Entre los libros que más me han impresionado en los meses recientes hay uno de Anagrama que se titula El colgajo (Le Lambeau, en el original francés). Su autor es Philippe Lançon, periodista que en 2015 era parte de la planta de colaboradores de Libération y de Charlie Hebdo. Esta última es la revista satírica que se hizo célebre en todo el mundo a raíz del salvaje atentado que sus redactores y caricaturistas sufrieron el 15 de enero de 2015.

Desde luego, en Francia Charlie Hebdo tenía muchos seguidores y sus líneas editoriales eran motivo constante de discusiones, a veces muy agrias. Lançon fue una de las víctimas del atentado y sobrevivió a heridas terribles que las balas de ese día de enero dejaron para siempre en su cuerpo: la cara le quedó deshecha por los disparos y durante meses interminables fue sometido a infinidad de operaciones e intervenciones. La palabra “colgajo” en el título de su libro se refiere a eso: las tiras de piel y hueso que hubo que tomar de su propio cuerpo para reconstruir lo que quedó destrozado.

Para redactar estos renglones he vuelto a hojear el libro y me he fijado en las notas que tomé y en los subrayados que hice. Entre lo que me llamó la atención está el conocimiento que tiene Lançon de los países de América Latina; claro, se me dirá: tuvo relaciones personales importantes con gente de estos rumbos. Pero yo discerní un genuino interés intelectual, histórico, cultural. Habla también de literatura, de música, de arte; habla de la ciudad de París, conmovida hasta sus antiquísimos cimientos por la masacre de enero de 2015.

No se trata solamente de que Lançon tenga una visión amplia y rica del mundo. Es que el atentado sacó de él reservas formidables de pensamiento y reflexión que debo llamar, en buena ley, estoicas. No nada más resistió con buen ánimo y fortaleza el suplicio de los tratamientos médicos; sino que convirtió lo que le sucedió en un tapiz de temas profundos, decisivos, en torno a la vida, la sobrevida, el dolor, la amistad, el amor. No lo buscó, desde luego. Pero lo que ha hecho con ello es admirable.

En las conversaciones informales, amistosas, en las que he tratado de comentar y recomendar este libro me he quedado frustrado. Siempre, opiniones tajantes y dichas con todo aplomo: “Es que los de Charlie Hebdo se la buscaron con sus burlas a los musulmanes.” No he podido siquiera empezar a hablar de lo que me pareció el libro de Lançon ni de lo que encontré en sus páginas. Fui interrumpido enérgicamente y tuve que escuchar peroratas ya mil veces oídas. “Ni modo”, me digo. Ellos se lo pierden. El libro es una obra maestra.

La persona que me recomendó el libro de Lançon, por fortuna, es la interlocutora ideal, la única hasta ahora: con ella sí puedo hablar de El colgajo y lo hago a menudo. Lo diré todo: es mi hija, lectora extraordinaire. De veras: ese libro vale muchísimo la pena. Aquí lo recomiendo con fervor.

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