Hace 40 años más o menos, en una reunión con escritores en la Ciudad de México, el poeta peruano Mirko Lauer nos regaló algunos ejemplares de la revista que por entonces hacía en Lima con un puñado de camaradas. La publicación llevaba el muy vallejiano nombre de Hueso Húmero. Comenzamos a hojearla y de repente Lauer le arrebató a uno de nosotros uno de los ejemplares porque, dijo exaltado, era absolutamente necesario que conociéramos un poema que estaba impreso en sus páginas. Abrió Hueso Húmero y se puso a leer ese poema; pareció meterse tanto en la lectura de los versos —impresionantes, en verdad— que su gesto era el de una persona que andaba por otros rumbos de la mente, del espíritu, como si sobrevolara una extensión ardiente, seca, enorme. El poema que nos leyó, completo, en esa ocasión memorabilísima fue “El Desierto de Atacama”, del chileno Raúl Zurita.

Ahora Zurita es un patrimonio de la humanidad entera y se merece todos los homenajes que se le rinden y todos los premios que le dan, entre ellos el Reina Sofía, que le entregaron en Madrid el pasado 25 de noviembre; en aquellos años lejanos era apenas conocido por unos cuantos lectores: un poeta de culto, como se dice.

Ese mismo día de hace cuatro décadas yo me volví un admirador ferviente del inmenso poeta de Chile; a quien se dejara, le decía yo de memoria largos pasajes de ese poema que me abrió las ventanas y puertas de su obra. Luego, en 1988, conocí a Zurita, que para mí es, desde esos días, “Raúl”; no quiero que se entienda aquí que estoy presumiendo (un poquito, sí) porque en México Zurita tiene muchos y buenos amigos. No soy el único pero sí, quizás, el más antiguo de sus seguidores mexicanos.

Señalo enérgicamente el año en que nos conocimos en Santiago, 1988, porque fue el del gran plebiscito en el que los chilenos repudiaron al dictadorcillo que los oprimía, reprimía, violentaba, torturaba, encarcelaba y asesinaba, inmisericorde. El día en que culminó la campaña del No (el rechazo al dictador) hubo mucha violencia en la capital chilena: gases lacrimógenos, persecuciones, maltrato de los “pacos” a los disidentes de la oposición. La fecha exacta: 2 de octubre de 1988; 20 años después de haber estado aquella tarde infausta en la Plaza de las Tres Culturas, andaba yo en las mismas: “¿qué estoy haciendo con mi vida?”, me pregunté intrigado, y le confiaba a quienes hablaban conmigo que yo quería más bien pasármela leyendo, muy tranquilo, y escribiendo de vez en cuando. Raúl Zurita está unido entrañablemente a esa jornada liberadora.

“El Desierto de Atacama son puros pastizales”, leíamos en silencio, decíamos en voz alta. Era la visión de un país extendido sobre la arena candente, martirizado; la alucinación de una especie de poseído, de profeta secular, investido con los poderes mayores: la imaginación, el lenguaje en estado de plenitud, la piedad, la bondad.

Raúl Zurita: siempre.

Google News

TEMAS RELACIONADOS