El arqueólogo mexicano Eduardo Matos Moctezuma cumplió 80 años de edad la semana pasada. Le hicieron algunas entrevistas y sus colegas en El Colegio Nacional organizaron un homenaje para celebrarlo. Lo rodearon de afecto y le declararon su admiración y su reconocimiento. Leonardo López Luján, colaborador de Matos Moctezuma durante largos años, preparó y coordinó ese convivio a distancia, según los usos de los tiempos.

Matos Moctezuma es un arqueólogo célebre; su nombre es conocido de todos y todos, en general, están al tanto de su obra. Desde luego, en el centro de esa justa fama están sus impresionantes hallazgos y tareas en el Templo Mayor, en el corazón mismo de la Ciudad de México. El emblema, símbolo y realidad tangible, visible, de todo ello es el monolito de la diosa Coyolxauhqui, desenterrado en 1978. Los méritos indiscutibles de Matos Moctezuma se localizan fácilmente en dos amplios espacios: en primer lugar, la recuperación y el estudio del pasado prehispánico; en segundo lugar, la revaloración de la arqueología entre nosotros.

Pero hay algo más. La voz de Eduardo Matos Moctezuma es la de una autoridad: la autoridad del sabio de la tribu. Esa semana de fiesta por sus 80 años comenzó el martes 8 de diciembre con una mesa redonda en la que Matos, sin proponérselo, llevó la parte principal. Él habló antes que nadie y dio la pauta para las intervenciones de los demás. El grupo era diverso: incluía a un arqueólogo, el propio Matos Moctezuma; un cineasta, un etnólogo, un científico y un poeta. El tema: el balance en ciencia y cultura a dos años del actual gobierno.

No trataré de resumir lo que ese martes planteó nuestro mayor arqueólogo. Me ocuparé únicamente de uno de los temas que tocó: la desfiguración del pasado histórico y los fines políticos que animan tal operación falsificadora. Escuchando a Matos, recordé el viejo Breviario del orientalista Bernard Lewis, libro cuyo título es una advertencia apenas disimulada: La historia recordada, rescatada, inventada. Si unimos la noción de “historia” a la de “invención”, nos quedamos con esta formulación alarmante: “la historia inventada”. La historia puede inventarse y es lo que ahora presenciamos en nuestro país; el ejemplo más a la mano de invención de la historia mexicana es el acomodo de la fecha de la fundación de la Gran Tenochtitlan. Los fines políticos que explican esa falsificación son muy claros, para quien quiera verlos, por supuesto.

No faltará quien le salga al paso a las observaciones de Eduardo Matos Moctezuma. No quiero pensar qué forma asumirán esas reacciones. Ojalá no ocurran como tristemente las imagino; pero nada lo garantiza. La denigración de la ciencia y de la cultura obsesionan a Matos y a quienes lo han escuchado y leído estos días.

Celebro los días y los trabajos del arqueólogo, sabio y humanista Eduardo Matos Moctezuma. Es nuestro más valioso octogenario.

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