Avanzado el siglo XXI, hay muchas razones, siempre serán incontables, para protestar. En un mundo cada vez más estropeado y dispar, indignarse es necesario. Necesario y obligatorio. Son múltiples y éticas las razones para sentirse descontento, para saber que ni todo ni todos cabemos en este mundo, a pesar de términos bellos como justicia social, derechos humanos y un larguísimo etcétera, donde la palabra etcétera es pequeña: la realidad humana necesita, hoy, al igual que ayer y mañana, a Camus: “Nombrar mal un objeto es engrosar la infelicidad del mundo”. Siguiendo al Nobel de literatura: ¿cómo denominar el etcétera después del etcétera conocido?: realidad humana.

Tras las protestas, la trilogía cancerosa, i.e., políticos-empresarios-ministros religiosos fanáticos, “algo”, entre comillas, “se mueve”: no todo es como ellos lo piensan. Aliado incondicional de las demandas societarias son los medios de difusión no cooptados: radio, ¿televisión?, y periódicos, cuyos espacios ofrecen otra realidad y funcionan como contrapeso. ¿Quién gana la batalla? “Poderoso caballero es don Dinero” se intitula el inmenso poema de Francisco de Quevedo —1580-1645—, cuyo mensaje, i.e., el inefable poder omnímodo del dinero sigue vigente. En la primera estrofa receta: “Madre, yo al oro me humillo, / él es mi amante y mi amado, / pues de puro enamorado/ anda continuo amarillo. / Que pues doblón o sencillo, / hace todo cuanto quiero, / poderoso caballero/ es don Dinero.

¿Qué hacer cuando los dueños del poder del dinero dictan, dictaminan? Quienes protestan lo hacen con sus medios, escasos en cuanto a dinero, trascendentales en cuanto al corazón del reclamo. En el siglo XXI, consumida poco más de su quinta parte, todo ha cambiado para mal. Exigir poco amaina la malignidad de nuestra trilogía, pero, como ya lo escribí, de algo, en ocasiones de mucho, sirve. Protestar y medios de comunicación independientes, éticos, son vitales. Sin los segundos, muchas demandas no verían la luz.

Los párrafos previos como abreboca para un fenómeno contemporáneo, criticado y no bienvenido, pero, un pero largo, ¿qué hacer cuando el poder de la Voz es escaso y cuando el mundo se fractura y desmorona ante nuestra complicidad, en ocasiones mínima, en ocasiones absoluta?

El 14 de octubre, miembros de Just Stop Oil, grupo que lucha contra el cambio climático, arrojó latas de sopa de tomate contra el cuadro Girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. Los activistas preguntaron, “¿qué vale más, el arte o la vida?”. El 23 de octubre, miembros de Letzte Generation (Última Generación) aventaron en el Museo Barberini de Berlín papas trituradas sobre un cuadro de la serie Pajares de Monet. Tras el acto declararon: “… la sociedad debe recordar que los combustibles fósiles nos están matando…”. Amén de las protestas anteriores otras han seguido.

Indignarse ante los atropellos del Poder es adecuado. Por fortuna, salvo el marco del cuadro de Van Gogh, los lienzos no se dañaron (tampoco en los otros casos). La realidad no se equivoca: acciones no violentas en contra de las instituciones dominantes sirve. Los movimientos sociales, incluyendo la desobediencia civil, en un mundo caótico y voraz, son válidos. Las peticiones señaladas no compiten con el valor del arte por ser rubros diferentes. Su valor radica en frenar, al menos un poco, la destrucción de la Tierra. Su Voz sirve para decir “No” ante la sordera del trío señalado.

Las preguntas son obvias: ¿hubiesen estado de acuerdo Van Gogh y Monet con las acciones de los grupos que buscan “salvar” el mundo? Aupado por mi escepticismo y una dosis de desparpajo respondo: “¡Sí!”.

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Médico y escritor

 

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