“Mi poesía no es grande en todo caso, o si lo es, es de una grandeza pequeña (quiero decir relativa) y lo es por razones extraliterarias: por los temas de que trata ordinariamente, que es para los pobres, y por la justicia social, por mejorar el mundo. Estamos aquí reunidos contra el extremismo y contra el odio. Yo no soy extremista. Exigir democracia no es extremismo, o es un extremismo válido. Y en cuanto al odio tengo un Dios que es el de Jesús, que es amor. Puedo decir que odio el odio y amo el amor.”

Ay Nicaragua, Nicaragüita.

4 de diciembre de 2019.

La palabra de Ernesto Cardenal cae como luz, como río, como una deshojazón de humanidad en un mundo asediado por la antidemocracia, la violencia y el racismo que renace, incesante.

La violencia del supremacismo terrorista del texano que sacrificó a un grupo de mexicanos y estadounidenses en El Paso el 3 de agosto de 2019, motivando a la Cancillería mexicana a convocar en la ciudad de México al “Encuentro Latinoamericano México contra los extremismos: el valor de la cultura frente al odio”, en el que, en medio de diplomáticos, artistas, activistas y políticos, la palabra del poeta nicaragüense surge y se anida como una esperanza a la que no debemos renunciar.

Cardenal, Nicaragua, Nicaragüita. La poesía condenatoria de “una dictadura que más que cenizas parece haber heredado vivas brasas .”

Eso me cuenta el poeta a la hora de cenar el día de su llegada a México, nación que conoce y ama desde siempre, a la que ha dedicado no hace mucho un Canto pleno de quetzales, colibríes, flores, dioses y tristezas.

Cardenal, Nicaragua, Nicaragüita, doliéndose esa misma noche de la persecución que le ha arrebatado de Solentiname, su isla milagrosa, para encerrarlo en Managua donde morirá algunas semanas después de su visita a México.

Ay, Nicaragua, Nicaragüita. “SOMOZA FOREVER”, un viejo poema de Cardenal que me recita casi entero mientras pide otros tacos al pastor: “El espía que sale de día / El agente que sale de noche / y el arresto de noche: Los que están presos por hablar en un bus / o por gritar un Viva / o por un chiste. / ´Acusado de hablar mal del Sr. Presidente…´ /”

Ay, Nicaragua, Nicaragüita.

Cardenal, y el gran José Coronel Urtrecho, el poeta del canto estremecedor pleno de fe por el tiempo nuevo que vino con la caída de Somoza, que no podríamos dejar de leer. “NO VOLVERÁ EL PASADO: Ya es de otro modo / Todo de otra manera / Ni siquiera lo que era es ya como era / Ya nada de lo que es será lo que era / Ya es otra cosa todo / Es otra era / Es el comienzo de una nueva era / el principio de una nueva historia (…)

Ay, Nicaragua, Nicaragüita. La vieja historia que a veces no hace sino esconderse para sorprendernos y aleccionarnos: bruja siempre. La vieja historia del Epigrama:

“De pronto suena en la noche una sirena / de alarma, larga, larga, / el aullido lúgubre de la sirena / de incendio o de la ambulancia blanca de la muerte, /como el grito de la cegua en la noche, / que se acerca y se acerca sobre las calles / y las casas y sube, sube, y baja/ y crece, crece, baja y se aleja / creciendo y bajando. No es incendio ni muerte: / Es Somoza que pasa.”

Ay, Nicaragua, Nicaragüita. Solentiname, el poeta que como Fray Bartolomé defendía la vida y los sueños de los indios, tejiendo versos a Sandino, a Netzahualcóyotl, a Marilyn Monroe y al mundo cósmico que algún día -así lo pronosticó- vería desaparecer el sol radiante.

Ay, Nicaragua, Nicaragüita, la de un joven aferrado al curato, al amor y a la rebeldía: “Yo he repartido papeletas clandestinas, / gritando: ¡VIVA LA LIBERTAD! En plena calle / desafiando a los guardias armados. / Yo participé en la rebelión de abril: / pero palidezco cuando paso por tu casa / y tu sola mirada me hace temblar.” (Epigrama.)

Ay, Nicaragua, Nicaragüita, la de las brasas.

Cardenal, Sergio Fernández, Gioconda Belli, Darío, Julio Valle Castillo, el Cuadra, Joaquín Pasos, Coronel Urtrecho

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