El noroeste de México es un lugar extremo y fascinante. En ese rincón de nuestro país las temperaturas veraniegas alcanzan los 50°Celsius en el Valle de Mexicali y en invierno las zonas altas de la sierra de la Rumorosa pueden cubrirse de nieve. Es tan solo una pequeña estampa de la diversidad de ecosistemas y especies de la región en la que lo mismo podemos disfrutar del avistamiento de aves en la Ciénega de Santa Clara o encandilarnos con el reflejo del sol de las blancas planicies de sal en la boca del Río Colorado.

Por Catalina López-Sagástegui 

La Reserva de la Biósfera del Alto Golfo de California y Delta del Río Colorado fue establecida en 1993 con el propósito de proteger su riqueza natural. La mayoría de esta atención la reciben especies originarias de la zona como la vaquita marina y la totoaba, un pez y una marsopa, que se encuentran íntimamente relacionadas por su vulnerabilidad. La primera sujeta a una veda desde la década de los 70’s pero víctima de una creciente pesca ilegal, sobre todo durante la última década. La segunda, un mamífero que muere en las redes que se usan en las pesquerías de la región, particularmente en las redes clandestinas que atrapan totoaba.

Me atrevo a decir que la variedad de los programas impulsados para proteger a la vaquita marina es equiparable a la diversidad de especies con la que comparte hábitat. Entre ellos, cabe mencionar la compra de permisos de pesca, un portafolio de alternativas a la pesca, un refugio pesquero, la prohibición de artes de pesca e, incluso, el pago por compensación para que los pescadores no hagan lo que mejor saben hacer. Lo cierto —y lo dramático— es que estos esfuerzos se han quedado cortos para alcanzar la meta que se ha convertido igual de elusiva que la propia especie que buscan proteger. Pensemos que, muy probablemente, esta ha sido la batalla más dura de la historia de la conservación en México.

No obstante, en los últimos 10 años, la totoaba, un recurso considerado una de las razones de la existencia de las comunidades de San Felipe, Baja California, y el Golfo de Santa Clara, Sonora, ha captado una parte de la atención política y mediática que antes estaba centrada exclusivamente en la vaquita marina. No obstante, cuando escuchamos o leemos sobre este tema siempre está ligado a la ilegalidad, la corrupción y la violencia; en muchas ocasiones oscilando entre la objetividad informativa y un patente desprecio por la cultura asiática, consumidora principal del buche de la totoaba, un discurso opuesto al romanticismo con la que suele hablarse de la vaquita marina.

Lo cierto es que la situación merece una óptica más precisa que solo es posible si se conoce la región y se trabaja de la mano de las comunidades. He tenido esa oportunidad y, sin duda, marca una diferencia abismal en la óptica con la que se entiende la problemática. La pesca es el motor de las familias que fundaron y que constituyen las comunidades que conocemos en el llamado Alto Golfo de California, el recodo interno donde nace la península de Baja California. Borrar a la pesca es eliminar un elemento de cultura e historia regional, algo que debe considerarse igual de inimaginable e inadmisible que la pérdida de una especie.

La sobrexpolotación es un sello histórico de la región. Comenzando por la desaparición del gran delta de l río Colorado como consecuencia del represado y la consecuente pérdida de ecosistemas y especies que dependían de los aportes de agua dulce del flujo de agua; pasando por el mismo colapso de la pesquería de totoaba. Sin embargo, esta historia también incluye la búsqueda de un aprovechamiento sustentable en las pesquerías que aún se practican.

Por supuesto, debemos mencionar enfáticamente que la zona padece corrupción, presencia de crimen organizado y actividad ilegal que, además se complejizar la problemática, se manifiesta de muchas maneras como una forma más de la diversidad que caracteriza el contexto actual de la región. Ante tanta devastación ambiental y social, ¿no deberíamos explorar nuevas maneras de afrontar los grandes retos para redirigir el rumbo?

Como mencioné antes, históricamente la conservación en el Alto Golfo se ha enfocado en la vaquita marina y no fue sino hasta hace pocos años que se ha buscado integrar a los pescadores como aliados. Esto ha significado una transformación en dos sectores que se veían como rivales e, incluso, como enemigos. Una transformación que no resulta fácil, según me explicó Don Andrés Rubio, líder pesquero de carácter fuerte y arraigado a la tradición, durante una conversación en una calurosa tarde de septiembre mientras veíamos a las embarcaciones llegar con la captura del día en el muelle de San Felipe.

La transición hacia nuevos enfoques para la conservación y la regeneración del tejido social requiere de análisis y tiempo para que el gobierno, los productores, la sociedad civil y las comunidades construyan una visión que favorezca el bienestar social y económico de las comunidades sin descuidar el capital natural que las sostiene.

Lo anterior significa ampliar la óptica y considerar la problemática y los sectores que durante mucho tiempo han sido considerados ajenos al tema ambiental. Acompañar la gestión de los recursos marinos con programas que fortalezcan el desarrollo social permitiría a las comunidades adaptarse a nuevas realidades y enfrentarse a la tarea titánica que es la búsqueda de una identidad nueva.

Habrá quienes digan que el tiempo es un lujo y que la vaquita y la totoaba (como muchos otros problemas ambientales en nuestro país) no pueden esperar. Pero necesitamos hacer uso de ese “lujo” para tener un espacio para la reflexión y, sobre todo, para aprender de nuestros errores. Es el tiempo del análisis de lo hecho y lo alcanzado; de la evaluación de resultados y la identificación de áreas de oportunidad para diferenciar los síntomas de la raíz de los problemas y compartir conocimiento. Se trata de empatar agendas y construir una visión colectiva a favor del balance entre la ecología, la economía y el bienestar social. Estamos a tiempo para crear un nuevo paradigma de la conservación en México que proteja la riqueza biológica, cultural e histórica del Alto Golfo de California.

La vaquita marina y la totoaba han compartido tiempo y espacio, ambas importantes y necesarias para mantener al ecosistema en equilibrio . Aprendamos que, aunque nos toque navegar en distintos barcos, lo importante es que lo hagamos con el mismo rumbo.

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Directora del Programa Marino del Golfo de California del Instituto de las Américas y miembro de la Comunidad 1.5 grados para salvar al planeta. 

 

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