El acceso al agua potable es una demanda social que crece a ritmos acelerados. La carencia de un suministro continuo ha sido un problema que aqueja a cada vez más espacios urbanos, incluyendo zonas de nivel socioeconómico medio alto en las que anteriormente pocas personas manifestaban tener problemas.

Los twitazos, quejas, protestas, manifestaciones, entre otras expresiones muy diversas de descontento se pueden encontrar diariamente en todos los medios de expresión pública.

La gran mayoría de esas exigencias piden la restauración inmediata del servicio a la alcaldía correspondiente o al sistema de suministro de agua potable. Y a pesar de que efectivamente, estos tienen corresponsabilidad en su gestión, ¿cómo lograr abastecer a millones de personas cuando la disponibilidad del líquido es baja, y encima de ello, mal distribuido?

Lo que aún tenemos que entender con mayor profundidad es que nuestros problemas de acceso al agua potable, más allá de cuestiones administrativas, tuberías descompuestas o en mal estado, están estrechamente ligados a la crisis climática y ambiental que enfrentamos.

De acuerdo a investigaciones recientes, México es uno de los países que experimenta un mayor aumento de temperatura en el mundo. A su vez, somos uno de los países más vulnerables a los efectos del cambio climático.

Si recordamos que el agua tiene un ciclo que depende en gran medida de las condiciones climáticas, hay entonces un nexo evidente entre el aumento de temperaturas y la reducción de lluvias, que se termina traduciendo en la falta de disponibilidad del agua. Al día de hoy, de acuerdo al Servicio Meteorológico Nacional, el 85 por ciento del territorio nacional se encuentra bajo una sequía de una magnitud que no había ocurrido en años.

Este aumento de temperatura no es casual. Está completamente asociado a los malos manejos ambientales por la acción u omisión de los gobiernos. Esto ha implicado la pérdida de grandes áreas de valor ecológico y sus ecosistemas, los cuales juegan un papel fundamental en la regulación de la temperatura y la captación de carbono.

Grandes metrópolis como la Ciudad de México se encuentran en condiciones altamente desfavorables al haber permitido desde hace años un crecimiento exponencial de proyectos inmobiliarios en zonas no aptas, así como infraestructura vial que impide la infiltración de la lluvia para recargar los acuíferos del subsuelo, de los que depende la mayor parte del abasto de agua. Vemos con indignación cómo esta situación se agrava, cuando del lado del Estado de México se autorizan desarrollos como Reserva Santa Fe y Bosque Diamante, que amenazan enormes extensiones de bosques en esa entidad que forma parte de la Cuenca del Valle de México.

Por su parte, la insuficiencia de las fuentes internas, ha generado un aumento creciente de la importación del líquido desde fuentes externas como el Lerma-Cutzamala, del cual la Zona Metropolitana del Valle de México ya depende en casi un 40 por ciento. No siendo suficiente, recientemente se anunció que las presas Madín y Guadalupe se sumarán a estas fuentes de abasto externo, con el altísimo costo energético y ambiental que ello implica, reforzando así el problema climático.

La crisis del agua es la crisis climática, y por ello es necesario exigir que se tomen medidas que aborden las causas de estas cuestiones tan complejas. Necesitamos tener ordenamientos territoriales más estrictos, más zonas urbanas de infiltración pluvial, reusar al máximo posible el agua con tecnologías sustentables de tratamiento, participar en la toma de decisiones respecto a estos temas.

Actualmente, Greenpeace en conjunto con el colectivo Agua-Clima, integrado por diversas organizaciones, redes y movimientos urbanos, busca que la Ciudad de México integre estas medidas en sus respectivos programas de gobierno. Puedes sumarte firmando la petición:

https://actua.greenpeace.org.mx/claudia-sheinbaum-que-la-emergencia-climatica-no-nos-deje-sin-agua


*Coordinador de Ciudades Sustentables en Greenpeace México

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