En este espacio existe una regla que en casi cuatro años más o menos he respetado: No escribir de religión, futbol o política, temas apasionantes por supuesto, pero también discordantes, que causan controversia, enojo, ley del hielo y demás. Pero hoy hago la excepción. Y aunque no vivir en México me coloca en un lugar engañoso y poco ventajoso, leo, me entero, visito, me doy cuenta de lo que pasa y lo que estos tiempos inspiran. La marea rosa del domingo pasado lo dice todo: Los mexicanos y mexicanas estamos hartos. No más falta de transparencia, de impunidad, violencia, risitas fuera de lugar, abrazos, no más atole con el dedo. La hipocresía, arrogancia, corrupción y cinismo de este gobierno nos trae hasta la madre. Queremos resultados, queremos cambios, pero sobre todo queremos que continúe la democracia, el poder de elegir a nuestros gobernantes a través del voto libre. Una democracia “es un sistema político que defiende la soberanía del pueblo y el derecho de este a dirigir y controlar a sus gobernantes” (Wiki). Una democracia no garantiza un buen gobierno, pero nos permite como ciudadanos participar en el manejo de nuestra nación y sus recursos, de expresarnos libremente sin temor a represalias, de exigir a nuestros gobernantes que lo hagan bien y quien no va ‘pa fuera. Porque cuando un partido tiene el control de un país, aquello deja de ser democracia. Pregunten en Hong Kong, Nicaragua, Venezuela, Cuba, Rusia, China, y no me refiero al comunismo. Es el engaño, la manipulación, los otros datos.

Yo ya voté y creo que queda bastante claro por quién no lo hice. Fue el jueves pasado a las ocho de la mañana, hora de Valencia, mediante el voto extranjero electrónico con el que afortunadamente no tuve problema. Aunque me dieron recibo, olvidé capturar la pantalla no por desconfiar sino para subir la foto a Instagram. Estamos a unos cuantos días de que se lleven al cabo elecciones presidenciales, senadurías, diputaciones y gobiernos estatales allá en México y la cosa esta que arde. Acusaciones absurdas y peligrosas, rumores de golpe blando, arrogancia, los presuntos nexos con indeseables. Yo no quiero más de lo mismo, transformación de mal en peor. Solo he visto como el país se ha ido derrumbando literal y metafóricamente por la grave negligencia de sus gobernantes, allegados y parientes, como se nos va de las manos arrebatado por corrupción, valemadrismo e implacable ambición. El gobierno actual deja tantos casos inconclusos, tristes, injustos: el Colegio Rébsamen, las madres buscadoras, los feminicidios, la línea doce del metro, el desastre ecológico del Tren Maya. Y no olvidemos el manejo del Covid.

Si bien Xóchitl Gálvez y su equipo no pueden garantizarme sacar del hoyo a este México Lindo, estoy convencida de que frenaran en seco esta maquinaria bien aceitada, efectiva, implacable y perversa llamada Cuarta Transformación. Una mujer exitosa que ha salido adelante por sí misma, Xóchitl Gálvez me fue ganando poco a poco a largo de este último par de años. A veces bien, otras no tanto, ha tenido humildad para reconocer sus errores y corregirlos, ha sido empática cuando la ocasión lo amerita y ha demostrado, una y otra vez, que no se necesita ser hombre para tenerlos bien puestos. No estoy tratando de convencer a nadie, cuando llegue el momento cada quien sabrá qué hacer.  Para mi está clarísimo: La alternativa seria horrenda.

La alternativa es horrenda.

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