“Un día surgirá del cerebro de la ciencia una máquina o fuerza tan temible en sus potencialidades, tan absolutamente aterradora, que incluso el hombre…se horrorizará y abandonará la guerra para siempre”, apuntó hace un siglo el inventor Thomas Edison . Hasta ahora, incluso con el desarrollo de armas nucleares, que se rigen por una estrategia de disuasión mutua y controles relativamente rígidos, no se ha cumplido la profecía de Edison. Pero ahora estamos en la cúspide de una nueva era: la guerra impulsada por la inteligencia artificial (IA), en la cual los combatientes adquirirán los medios para desplegar armas completamente autónomas en el campo de batalla.

Para Jorge Montaño

La guerra de agresión de Rusia y la forma en la cual Ucrania se ha defendido están obligando a los países occidentales, una vez más, a repensar el conflicto en las relaciones internacionales de siglo XXI y la ejecución de la guerra moderna. A ocho meses de la invasión, con las tropas ucranianas no solo parando en seco sino incluso revirtiendo en muchos sectores del frente la ofensiva rusa y en la antesala de la llegada del invierno, las lecciones militares que arroja el conflicto empiezan a desdoblarse con mayor claridad.

En pocos aspectos es esto más claro que con el uso de drones sobre los cielos ucranianos. Su despliegue a gran escala hace que esta no sea la primera, pero sí la mayor y más visible “guerra de drones” que el mundo haya atestiguado hasta ahora. El ruidoso zumbido de drones de fabricación iraní que Rusia ha estado usando para atacar instalaciones de infraestructura civil de energía y agua en Ucrania les ha valido el apodo de "cortadoras de césped voladoras de la muerte". Ruidosas, pero efectivas. El uso por parte de Moscú de drones es reciente, pero ambas partes han estado utilizando vehículos no tripulados de espionaje y ataque (Ucrania mucho más eficazmente) desde la invasión en febrero. Este patrón apunta a un camino de evolución en la guerra y su doctrina que se venía gestando ya en la última década. Estados Unidos ampliamente utilizó drones en Irak y Afganistán en operaciones de vigilancia y ataque. Han aparecido en conflictos en Libia, Siria y Etiopía; Azerbaiyán,suministrado por Turquía, los utilizó de manera decisiva contra Armenia en Nagorno-Karabaj en 2020. Su proliferación también está cambiando la dinámica de la industria de defensa. Durante mucho tiempo, los avances tecnológicos militares tendieron a surgir desde el interior de los complejos militar-industriales de las principales potencias. Algunos de los drones actuales provienen, en cambio, de empresas privadas pequeñas y de potencias regionales, como Irán y Turquía, que históricamente no son grandes exportadores de armas. Los drones de uso militar también se pueden improvisar a partir de productos comerciales. Un dron marítimo que hizo su aparición en Crimea en septiembre, similar a los que luego se usaron para atacar la flota rusa del Mar Negro en Sebastopol, parecía estar equipado con un motor canadiense de moto acuática y un detonador de la era soviética. Y una teoría no comprobada detrás de los recientes y misteriosos hurtos de docenas de cámaras de velocidad en las carreteras en Suecia es que terminaron en drones rusos caseros usados en Ucrania. También son una forma comparativamente barata de adquirir habilidades de combate y reconocimiento aéreo no solo para los países con menos recursos sino también para actores no estatales como milicias o grupos insurgentes, terroristas y crimen organizado. Las defensas aéreas para derribarlos son relativamente costosas, y la capacidad de desplegar "enjambres" de drones significa que pueden evadir dichos sistemas al crear más objetivos de los que se pueden rastrear e interceptar a la vez. Los ejércitos más avanzados tecnológica y doctrinariamente están comenzando a ver cómo se erosiona la ventaja tecnológica que sus capacidades superiores de vigilancia les otorgaron durante mucho tiempo.

Estos usos híbridos de tecnología para uso militar también demuestran que muchas naciones necesitan repensar cómo equipan a sus fuerzas armadas. La invasión rusa a Ucrania ha expuesto que la era de batallas masivas de tanques en el corazón de Europa (uno de los pilares tácticos de la doctrina militar convencional de la Guerra Fría ) no se ha eclipsado del todo. Pero los ejércitos deben poder luchar en muchos tipos diferentes de guerra y desplegar defensas aéreas más amplias, ágiles y descentralizadas para sus tropas. Un Rubicón que no se ha cruzado ciertamente aún en Ucrania es el uso de drones de forma autónoma, lo que permitiría identificar y destruir objetivos sin comando humano de por medio. No representarían la principal causa de mortandad en el teatro de batalla; la artillería, los cohetes y los tanques lo siguen siendo. Sin embargo, la tecnología de drones ya está comenzando a casarse con la IA, abriendo un futuro de pesadilla de ejércitos de "robots asesinos". Si estos aún no han matado a nadie, es solo cuestión de tiempo antes de que lo hagan.

Además del uso creciente de drones, el conflicto en Ucrania arroja también algunas lecciones adicionales. Me enfoco en cuatro. Primero, los sistemas de combate de IA pueden ser tácticamente devastadores, pero siempre serán estratégicamente más débiles porque carecen del factor humano esencial. La guerra implica decidir cómo y cuándo pelear, y cuestionar los objetivos finales de tu enemigo. Segundo, las plataformas de defensa tradicionales, como los portaaviones, son cada vez más redundantes en una era en la que la guerra se puede dar por debajo del radar o se está acelerando en su transición hacia el reino de la IA. Tercero, la agresión a Ucrania parece anticipar que el futuro de la guerra será más contenido, más rápido y más fluido, más urbano y más preciso de lo que anticipaban muchos estrategas y planificadores militares occidentales. La noción de que las guerras se pelearán cada vez más en las ciudades no es nueva ni universalmente aceptada, pero el conflicto en Ucrania muestra que la guerra urbana se puede ejecutar tanto bien (la defensa de Kiev por parte de Ucrania) como mal (la destrucción de Mariupol por parte de Rusia). Las mejores operaciones en tales entornos harán uso de la creciente precisión y variedad de armas, junto con la creciente abundancia de información de detección digital -incluso comercial- y otros medios y la mayor autonomía de unidades sobre el terreno, como ha demostrado ampliamente Ucrania con su superioridad táctica sobre los rusos. Y cuarto, carecemos de reglas y estructuras éticas para vigilar estos modos de conflicto en evolución. Si bien es tentador restar importancia al peso y papel de los organismos multilaterales, ahora más que nunca se necesitan para mediar y tratar de regular y controlar un siglo de relaciones internacionales crecientemente conflictivas y fluidas entre los Estados y los actores no estatales. Pero será complejo prohibir o restringir el uso de armas basadas en IA. La proliferación nuclear, por ejemplo, es más fácil de monitorear porque tiende a dejar un rastro de actividad sospechosa a seguir como migas de pan, como pruebas de vectores, explosiones subterráneas y sitios de enriquecimiento de uranio conspicuos. Ninguno de estos factores pesa en el reino de las armas de IA. Y parece poco probable que China, Estados Unidos y otros acepten una prohibición, por temor a que sus adversarios sigan adelante y adquieran una ventaja con tales tecnologías a pesar del diseño y codificación tímida de un marco regulatorio y de controles. China se ha embarcado en una carrera armamentista para desarrollar armas controladas por IA, en la que EE.UU y sus aliados ahora están decididos a competir. El presidente Putin, por ejemplo, ha dejado claras sus propias intenciones al declarar: “quien lidere en esta esfera gobernará al mundo”.

Y en paralelo a esto, la guerra -como lo demostró el prólogo a la invasión rusa que se desdobló antes nuestros ojos a estas alturas el año pasado- está migrando a teatros más sombríos con el uso sinérgico y simultáneo de armas de hackeo cibernético, en muchas ocasiones por interpósita persona, desinformación y guerra jurídica (el llamado “lawfare” -una expresión usada para referirse a la utilización abusiva o ilegal de las instancias judiciales nacionales e internacionales, manteniendo una apariencia de legalidad, para inhabilitar o provocarle el repudio popular a un enemigo). Descrita de diversas formas como guerra híbrida o de zona gris, esta es una verdadera tierra de nadie ubicada entre la paz y el conflicto y combate formal. Estas herramientas buscan desgastar a sus objetivos de manera sutil, insidiosa y, a menudo, negable. Es una extraña democratización de la guerra en la que gobiernos, grupos terroristas, grupos criminales trasnacionales o incluso empresas pueden desplegar y activar a actores hostiles, como la agencia de seguridad privada Wagner Group vinculada al Kremlin, o mercenarios en forma de piratas informáticos a sueldo. El resultado es un estado constante de conflicto de bajo nivel que desafía sus definiciones normales, ya que la apertura de las hostilidades nunca se declara formalmente, el enemigo puede esconderse detrás de una identidad falsa y la victoria rara vez es clara. Y en esto, uno de los argumentos más esclarecedores es la conexión entre el conflicto de zona gris y la globalización. Solía ​​ser la ortodoxia que la interdependencia prevenía guerras y, en cierto modo, lo hizo, pero las presiones y resortes que llevaron a las guerras nunca desaparecieron, por lo que la interdependencia se convirtió en el nuevo tablero de batalla.

Mientras tanto, la defensa ucraniana de su independencia y soberanía no solo reconfigurará potencialmente la cara de Europa, de su relación con Rusia y de las relaciones internacionales del próximo lustro; está redefiniendo de tajo el concepto de guerra y cómo ejecutarla.

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