Un hombre emprende un viaje. Sabe a dónde irá pero no sabe qué encontrará en esos lugares a los que se dirige; son “tierras extrañas”, de las que posee noticias magras o abundantes, ricas pero frías y, para él, suficientes. Sabe que las raíces de su familia, sus orígenes genealógicos, están allá, en esos dominios. Sabe o intuye que ese viaje tiene los rasgos distintivos de una larga jornada iniciática; que es un viaje de conocimiento, de intensa introspección, de búsqueda de sentido.

Esos lugares a donde va tienen nombres precisos: Turquía, Siria… Israel. De allá llegaron las gentes de su familia hace años, cruzando mares y geografías, y se asentaron en México. Eran judíos de Sefarad, desperdigados por media Europa y en el Medio Oriente. Su lengua es, sigue siendo, el ladino, el judeoespañol, lejano del hebreo de Sem Tob de Carrión pero nacido en los mismos ámbitos, fruto de los exilios interiores y de las expulsiones violentas.

Ese hombre viajero, ese Homo Viator, se llama Jacobo Sefamí. Escribe, lee, enseña; busca significados y formas en vastas bibliotecas poéticas. Cuando se ríe, sobreviene a su alrededor una especie de temblor telúrico: su carcajada es franca y abierta, vibrante; llena los espacios y los espíritus con la energía de un júbilo contagioso.

Pero este viaje no es cosa de risa. Hay en el trayecto una multitud de signos que el Homo Viator debe descifrar y poner en relación con señales y ritmos, con palabras y entonaciones. El viaje se convierte paulatinamente en una inmersión en aguas cada vez más profundas.

Por tierras extrañas es un libro hermoso, concebido por una mente despierta y ejecutado por una pluma versátil, capaz de calar en las múltiples dimensiones de una experiencia única. Jacobo Sefamí sabe y siente cómo su peregrinaje por aquellos países lejanos lo pone en relación con un pasado laberíntico de razas y culturas; sabe también que no podrá, por más que se esfuerce, abarcar todo lo que le ofrece el espectro de lo que ve y escucha, de las presencias y de lo que las presencias articulan dentro de su espíritu de viajero inquisitivo.

Luego viene un viaje mucho más complejo al pasado mexicano de este hombre, y de ello queda el testimonio desolador en el otro libro, el conjunto de poemas que lleva por título Mili en lo inacabado mutante. Un círculo parece cerrarse: una imagen de Mili, la hermana ausente, está ahí, en la portada de Por tierras extrañas.

Conozco a Jacobo Sefamí hace ya muchos años; es una presencia entrañable en mi vida y en la vida de muchos otros. Su libro Por tierras extrañas, junto al otro con el que forma un díptico, Mili en lo inacabado mutante, ha sido el punto de partida de esta columna. Sé que no le hago justicia a ese libro viajero, a ese otro libro que le responde, la evocación de una tragedia imborrable.

Sé que he leído con fervor estas páginas que no olvidaré. Son una escritura entrañable y noble.

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