Pocas veces las elecciones en Estados Unidos han despertado tanto interés en nuestro país como su actual proceso electoral. ¿Por qué la indiferencia de antaño se ha convertido ahora en un seguimiento puntual de lo que acontece entre republicanos y demócratas?

No es una elección más de su historia política-electoral. En verdad se trata de una elección definitoria sobre el modelo de régimen político que tendrá el vecino del norte en los años por venir, y del que dependerá la relación bilateral con México, su socio comercial.

Una elección sobre la continuidad de una democracia que a gritos pide reparación y no ha sido debidamente atendida, o el gobierno del caudillo Trump ensoberbecido con hambre y sed de venganza, dispuesto a destrozar su democracia, para hacerse de un poder metaconstitucional, como estuvo cerca de lograrlo hace cuatro años en enero del 2021 con el brutal ataque de sus huestes al Capitolio, a fin de perpetuarse en el poder, que no ganó en las urnas.

Los estadounidenses viven como pocas veces en su historia el drama shakesperiano de ser o no ser el país de las libertades y la tolerancia que el mundo hasta ahora ha conocido.

Apenas la semana pasada en el “supermartes”, cuando 15 estados, casi la tercera parte de los 50 celebraron primarias, los resultados favorecieron inequívocamente de un lado a Trump que derrotó a Nikky Haley, salvo en Vermont, y del otro lado a Joe Biden. Con las elecciones de este martes pasado en Georgia, estado de Washington (únicas a favor de Haley), Mississippi y Hawaii ambos ya han asegurado los delegados requeridos, por lo que ya son los nominados virtuales de sus respectivos partidos.

Esto significa que antes de las respectivas convenciones (republicana en Milwaukee en julio y demócrata en Chicago en agosto) y a siete meses de la elección el martes 5 de noviembre, quedan solos ambos contendientes, sin mayores rivales al interior de sus respectivos partidos. La postulación partidista la tienen asegurada en una etapa temprana de la contienda y por lo tanto, volveremos a verlos cara a cara en los debates.

El resultado del supermartes no fue sorpresivo. Unos días antes el diario NYTimes dio a conocer su encuesta, en la que aparecen Trump con una preferencia del 48% y Biden con una del 43%, (tan sólo 5 puntos de diferencia) como puntales y casi únicos contendientes. Por cierto, ambos con altos niveles de desaprobación, respectivamente del 43% el republicano y 42% el demócrata, lo que revela la gran insatisfacción del electorado estadounidense por sus presentes y futuros liderazgos. La fanfarronería y juicios penales, entre otros cargos por incitación a la insurrección de Trump, y la edad de Biden y su manejo de la invasión rusa a Ucrania y la franja de Gaza, tienen muy molestos a sus ciudadanos que no se sienten identificados con ninguno. Además, desde luego, el tema migratorio.

Ante ese panorama, ¿qué pueden esperar México y el mundo de esas elecciones en el segundo semestre de este año? En el fondo se trata de ver si a pesar de todo el mal que le ha causado Trump a su país y al planeta, su pueblo está decidido a entregarle de nuevo el poder más grande de la tierra, a un millonario farsante, con cargos criminales, por otros 4 años.

Para entender este aparentemente inverosímil fenómeno del nuevo ascenso del trumpismo, después de lo que presenciamos hace poco más de 3 años en el Capitolio, habría que recordar la ley sociológica-psicológica del alemán Dietrich Bonhoeffer según la cual la erupción del poder político o religioso en la esfera pública infecta a una gran parte de la humanidad con la estupidez (…) que está bajo un embrujo, ciega, maleada y abusada en su propio ser (…) ha sido desprovista de su propia independencia y ha rendido su posición autónoma ante las circunstancias emergentes (Papeles y Letras en Prisión, Fortress Press, 2015).

Por vacaciones esta columna no aparecerá en Semana Santa. Regresa en forma digital por un breve tiempo, a partir de abril.

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