“El infierno son los otros”, dice Jean Paul Sartre en A puerta cerrada, su famosa obra de teatro. La frase de Sartre no es una condena sino la constatación de que existe algo fuera del sujeto. Sartre se refiere a la mirada: el infierno es la mirada del otro porque en ella tu otredad es observada desde la otredad del que te observa. Suena enredado. Ambos se miran pero lo hacen de forma distinta, cada uno bajo una óptica sesgada por el filtro del mundo interno. La otredad es el espacio extraño donde los demás existen. Lo distinto, lo diferente, lo inalcanzable. La otredad como aquella cosmogonía cultural ajena que no es posible explicar desde la cosmogonía del sujeto, sea este un individuo, una familia o una sociedad.

El 8 de noviembre de 1519, las miradas de dos hombres se encontraron; en ellas prevalecían dos conceptos de mundo, de vida, de cultura, completamente ajenos uno al otro. Hasta muy poco tiempo antes, ninguno de los dos sabía de su mutua existencia. Más importante, no sabían de la existencia de lo que representaban. Ese día, en la ciudad de Tenochtitlán, Moctezuma Xocoyotzin, tlatoani del imperio Mexica, y Hernán Cortés, soldado del reino de Castilla, se encontraron frente a frente. Pocos encuentros desafían los límites de la otredad como este. ¿Cómo se habrán visto Moctezuma y Cortés?

Cortés había nacido en Medellín, España, un pequeño poblado en el suroeste del país. Un censo tomado unos años después de la muerte de Hernán Cortés, indica que el pueblo tenía una población de alrededor de 2,000 personas. Moctezuma había nacido en México-Tenochtitlán, la capital del imperio mexica. Unos años antes de su nacimiento, la triple alianza se había conformado, convirtiendo a la ciudad en una de las más grandes y poderosas del mundo. Cortés era hijo de un hidalgo, era un hombre aventurero y rebelde, su misma presencia en territorio azteca había sido el fruto de desobedecer al gobernador de Cuba. Moctezuma era hijo de Axayácatl, huey tlatoani de México-Tenochtitlán que perdió la famosa guerra contra los purépechas. Moctezuma era un hombre ambicioso y disciplinado.

En las fechas en las que ocurrió este encuentro, México-Tenochtitlan vivía una época de esplendor. En 1519 Moctezuma ya había concluido la construcción del Templo de Ehécatl y la última etapa del Templo Mayor, desde el cual se podía observar la ciudad entera, todos los cronistas coinciden en que era una vista imponente: había tres grandes calzadas que cruzaban la isla y la conectaban con tierra firme, un acueducto doble que traía agua dulce desde Chapultepec, decenas de canales bordeados de amplias calles, puentes de madera retirables entre los islotes y un gran dique construido por Nezahualcóyotl que dividía el agua dulce de la salada y al mismo tiempo evitaba inundaciones. En el centro de todo estaba la plaza que Bernal Díaz del Castillo describió diciendo: “Entre nosotros hubo soldados que habían estado en muchas partes del mundo, en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza tan bien compasada y con tanto concierto y tamaña y llena de tanta gente no la habían visto”. En 1519, se calcula que Tenochtitlán tenía una población de 200,000 habitantes, aproximadamente cinco veces más que Londres.

Del encuentro entre Moctezuma y Cortés hay muchos recuentos. Todos coinciden en que fue amable y ceremonioso, pero también queda claro que fue un encuentro que sucedió desde la otredad. Las crónicas de la época difieren en la actitud que tuvieron y las palabras que intercambiaron estos dos hombres; estas diferencias surgen de lo difícil que fue para cada una de las partes entender a la otra. Las crónicas de los españoles dan a entender que Moctezuma ofrecía su reino a Cortés, la tradición nahua de la época sugiere que esas palabras eran formalidades de la lengua para mostrar la superioridad del tlatoani azteca. Dos mundos distintos, cada uno interpretando al otro lo mejor que podía.

¿Qué habrá pasado realmente por la mente de Moctezuma y Cortés durante su encuentro? ¿habrán sentido miedo? ¿confusión? ¿emoción? ¿intriga? Lo que es cierto es que a partir de ese momento sus destinos, y con ello los del mundo que representaban, se volverían indisociables. De esa doble otredad, de individuos y mundos tan distintos uno del otro, nacería una nueva realidad. El proceso no sería terso pero sería determinante. Cierto, en 1521 los mexicas serían derrotados en batalla, pero en 1528 nacería Leonor Cortés Moctezuma, hija de Hernán Cortés, nieta de Moctezuma. Hasta los seres humanos más distintos pueden acabar teniendo puntos en común. México es lo que sucede cuando realidades distintas dejan de ser ajenas una a la otra. Donde la otredad se acaba, empieza México. Que no se le olvide a todos los que quieren dividirnos.


Analista político

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