El 11 de marzo de 2011 un temblor de magnitud 9.0 en la escala de Richter y un posterior tsunami azotaron una parte del territorio japonés, causando pérdidas humanas, daños materiales y económicos para el país. Uno de los sectores más afectados fue, por su importancia económica, el automotriz.

El tsunami trajo como consecuencia hasta seis semanas de escasez en suministros importantes para la industria de autopartes, con un decremento de hasta 30% de la producción global de automóviles durante los días siguientes al terremoto.

Lo acontecido en 2011 en Japón es sólo una muestra del impacto que pueden tener ciertos eventos o catástrofes naturales en cadenas de suministro que operan a gran escala y de manera global, como es el sector automotor.

Este 2020; sin embargo, nos ha recibido con un nuevo evento. La epidemia causada por el ya famoso coronavirus (Covid-19), que ha tenido ya un alto costo en vidas humanas, está retando también la capacidad logística y operativa de las cadenas de suministro globales, y la automotriz no ha sido la excepción.

De hecho, Wuhan, capital de la provincia de Hubei, y aparente epicentro del brote del coronavirus, es también conocida como la “ciudad del motor” en China, debido precisamente a la importancia que tiene la industria automotriz en esta zona.

En 2019, la provincia produjo 2.2 millones de vehículos, ocupando el cuarto puesto en producción de automóviles en el país. Aún más, se estima que cerca de 50% de la actividad económica de Wuhan se atribuye a este sector.

El impacto para la industria todavía no es claro. La expansión del virus coincidió también con la celebración del Año Nuevo Chino y muchas plantas ya tenían programados paros técnicos para esos días. De alguna forma, se contaba con inventarios suficientes para prever estos paros.

Sin embargo, al término de estas fiestas nacionales, el regreso a la actividad normal ha tenido que ser demorado en días e incluso semanas, en muchas empresas del sector. Adicionalmente, ante la expansión que el virus ha desarrollado, el impacto se ha extendido mucho más allá de Hubei, poniendo en serios aprietos a toda la industria automotriz china.

No sólo se trata de una afectación de las ventas de coches en el mercado chino, sino de un impacto en escala global. Las exportaciones de autopartes y vehículos de China a Estados Unidos, el principal destino de estos productos, fueron de más de 11 mil millones de dólares en 2018.

Otros 2 mil millones de dólares fueron también exportados hacia México y Alemania. Así que, tarde o temprano, las plantas en América y Europa podrían ser también impactadas pues, tan sólo una pieza, por más pequeña que sea o de poco valor agregado, puede detener una línea completa de producción.

La cadena de valor automotriz es, sin duda, una máquina muy bien aceitada que produce vehículos de forma rápida y eficiente, utilizando técnicas de manufactura esbelta y políticas como producción justo a tiempo y en secuencia. Sin embargo, la alta complejidad de la cadena y su globalización la hace especialmente susceptible a este tipo de disrupciones.

La resiliencia o la capacidad que se requiere para reestablecer operaciones ante eventos imprevistos de gran escala como lo es un tsunami o una epidemia, ha representado siempre un reto para industrias que operan en entornos globales como lo es el sector automotor.

Sin embargo, el desarrollo de capacidades resilientes suele tener un alto costo, pues implica incrementar la redundancia y construir una mayor flexibilidad. Sólo las empresas que sepan gestionar el riesgo de disrupciones de una manera más conveniente que las otras podrán salir mejor libradas de esta nueva crisis en el sector.

Profesor del área de Dirección de Operaciones de IPADE Business School

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