No querer ver, el síndrome del avestruz, es una respuesta que se afianza en todos los grupos poblacionales de países con altos índices de inseguridad patrimonial y personal. Se trata de una defensa psicológica ante algo que genera un alto estrés. Sin embargo, esto inhibe generar acciones contundentes para prevenir los ilícitos, como la capacitación.

En México, la cultura de riesgo no existe. La prevención organizacional y personal se deja a la deriva, por inverosímil que esto sea.

Sólo el 18% de las empresas cuenta con políticas para protegerse de delitos al alza como fraudes y cibercrímenes, pese a que cada hora se cometen 463 delitos en operaciones por comercio electrónico y banca móvil mientras sólo en robo de información las empresas del país pierden 500 millones de dólares anuales.

Sin embargo, no sólo los delitos patrimoniales se dejan al azar y a una súplica silente de “no nos pasará”. También ocurre en la integridad física. Asumimos, de manera errada, que un secuestro exprés, por ejemplo, sólo se perpetra contra quienes tienen cuantiosos bienes. Sin embargo, se documentan casos en que se privó de la libertad a personas por las que exigían montos de hasta trescientos pesos.

Carecer de políticas y estrategias que nos blinden de actos delictivos resulta sorprendente si consideramos que la percepción de inseguridad es de 70.3% en las mujeres y 60% en hombres según cifras del INE en 2020.

Asumir que “no nos pasará nada” resulta utópico en un país donde el índice de criminalidad es de 53,90. Es decir, el total de dividir el número de delitos por número de habitantes, lo que ubica a México en la posición 43 de 142 economías.

Generar políticas anti riesgo y capacitación para enfrentar actos criminales es una tarea que sólo se asume cuando ya se perpetró un ilícito. Esto ocurre en 79% de los casos en el país, tanto en personas morales como físicas.

Así, no solemos establecer políticas de actuación profesional ni personal para salvaguardar valores pecuniarios ni la integridad física propia y de la familia. De alguna manera, se asume que la prevención y seguridad corresponde a otros: guardias de seguridad, policías, ministerios públicos…es decir: se toman medidas reactivas en el mejor de los casos, pero se desdeñan prácticas de autocuidado.

En todas las asignaturas que tienen gran relevancia en nuestra vida, como la salud y seguridad, la capacitación juega un rol trascendental. Es aprender a generar herramientas propias de percepción y actuación para no depender de las decisiones de los demás o de “golpes de suerte”.

En el caso concreto de la seguridad, implica cautela en acciones cotidianas como la interacción real y virtual, por ejemplo. También implica establecer normatividades propias para evitar ser víctimas de delitos diversos.

Los profesionales de la seguridad, como guardias privados o escoltas, también requieren la capacitación continua. Vivimos en entornos de alta incertidumbre y gran conectividad y comunicación que revolucionan la manera de delinquir y modifican sustancialmente los perfiles de los criminales organizados o comunes.

En distintos estudios, las víctimas de cualquier delito “confiaron” o se mostraron indiferentes ante signos claros y perceptibles que alertaban de riesgos inminentes por dos razones: desconocían los posibles riesgos y, en caso de percatarse de un peligro inminente, no sabían cuáles eran las acciones a seguir.

Detener la tendencia alcista en crímenes de todo tipo implica un mayor involucramiento en áreas claves como la seguridad. Se trata de una acción impostergable y crucial en tiempos de incertidumbre y volatilidad como los que ahora vivimos.

Especialista en seguridad y capacitación de riesgos. 

 

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