“El hotel más caro del mundo”, recuerdo la primera vez que escuché a una interna Del penal de Barrientos decir esta expresión: los hombres y mujeres que viven en nuestras cárceles tienen que pagar por prácticamente todo. Agua para beber, comida, hacer una llamada, recibir visitas, ver a su abogado, comprar pañales para los bebés que viven con sus madres dentro de prisión, tener una almohada y colchón para dormir, “protección” de otros internos, ver al médico, comprar artículos de higiene personal para satisfacer sus necesidades básicas. El empleo dentro de prisión se ha convertido, más allá de un medio para lograr la reinserción social, en una necesidad para sobrevivir.

Existe suficiente evidencia para afirmar que el empleo dentro de prisión genera diversos beneficios tanto para las personas privadas de la libertad, como para la institución penitenciaria: reduce significativamente la mala conducta y los incidentes violentos dentro de las cárceles, genera bienestar emocional, mejora la autopercepción de hombres y mujeres, aumenta habilidades interpersonales, desarrolla autoestima, genera vínculos sociales positivos, y sobretodo, resulta eficaz para reducir los índices de reincidencia y la delincuencia.

Si conocemos la solución, ¿por qué no la aplicamos en nuestras cárceles? En México vivimos una crisis preocupante en el sistema penitenciario, nuestras cárceles son conocidas como la Universidad del Crimen. Es triste, pero muy cierto. Las personas que hoy ingresan a prisión, tienen más probabilidades de convertirse en mejores delincuentes y expandir su red criminal, que realmente aprender un oficio con el que puedan verse remunerados lejos de la delincuencia, o más allá, tener un empleo formal dentro de prisión.

La falta de capacitación laboral y empleo dentro de los centros penitenciarios es un problema del que pocos hablan, pero cuyas consecuencias las pagamos todos como sociedad. 1 de 4 personas que salen de prisión, reinciden. Y el 52% de ellas lo hace dentro de los primeros 2 años de obtener su libertad. ¿Cómo esperamos que nuestros internos e internas construyan un proyecto de vida lejos de la delincuencia, si no les damos las herramientas para hacerlo? Tenemos a más de 230 mil personas privadas de la libertad, 66% provienen de contextos de pobreza, y más del 70% tiene dependientes económicos, a los que tienen que seguir apoyando incluso mientras cumplen una condena.

A manera de ejemplo, en el Estado de México, hay 29,134 personas privadas de la libertad en 22 penales estatales, donde únicamente tienen un empleo formal dentro de prisión 302 personas: 142 mujeres y 160 hombres. Es decir, solamente el 1.03% de la población penitenciaria distribuida entre 6 reclusorios realiza una actividad laboral formal dentro de prisión.2 ¿De dónde obtiene el 98.97% en los 16 reclusorios restantes, los recursos para solventar sus gastos dentro de prisión, y apoyar a sus familias? Del empleo formal, digno, y remunerado, desde luego, no.

En mi experiencia profesional trabajando por más de 7 años con mujeres en prisión, las opciones son pocas: en el mejor de los casos, los internos e internas consiguen material –siempre a cambio de una “contribución” para el custodio en turno- para elaborar artesanías y venderla a los familiares el día de la visita. Otros, recurren al apoyo de los familiares –si es que todavía tienen contacto, pues en el caso de las mujeres son en su mayoría abandonadas- y se convierten en una carga económica para ellos, quienes, viniendo de contextos de pobreza, hacen hasta lo imposible para obtener recursos para que sus familiares dentro de prisión vivan bien. En peores escenarios, los internos e internas recurren a la delincuencia. Las famosas llamadas de extorsión desde las cárceles, la prostitución de las internas en los penales de hombres, el hacer “talacha” para otros internos, son prácticas que se vuelven el pan de cada día.

Desde La Cana, organización que encabezo y que emplea al mayor número de mujeres en prisión del país, hemos visto que los cambios son posibles: 103 mujeres trabajan todos los días con nosotras desde prisión, se capacitan en técnicas de tejido, bordado, costura y tramado textil. Mujeres que han escogido un proyecto de vida distinto, uno alejado de la delincuencia. Conocemos la solución, urge voltear a ver nuestras cárceles para construir un México más seguro.

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