Después de varias décadas de énfasis en las interconexiones económicas, comerciales y tecnológicas producto de la globalización de fines de siglo XX, la geopolítica ha vuelto con venganza a ocupar un lugar central en el sistema internacional, con un retorno a la competencia abierta entre grandes potencias, impulsada por ideología e intensificada precisamente en momentos en que la democracia liberal pierde terreno y el autoritarismo lo gana. La última vez que la geopolítica definió los asuntos mundiales, Estados Unidos se comportó al final del día como líder y campeón de los intereses y valores democráticos. Hoy, como lo pone de relieve la crisis actual en la frontera de Ucrania , el mundo necesita que Estados Unidos retome ese papel. Sin embargo, EE.UU no es el líder que alguna vez fue, y su polarización interna es en gran parte culpable. Y el barrunto de una invasión rusa a un país soberano y vecino se desarrolla solo unos meses después de la caótica retirada estadounidense de Afganistán , paradójicamente diseñada para liberar capacidad y banda-ancha para encarar prioridades de política exterior más importantes, pero que también generó escepticismo y dudas entre aliados y rivales sobre la determinación y apetito de Estados Unidos de proyectar su poder internacionalmente.

La crisis que nos tiene a todos con aprensión y en vilo desde hace semanas estalló el 17 de diciembre cuando Rusia masivamente desplegó tropas en la frontera con Ucrania y presentó a EE.UU y a sus aliados europeos un ultimátum imprevisto. Su lista de demandas incluía un compromiso por escrito para detener cualquier expansión hacia el este de la OTAN , el retiro de tropas multinacionales de la OTAN de suelo polaco y los países bálticos, acabar con toda rotación de tropas de la alianza en los antiguos Estados del Pacto de Varsovia que desde su disolución se han unido a la OTAN y la posible retirada de las armas nucleares estadounidenses de Europa . Lo más crucial fue la exigencia que a Ucrania jamás se le permitiera unirse a la alianza. Las demandas fueron juzgadas en Washington como un “non-starter”, como se le denomina en inglés a algo que es rechazado de entrada por carecer de tracción posible, y aquellas fueron consideradas inaceptables también por todos los países miembros de la OTAN.

Es cierto que esta última exigencia de Moscú suena como algo que Washington podría considerar. La OTAN no está obligada a defender a Ucrania, como quedó patente y dolorosamente claro en 2014 cuando Vladimir Putin invadió Ucrania y se anexó sin chistar la península de Crimea. Y la realidad es que de todos modos Ucrania no está hoy en proceso de unirse a la OTAN. Hacer explícita esa realidad puede no parecer una concesión tan trascendental, especialmente si con ello se puede evitar un conflicto armado. Pero hay dos razones por las que EE.UU y sus aliados debieran mostrarse reacios a hacer ese trato. La primera es una cuestión de principio: Ucrania es una nación soberana . Debería poder tomar sus propias decisiones sin que otras potencias deliberen por ella. La segunda es un tema de cálculo estratégico y prudencia: ¿darle a Putin lo que quiere realmente terminaría con la posibilidad de una guerra? Para cualquiera que ha lidiado con acosadores en un patio escolar, la respuesta no parece ser esa. Como escribió Timothy Snyder en una lúcida columna el domingo en The Washington Post, “la seguridad no puede alcanzarse basada en mitos donde los rusos siempre son inocentes, los ucranianos no existen y los estadounidenses deben cargar con la culpa de todo” lo que ha ocurrido desde la disolución de la URSS. “Si Rusia obtiene lo que quiere comportándose mal y programando a otros para que asuman la culpa, hay que esperar más de lo mismo en los próximos años”. Básicamente, Putin busca reconfigurar las fronteras europeas de la pos-Guerra Fría al establecer una amplia zona de seguridad dominada por Rusia y lograr que Ucrania vuelva a la órbita de Moscú, si es necesario por la fuerza. Y quizás no sea coincidencia el momento en que se han movilizado las tropas rusas. Putin está tratando de pegarle al bombo nacionalista en su país en medio de una pandemia devastadora y una economía que se tambalea. El año pasado, los grupos de oposición realizaron algunas de las mayores protestas contra Putin en años. Pero su recelo frente a Ucrania parece ser algo más que pugnar por una “esfera de influencia” rusa. El hecho de que Ucrania haya tomado un camino político diferente al de Rusia plantea preguntas incómodas para el Kremlin, al que le gusta argumentar que el "liberalismo occidental" es completamente inadecuado para Rusia. Quizás esa sea la verdadera razón por la que Ucrania despierta tanta rabia en Putin. Y contener esa rabia, a través de la amenaza de sanciones económicas masivas, es repentinamente el desafío más urgente que enfrenta la OTAN y la propia ONU.

El resultado es que ahora nos encontramos atrapados en la confrontación diplomática más intensa entre este y oeste desde el final de la Guerra Fría . El escenario más obvio dada la escala de los movimientos de tropas rusas es una invasión de Ucrania. En el Pentágono, se están examinando “cinco o seis opciones diferentes” sobre el alcance de una invasión rusa. Pero hay diferencias significativas entre esta crisis y anteriores. Lo más importante es el surgimiento tácito de una nueva alianza sino-soviética. Cuando Putin viaje a Beijing para el inicio de los Juegos Olímpicos de invierno el 4 de febrero, el presidente ruso se reunirá con el líder que se ha convertido en esta coyuntura en su aliado más importante: Xi Jinping . En una llamada telefónica entre Putin y Xi en diciembre, el líder chino apoyó la demanda rusa de que Ucrania nunca debe unirse a la OTAN. Hace una década, tal relación parecía improbable: China y Rusia eran tan rivales como socios. Pero después de un período en el que ambos países se han enfrentado persistentemente con EE.UU, el apoyo de Xi a Putin refleja una creciente identidad entre los intereses y las visiones del mundo de Moscú y Beijing, en los cuales la "unipolaridad" y la "universalidad de principios" son objeto de escarnio.

Claro está, todo el numerito podría ser fanfarronería, parte de una campaña de intimidación del Kremlin y una forma de recordarle al presidente Biden que si bien quiere centrar la atención diplomática de Estados Unidos en China, Putin todavía es capaz de causarle problemas. Y aunque algunos expertos han descrito a Putin como un astuto jugador de ajedrez que manipula hábilmente a Occidente, es un hecho que su gambito más reciente podría resultar contraproducente. La OTAN podría acabar reforzando su presencia militar en los países miembros que colindan con Rusia, como ha sucedido en el Báltico; Suecia, Finlandia y evidentemente la propia Ucrania podrían decidir unirse a la OTAN. Y una invasión abriría la puerta a sanciones en represalia que disminuirían su apoyo en una sociedad rusa cansada de aventuras en el extranjero. Y como Talleyrand le recordó a Napoleón Bonaparte, “las bayonetas sirven para muchas cosas, menos para sentarse en ellas.”

El posible estallido militar amenaza con desestabilizar el ya volátil espacio pos-soviético, agitado por la revuelta popular de principios de año en Kazajistán y el conflicto entre Armenia y Azerbaiyán. También tendría graves consecuencias para la estructura de seguridad que ha gobernado Europa desde el colapso de la Unión Soviética hace tres décadas. Para Europa, lo que está en juego es si puede permitir que Putin trastoque la estructura de seguridad que ha ayudado a mantener la paz en el continente desde la Segunda Guerra Mundial. Y mientras los europeos se muestran divididos sobre cómo responder a las diversas formas de agresión rusa, el conflicto también ha desnudado la debilidad de la Unión Europa así como su fracaso como una potencia de política exterior en las relaciones internacionales. El pivoteo de Estados Unidos hacia Asia y China -el corazón de la doctrina Biden en política exterior- está siendo ahora bloqueado por quizá el autócrata más astuto en el mundo hoy. Esto es lo que ocurre cuando un incrementalista se enfrenta a un oportunista: el oportunista sin escrúpulos se abalanza sobre la oportunidad. A menos que Biden pueda convertir la crisis en curso sobre Ucrania en una oportunidad, sumando aliados y manejando las divisiones internas estadounidenses como lo hizo en su momento otro presidente de EE.UU, Harry Truman , en otro punto de inflexión internacional similar durante el bloqueo soviético a Berlín, el revés para Europa y el mundo podría ser generacional. No hay duda de que lo que suceda en Ucrania en las próximas semanas será un momento crucial no solo para Biden sino también para la política exterior de Estados Unidos -y la seguridad, la paz, estabilidad y el derecho internacionales- en el siglo XXI.