He vuelto a ver, a lo lejos, los contrafuertes de Santa Rosa de Viterbo. He caminado una vez más por la Plaza de Armas, con la estatua del marqués de la Villa del Villar del Águila en el centro, y he recordado ahí, por enésima vez, al Mago Septién, a quien Jorge “Sonny” Alarcón llamaba “marqués”, pues ese cronista deportivo —un sabio con toda la barba— era en verdad descendiente del noble aquel. He recorrido la Plaza Constitución que ahora, en las noches, se ha convertido en espacio de fiestas y de músicas. He regresado a La Mariposa a pasar el conversado desayuno con un querido maestro mío, amigo entrañable. He vuelto al Museo de la Ciudad y he saludado la estatua de bronce de Pancho Cervantes, sentado y con un simpático gato eternamente inmóvil, también de bronce, a sus pies. He caminado por el Jardín Zenea y he leído un letrero con el nombre de la calle “Damián Carmona”, pero no pude visitarla para tratar de localizar el lugar donde vivió Sara Romo, en una casa que ya no existe. Tampoco tuve tiempo de entrar al Museo Regional a admirar los enormes facistoles y a husmear los libros venerables que ahí se guardan. A lo lejos, el Cimatario y el Cerro de las Campanas; a este, el Sitio de los Fusilamientos, íbamos con Jesús Velarde a recordar la gesta ante el invasor y el sangriento final de los sueños imperiales. Pero me he asomado a los patios de las casonas y admiré como siempre los mil y un detalles de la arquitectura criolla, la fachada del histórico Teatro de la República, las tiendas de ópalos de Cadereyta, las dulcerías y los jardines bien cuidados, aunque también vi mendigos dormidos a la intemperie de la noche invernal en algunos rincones apenas abrigados, a un lado de las iglesias y los edificios públicos. Todo eso y más, mucho más, es la ciudad de Querétaro.

Pero lo mejor fue la gente que vi ahí: un puñado de escritores y pintores por quienes siento un cariño enorme. Unidos en torno a la memoria y la obra de Ramón López Velarde, en este centenario de su muerte (19 de junio de 1921), poetas, críticos y artistas visuales le hicimos un homenaje, el último de este año, en el Museo Regional. Llegamos de la Ciudad de México, de Tabasco, de Jalisco, de Morelos. No puedo, por desgracia, describir esa reunión de cuatro días ni mencionar a todos los asistentes por su nombre; lo que puedo decir es que estos de diciembre fueron los mejores cuatro días de largo tiempo. Lo que nunca olvidaré fue la visita a una de las más bellas bibliotecas que me ha tocado conocer y los momentos imborrables en que tuve en mis manos libros en verdad impresionantes.

Solíamos decir, con Saint-John Perse (traducido por Jorge Zalamea) que vivíamos este u otro momento “en la estimación”. Era una forma de declarar “un gran afecto, una pasión irrestañable”. Es lo que siento por los amigos, colegas y conocidos con los que estuve en Querétaro en estos días penúltimos de diciembre.

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