo con el el sexo teniendo como referente a Sade, el eterno perseguido del Estado y la propia sociedad.

Lo sé.

Poeta e historiador. Director Ejecutivo
de Diplomacia Cultural en la SRE

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