El soneto es una forma poética de extraña perfección. Rectángulo de palabras, sus partes se distribuyen de la siguiente manera: dos cuartetos (8) y dos tercetos (6), para dar el número canónico de versos: 14.

Uno de los sonetos más famosos de Lope de Vega —y de la lengua española— es un poema “alegórico de sí mismo”, o para decirlo a la moderna: autorreferencial. Es decir, su tema es él mismo, sus propios versos, y además despliega en un espacio diminuto la forma y el procedimiento, paso a paso, para componerse: “Un soneto me manda hacer Violante”, dice su primer verso y a partir de ahí cada verso describe el camino del poema; cuando dice, por ejemplo, “estoy a la mitad de otro cuarteto”, vemos que efectivamente el poema está ahí, en el sexto verso, a la mitad de su segunda estrofa.

Pero no me voy a meter aquí en una disertación sobre el soneto. Nada más voy a evocar un poema de ese género que me ha acompañado durante largos años: se titula, en lengua española, “El Desdichado”, y es una pieza del francés Gérard de Nerval (1808-1855), genial y atormentado precursor de la escuela simbolista en su país.

Para mí, en estos días, el camino para volver al soneto nervaliano pasó por la prosa reflexiva y crítica. En primer lugar, por el precioso libro de Richard Holmes, de crónicas y apuntes biográficos, titulado Huellas, sobre un puñado de escritores románticos, que consulto de vez en cuando; luego, un ensayo de pensamiento literario cuya lectura me debía hace ya muchos años: El movimiento simbolista en literatura, de Arthur Symons, que me parece una obra maestra. Symons y Holmes escriben con suprema elocuencia acerca de Nerval. Pero casi nada hay semejante al precioso librito de Florence Delay, Llamado Nerval (FCE), a cuyas páginas he vuelto también en estos días.

El soneto “El Desdichado” presenta sin el menor sistema —o mejor dicho: con el sistema de un poema, a la vez suelto y riguroso— los elementos de varios mitos. Esa rara constelación de fábulas y alusiones está internamente enlazada por una música verbal de una belleza seductora; de una eficacia tal que aun quienes no conocen bien la lengua francesa, la disfrutan y se impresionan con la sonoridad de los versos. Cómo consiguió Gérard de Nerval esos efectos es parte del misterio que le ha dado su fama a este poema.

El soneto nervaliano pertenece a una serie que lleva el encabezado general de “Las Quimeras”. Son apenas 17 poemas que le aseguraron a Nerval un lugar perdurable en la historia de la literatura francesa.

Sé que algún lector extrañará el tema de las traducciones al español de “El Desdichado”. Hay buenas traducciones a nuestra lengua, y mejor aún: son muchas las traducciones y versiones de esos versos. Yo consulto casi siempre los traslados de Octavio Paz, que me parecen magníficos y muy útiles.

Es probable que los temas aquí abordados no sean de actualidad. Es uno de sus atractivos.

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