Cuando se trata de pronosticar elecciones intermedias en Estados Unidos, a veces es difícil distinguir entre el realismo perspicaz y las ilusiones panglosianas. La sabiduría popular, anclada en la historia y los datos duros, sugiere que el Partido Demócrata está frito para este otoño. Pero crecientemente, voces y análisis contestarios subrayan que 2022 no es un año normal y que lo que ocurra camino a los comicios -y en las urnas el 8 de noviembre- tampoco se desarrollará de manera normal. 
 
Los agoreros de una paliza y debacle para Joe Biden y los Demócratas -peor o similar a la que sufrió Obama en las intermedias de 2010- quizá no se equivocan, aunque hay razones para suponer que un potencial tsunami Republicano podría acabar siendo no más que una marea alta. Empecemos con el socavón de aprobación del presidente, que como promedio oscila (hasta antes de la aprobación final el viernes de su iniciativa de ley estrella para reducir la inflación y reactivar la economía y de las dos semanas infernales que ha vivido Donald Trump) entre los 30 y 40 puntos porcentuales. Una encuesta de NPR-PBS NewsHour-Marist publicada el 29 de julio contenía noticias particularmente malas para Biden: mientras que el 43 por ciento de los encuestados lo desaprobaba rotundamente, solo el 11 por ciento lo aprobaba enfáticamente. La percepción pública acerca de la economía es sombría y los votantes creen que aún viene lo peor. En un estudio exhaustivo este mes, el Centro Pew descubrió que apenas el 13 por ciento de los estadounidenses calificó la economía como excelente o buena y solo el 1 por ciento la describió como “excelente”. Pew también encontró que el 47 por ciento cree que la economía empeorará en un año. En marzo de 2021, solo el 31 por ciento pensaba que la economía se deterioraría. Una encuesta reciente de Monmouth capturó la profundidad del pesimismo en Estados Unidos: solo 10 por ciento de los estadounidenses cree que el país está en el camino correcto, en comparación con 88 por ciento que dice que va por el camino equivocado. La confianza en las instituciones del país ha caído a mínimos históricos este año, según la última encuesta de Gallup. La presidencia y la Suprema Corte sufrieron las caídas más abruptas, mientras que el Congreso atrajo los niveles más bajos de confianza de cualquier institución, con solo el 7 por ciento. 
 
Si las encuestas parecen letales para los Demócratas, la historia político-electoral del país también es ave de mal agüero. Desde 1945, el partido que ocupa la Casa Blanca casi siempre (las excepciones fueron en 1962, una semana después de la llamada “crisis de los misiles” en octubre, cuando Kennedy ganó escaños, y en 2002, un año después de los ataques terroristas en EEUU cuando el electorado arropó a George W Bush) cede terreno durante las elecciones intermedias inmediatas a las presidenciales con las que llegó al poder. Desde entonces, el partido en el poder ha perdido un promedio de 26 escaños en la Cámara de Representantes y de cuatro escaños en el Senado. Cuando hoy los Demócratas cuentan con una mayoría de apenas 8 escaños en la Cámara y en el Senado el voto de la vicepresidenta desempata el 50 a 50 entre Demócratas y Republicanos, las señales son poco halagüeñas. Además, en las elecciones intermedias, los votantes de la oposición tienden a estar más motivados y ansiosos por emitir su voto con tal de enviar un mensaje de protesta. En un país tan dividido y tribalizado como es EE.UU hoy, y con un partido, el Republicano, en manos de Trump o sin la espina dorsal para confrontarlo, ese patrón podría replicarse a la N. 
 
Quienes hoy postulan un escenario menos sombrío para los Demócratas no cuestionan estos datos duros. Pero su optimismo ponderado se basa en un argumento diferente y a la vez plausible: después de la presidencia salvaje de Trump y la radicalización del GOP, hay razones para creer que 2022 no encaja del todo en los viejos paradigmas. Trump y sus efectos no se han ido, como demostró palmariamente el panel especial legislativo investigando el papel del ex mandatario en la intentona de golpe de Estado del 6 de enero o el allanamiento de su casa, Mar-A-Lago, por el FBI en busca de documentos clasificados que el presidente ilegalmente sustrajo de la Casa Blanca. Y uno de sus legados más importantes es una Suprema Corte escorada a la derecha que ha comenzado una demolición radical de concepciones sobre el aborto, las armas, la regulación ambiental y los derechos de voto, y con más por venir. La primaria en Kansas el 2 de agosto demostró que la decisión de la Suprema Corte de rescindir Roe v Wade en materia de aborto está movilizando y motivando al voto Demócrata e incluso a votantes independientes. En un estado profundamente Republicano, controlado por ese partido y que ha votado consistentemente por él en el Colegio Electoral, los ciudadanos se volcaron para propinarle una derrota mayúscula a una ley estatal que al amparo precisamente de ese fallo de la Suprema Corte, buscaba restringir brutalmente el derecho al aborto. Muchos Demócratas e incluso independientes perciben que sus derechos básicos están siendo amenazados, algo que ordinariamente y en circunstancias normales no suele inquietar a los votantes de un partido que controla tanto la Casa Blanca como el Congreso. Es más, las primarias que se han celebrado hasta ahora son un recordatorio de otro factor que funciona a favor de los Demócratas, particularmente en contiendas clave por el Senado: los votantes Republicanos se han decantado por muchos candidatos de extrema derecha y, por lo tanto, potencialmente vulnerables. Cincuenta y cuatro de los 87 candidatos Republicanos en estados y distritos electoralmente clave regurgitan la patraña de la elección robada de Trump. Esto significa que muchos Demócratas que tienen una visión crítica de Biden, a menudo porque creen que no es lo suficientemente progresista o porque no está encarando lo suficiente al GOP, podrían estar motivados para salir a votar en noviembre. Esto podría marcar la diferencia para que Biden y los Demócratas retengan la mayoría en el Senado. 
 
El estudio de Pew que cito aquí sugiere además que la pregunta decisiva para 2022 es si los Demócratas pueden correr la narrativa de la campaña del desempeño económico hacia preocupaciones como éstas sobre las cuales los Republicanos están en clara desventaja. Sí, es un hecho que en términos de política económica, los encuestados afirman que están más de acuerdo con los Republicanos que con los Demócratas, 40 contra 33 por ciento. Aun así, este margen de siete puntos es sorprendentemente pequeño dado el estado de ánimo más generalizado acerca de lo mal que va la economía. Y también está este detalle: mientras que el 37 por ciento de los estadounidenses tiene una opinión muy desfavorable de Biden, el 46 por ciento tiene una opinión muy desfavorable de Trump. Cuanto más esté Trump en el centro de la conversación, peor es para los Republicanos, y últimamente aquel ha estado en el ojo del huracán mediático. 
 
El resultado final en este momento es que si bien EE.UU es un país donde el descontento pulula y que en cualquier otra coyuntura el electorado le propinaría una paliza al partido en el poder, la alternativa realmente no les gusta tampoco. Es por eso que la campaña a partir de ahora será importante. ¿Qué señales habrá que observar? Hay muchas, pero me enfoco en cuatro. Primero es si los Demócratas podrán hacer de la elección un referéndum sobre el papel que está jugando el Partido Republicano en la vida democrática, institucional y social del país. Segundo, la buena política pública no siempre se traduce en buena política; habrá que ver si Biden puede mejorar su capacidad para comunicar los logros legislativos y políticos de las últimas semanas, un talón de Aquiles hasta ahora para el presidente. Tercero, los cambios sociodemográficos de los partidarios de ambos partidos, que se están dando frente a nuestros ojos, son posiblemente la historia política más importante de nuestro tiempo en Estados Unidos. Los Republicanos se están volviendo más de clase trabajadora y ligeramente más multirraciales; los Demócratas se están volviendo más elitistas y un poco más blancos. Y esto importa porque las esperanzas de los Demócratas de retener el poder se basan en que los votantes no blancos sigan siendo una parte confiable de la coalición del partido. La fortaleza electoral de los Demócratas, no solo camino a noviembre sino hacia adelante, sobre todo en 2024, se derrumba si los Republicanos obtienen incluso ganancias incrementales con esos votantes. Cuarto, el Partido Demócrata debe confrontar una realidad: la mayor vulnerabilidad del partido hoy es asumir que las prioridades de los activistas progresistas son las mismas que las de los votantes de la clase trabajadora y moderados que aún los apoyaron en 2020. 
 
Hay en todo esto además un corolario con implicaciones para lo que ocurre hoy en un mundo volátil y peligroso, con la democracia liberal contra las cuerdas y potencias emergentes o revanchistas dispuestas a trastocar el sistema internacional basado en reglas. El diplomático e historiador George Kennan creía correctamente que Occidente finalmente saldría victorioso de la Guerra Fría no en el campo de batalla sino a través de la fuerza orgánica de una sociedad robusta y democrática que ningún adversario podría igualar. Esa misma perspectiva se aplica hoy con respecto al efecto demostrativo de la propia integridad institucional y democrática estadounidense. Este noviembre será la primera prueba de fuego contemporánea de esa tesis.


Consultor internacional

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