La huida masiva de refugiados de Ucrania ha creado una crisis humanitaria que eclipsa todo lo visto en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Más de cuatro millones de personas han llegado a países vecinos, y mientras continúe la guerra salvaje iniciada por Rusia, millones más huirán. El flujo de refugiados ucranianos ya es mucho mayor que el número de sirios, afganos e iraquíes que huyeron a Europa, trastocando la política europea. Para ponerlo en perspectiva, cerca de un millón de sirios, afganos e iraquíes cruzaron el mar Mediterráneo para buscar refugio en Europa en el transcurso de un año, en 2015. Desde que comenzó la invasión rusa el 24 de febrero, casi un millón de personas han salido de Ucrania cada semana. Diez millones de personas, aproximadamente una cuarta parte de la población de Ucrania, podrían terminar abandonando el país en un par de meses.


La reacción inicial de Europa al flujo humano que rebosa de Ucrania ha sido una impresionante muestra de solidaridad, dada la repentina explosión de la crisis. Los refugiados, la mayoría de los cuales son mujeres y niños, han sido bienvenidos y alojados incluso cuando su número aumenta día a día. La Unión Europea ya ha dado un paso importante al aprobar una directiva que otorga un estatus de protección temporal a los ciudadanos ucranianos por hasta un año. La nueva medida les otorga el derecho a vivir, trabajar y asistir a la escuela en países de la UE sin tener que pasar por el proceso oficial de solicitud de asilo. Y sin duda alguna, Polonia ha sido estelar en este sentido. Si bien persisten críticas por la negativa del gobierno a permitir que refugiados provenientes de otros países ingresen al país, pocos negarían que los esfuerzos polacos de las últimas semanas han sido extraordinarios. Varsovia, una ciudad de alrededor de 1.6 millones de habitantes, alberga ahora a más de 300,000 refugiados, muchos de los cuales duermen en centros de acogida instalados de manera expedita. En seis semanas, los polacos han montado una respuesta extraordinaria a una crisis de refugiados que ha visto llegar al país a 2.5 millones de ucranianos. Alrededor de una de cada 10 personas en Polonia ahora es ucraniana. Toda una nación se movilizó, desde los trabajadores ferroviarios que organizaron una dispersión masiva de recién llegados por toda Polonia hasta las decenas de miles de voluntarios que lo dejaron todo para ayudar en la frontera, las estaciones de tren y los centros de refugiados. Hay comida gratis para los refugiados en cada esquina de las ciudades, desde furgonetas con comida en las calles hasta cocinas móviles en las estaciones de tren. Las escuelas han dado la bienvenida a nuevos alumnos y cientos de miles de anfitriones abrieron sus hogares. Los recién llegados pueden quedarse por lo menos 18 meses y todos tienen derecho a trabajar.


Hay una serie de razones por las cuales esta crisis se está convirtiendo en el mayor triunfo de Polonia desde que la sociedad tumbó al régimen comunista en 1989. De manera destacada, aprendieron del pasado. La primera invasión rusa a Ucrania en 2014 detonó una oleada de más de un millón de ucranianos hacia el oeste y se convirtió en un ensayo general de las políticas que se están instrumentando ahora. Con base en esa experiencia, los tomadores de decisiones ya sabían varias cosas: que habría mucha gente en movimiento; que se integrarían bien si se les ayuda; y lo más importante, tendrían que dispersarse por todo el país para evitar la carga onerosa de vastos campamentos fronterizos de refugiados. Por ello hay muchos más ucranianos en Varsovia, Cracovia y Wrocław que en ciudades fronterizas como Przemyśl y Lublin. La segunda estrategia vital era encontrar hogares para todos. A los ucranianos se les ha garantizado un techo sobre sus cabezas durante al menos dos meses. Crucialmente, la gran mayoría fueron llevadas a apartamentos privados, ya sea compartiendo con otros ucranianos o con una familia anfitriona. El tercer factor fue la respuesta del público. Automovilistas han estado esperando en los cruces fronterizos para llevar a las personas a donde quieran ir. Los centros de refugiados cuentan con oficinistas que se toman una semana de vacaciones pagadas. Cientos de escuelas han ofrecido plazas a niños ucranianos y algunas incluso imparten clases en ucraniano para ayudar a los jóvenes a adaptarse. En la estación ferroviaria central de Varsovia, el componente de voluntarios encargados de procesar a los refugiados suma ya 400 personas, incluidos estudiantes, profesionistas, expertos en informática y marketing e incluso psicólogos.


Sin embargo, las semanas se están convirtiendo en meses. Las ciudades están saturándose y los voluntarios comienzan a regresar al trabajo o la universidad. A medida que los recursos son cada vez más escasos, sin que el fin de la guerra esté a la vista y con más de 20,000 refugiados que siguen cruzando a Polonia cada día, una gran pregunta flota en el aire de los cielos de Europa del este: ¿cuánto durará la bienvenida polaca? Las acciones de respuesta a los refugiados requerirán que Polonia gaste quizás el 3 por ciento de su PIB este año. Y aumentan las preguntas sobre quién pagará la factura de acoger a los refugiados. Lo mismo ocurre con la atención médica: el número de pacientes podría aumentar en un 10 por ciento o más este año, particularmente debido a los problemas psicológicos y de trastorno de estrés postraumático con los que llegan muchos ucranianos, sobre todo de zonas donde los rusos han cometido crímenes de guerra. El sistema de salud polaco será severamente probado. Más allá de los recursos disponibles y la carga financiera que todo esto implica, y el impacto en vivienda e infraestructura disponibles, hay un tema más sutil. ¿Sucumbirán los polacos a la fatiga psicológica si la guerra se prolonga, si estallan los problemas de vivienda, si las escuelas y los hospitales se llenan? ¿Si vienen millones más?


La escala de esta crisis es asombrosa y aún se encuentra en sus primeras etapas. Hacerle frente exigirá más coordinación, imaginación, fondos y determinación tanto al interior de Europa como por parte de Estados Unidos y sus aliados extra-regionales. Los centros de refugiados existentes deberían recibir mucha más asistencia, y es necesario encontrar formas de alentar a los refugiados a trasladarse a países que tengan más capacidad para acogerlos. También se deben hacer preparativos ahora para ayudar a los ucranianos a regresar eventualmente a casa, en caso de que finalmente se establezca una paz duradera. Y abrir las puertas de par en par a los refugiados europeos plantea una comparación inevitable con el trato que reciben refugiados de Siria, Afganistán y otros países. Unas 16,000 personas permanecen hoy en campos de refugiados en Grecia, y muchas de ellas pasan hambre porque carecen de los mismos derechos que se les garantizan hoy a los ucranianos. Pero la respuesta a un evidente doble rasero no puede ser cerrar las puertas a los ucranianos en este momento. Los refugiados no son nada más una consecuencia de la guerra que Vladimir Putin ha desatado sobre Ucrania. El bombardeo indiscriminado de infraestructura y población civiles es parte de una estrategia rusa más amplia para desmoralizar a la sociedad ucraniana y empujarla hacia países vecinos, donde su presencia puede ser desestabilizadora y donde, con base en la manera en la cual muchos gobiernos y sociedades europeas han reaccionado en el pasado ante flujos de refugiados y migrantes, está calculada para propiciar ex profeso divisiones y tensiones internas a lo largo y ancho de Europa.


Mas allá de subrayar aquí la notable solidaridad y respuesta polacas a la crisis de refugiados ucranianos y los retos que se avecinan, la situación que vive hoy Europa obliga a un par de reflexiones adicionales. Primero, a medida que el mundo ingresa a un período de mayor inestabilidad, gobiernos alrededor del mundo ya no pueden ignorar la necesidad de una respuesta coordinada, integral y humana para las 84 millones de personas desplazadas (refugiados, migrantes y personas internamente desplazadas -más que la población total de Alemania) que hay en el mundo hoy. Segundo, qué lección de política migratoria y de refugio le está dando en estos momento Polonia a México (dos países con enormes comunidades diáspora en el exterior) -y nuestro reto cara a la transmigración centroamericana, cubana y haitiana- en torno a cómo encarar flujos de refugiados de una manera inteligente, holística, compasiva y eficaz, aprendiendo de lecciones pasadas para encarar de mejor manera el presente.