He aquí un poema. Está sostenido en el aire de la imaginación, como por milagro, por un hilo de oxígeno: ese hilo es el aliento de quien ha incorporado el aire circundante y lo ha devuelto al ámbito, pero ahora cargado de sentido. El hilo de oxígeno parece de una extrema debilidad, de una portentosa fragilidad; pero es en todo semejante a la resistente, poderosa, inquebrantable, indeformable barra de platino iridiado con la que se consagraba en París, hace muchos años, la medida universal del metro (100 centímetros exactos, exactísimos). Es lo que José Lezama Lima describía como algo único en la experiencia humana: la función pneumática de la poesía: aire in-significante inhalado, respirado, que se transforma en aire renovado, en poema, cuando se exhala grávido de significaciones.

Lo interesante es cómo la significación del poema está determinada por elementos físicos, por fenómenos fisiológicos. El significado de un poema no es, en absoluto, lo que comúnmente llamamos “un mensaje”: un cierto contenido conceptual o intelectual susceptible de reducirse de forma inmediata a una fórmula compacta y entendible. Veamos esto de cerca.

Tengo ante los ojos un poema de Quevedo que habla de “la edad”. Esta frase tan breve, sintética, no se refiere a un cierto número de años: los años que el poeta lleva vividos; en realidad se refiere metafóricamente a la vida, la propia vida, la existencia misma de Francisco de Quevedo, nacido en 1580 y muerto en 1645; la vida de ese pensador grave, moralista e inmoralista: iba del sarcasmo brutal y soez a la expresión sublime de los sentimientos más elevados.

En un momento del poema (el segundo verso), Quevedo exclama “¡Oh, cómo te deslizas, edad mía!”, con un indudable patetismo. El poema —un soneto, por más señas— discurre así, en ese tono. Tratar de buscar su tema, su contendido, su “mensaje”, es una tarea de pocos alcances. Podría uno, desde luego, lanzar urbi et orbi uno de esos discursos vaporosos, esmaltados de imágenes, que quieren sonar muy profundos y en realidad son morralla intelectual y literaria; por ejemplo: “El gran caballero y sabio circunspecto Francisco de Quevedo nos sitúa ante el trémulo abismo existencial de una vida vivida en los límites de un pensamiento severamente acotado por la asimilación de la enseñanza clásica cuyas raíces se sumergen hondamente en el estoicismo de Marco Aurelio y Epicteto”, así, sin comas, en una fatigosa declaración de corte más bien oratorio que crítico o analítico. Es decir, no mucho, casi nada.

El tema del poema de Quevedo es muy sencillo, casi diría uno: simple. Dice nada más “la vida es breve”, “el tiempo pasa rápidamente”. Nada más, pero también: nada menos. ¿Cuál es, entonces, el significado de este poema tan elogiado?

Su significado es la emoción que contiene, sellada en la forma que el poeta escogió para trasmitirlo, para comunicarlo. En la forma: allí está el sentido.

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