La historia de Miranda es el reflejo de un México que no acepta la diversidad. Al conocer la historia de Miranda, me sentí enojada, triste, impotente. Me hizo reflexionar sobre las batallas diarias que enfrentan las personas de la comunidad LGBTTTIQ, por el simple hecho de ser libres y expresarse, siempre temiendo el juicio, la intimidación, la persecución, e incluso la violencia; tal y como le sucedió a Miranda.

Miranda regresaba del tianguis después de hacer unas compras con su esposa, era un agradable sábado por la tarde cuando, a unas cuadras de su domicilio, se percataron de la presencia de un hombre que las miraba de forma despectiva: “Nos dijo algunos comentarios homofóbicos, pero mi esposa y yo decidimos ignorarlo”.

Miranda tenía poco tiempo de haberse mudado a la colonia, acababa de casarse y tenía la intención de empezar una vida en compañía del amor de su vida, pero las cosas iban a cambiar: “Al día siguiente, mientras nos dirigíamos al súper en el coche, mi suegra, mi esposa y yo, notamos que el sujeto que nos había agredido antes, estaba nuevamente rondando la colonia, lo vimos a tan solo una calle de nuestro domicilio, pero, esta vez, rodeado de amigos, eran más de 6 hombres”.

Esto fue el detonante para Miranda, quien no iba a permitir que la intimidaran: “Me bajé del coche y le dije que no tenía derecho a tratarme así, que me dejara en paz de una buena vez”. El sujeto reaccionó: “Se me cuadró y me soltó el primer golpe, le respondí con otro golpe, pero la fuerza de él era mucho mayor, me tiró al piso y comenzó a patearme”. La esposa de Miranda, aterrada, corrió a defenderla, pues ya se había formado una bola de hombres alrededor de Miranda, dispuestos golpearla; lamentablemente, no pudo detenerlos y ella también empezó a recibir golpes e insultos. Los vecinos comenzaron a salir de sus casas al escuchar la pelea, armados con palos y cadenas, dispuestos a descargar su ira contra ellas.

Miranda, con un último intento, logró levantarse y huir de la golpiza. Subió al coche e intentó salir de aquella maraña de golpes e insultos, escuchaba a lo lejos los gritos: “No la dejen ir. ¡Pinche fenómeno!”.

Como pudo, arrancó el coche y aceleró, pero los vecinos seguían jalándola a través de las ventanas abiertas del automóvil: “Lo único que quería era salir de ahí, sentía los jalones y observaba por todos lados la multitud de gente gritando; mi primer reacción fue esquivarlos, le metí reversa al coche y me subí a la banqueta, no veía nada, terminé estrellándome con unas rocas y con el cofre destrozado, pero en ningún momento atropellé a alguien, al menos nunca lo vi”.

“Hubo un tipo de complexión robusta que me sacó del coche y me sometió, me dio un golpe fuerte en la cabeza y me tiró al piso. No puedo recordar bien lo que pasó después, tengo ligeros flash backs donde la multitud me está golpeando, puros hombres, entre 10 y 15 hombres me pegaban, no les importó que fuera mujer, casi todos los golpes eran en la cabeza, recuerdo que con una patada me llevaron hacia un zaguán y uno de los tipos me decía: “¿Apoco sí muy hombrecito? ¡Pues aguante!”, otro comenzó a pegarme en la vagina diciéndome: “¿Dónde está tu pene? ¿No que muy chingón?”, fueron comentarios muy hirientes”.

Miranda no respondía, el dolor la invadía y pensaba que iban a matarla, fue hasta que escuchó a una patrulla acercándose y levantó la vista: “Llegaron los policías y me levantaron, pero dejaron que la gente me siguiera golpeando, después me subieron a la patrulla y dicen que me convulsioné, pero no me acuerdo de nada, cuando desperté ya estaba en el Ministerio Público”.

Miranda cuenta que recuperó el conocimiento, pero sólo reaccionó hasta que escuchó los gritos de su esposa, quien se encontraba en la patrulla de al lado, también golpeada. A partir de aquí, Miranda y su esposa sufrieron nuevamente discriminación, homofobia y odio, las autoridades les plantaron evidencia en sus expedientes, argumentando que ellas tenían aliento alcohólico al momento de la pelea y que “se lo merecían por ser lo que son, lesbianas”. Les hicieron firmar hojas en blanco y no les permitieron hacer una llamada telefónica a un abogado o familiar; nunca fueron examinadas por un médico ni atendieron la crisis de ansiedad que vivió Miranda durante esas horas de burocracia y horror.

Después de algunas horas, Derechos Humanos se presentó en el Ministerio Público y las cosas mejoraron un poco: “Llegó un médico y me tomó mis lesiones, me llevaron a la Cruz Roja y ahí me tomaron rayos X y me hicieron exámenes, pero nunca se los entregaron a mi familia, todo eso se perdió”.

Actualmente, Miranda todavía presenta secuelas de los golpes que le dieron: “Cuando me metieron a los separos del Ministerio fui al baño y mi pantalón y mi calzón estaban llenos de sangre, al limpiarme me dolía mucho, noté que tenía contusiones en mi vagina. Me duele apretar las piernas, caminar o tener relaciones sexuales; también la cabeza me sigue doliendo mucho”.

El sistema no sólo le negó a Miranda el derecho a defenderse legalmente por las agresiones sufridas, sino que, además, la inculparon de haber atropellado a personas en el momento de la riña, sin que a la fecha se le haya informado a quién supuestamente atropelló, o el daño que presuntamente causó. “Primero, los fiscales dijeron que había atropellado a 15 personas, después dijeron que a 10, ya en la audiencia dijeron que eran 6, y luego dijeron que solo causé lesiones que tardan en sanar menos de 30 días; o sea, a cada rato están cambiando la declaración y eso no se vale, yo estoy segura que no atropellé a nadie, pero los fiscales, el juez y los custodios me dicen que me calle, que no tengo derecho a nada por ser una “pinche lencha” También me quisieron meter otra carpeta por robo con arma blanca, pero no pudieron comprobar nada.” A los agresores de Miranda, nisiquera los interrogaron.

La historia de Miranda presenta un panorama doloroso de nuestro país, pues nos refleja cuánto trabajo queda por hacer para transformar no solo el sistema de justicia que castiga a mujeres víctimas de violencia, sino también, la mentalidad machista y homofóbica tan arraigada en nuestra sociedad. Miranda es una mujer lesbiana que fue víctima de un odio injustificado, una mujer que pasará años en prisión por defenderse y ser ella misma. Miranda es víctima de una sociedad violenta y sin empatía; víctima de un México intolerante.

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