La semana anterior compartí algunas ideas sobre objeción de conciencia (OB) y desobediencia civil (DC). Ambos espacios cobran importancia cuando la sociedad trae a la palestra cuestiones vinculadas con el inicio y el final de la vida, o bien, cuando alguna persona rehúye enlistarse en el servicio militar o perseguir y matar migrantes. Los primeros ejemplos pertenecen al ámbito de la OC; los segundos al universo de la DC.

El espíritu de ambas posturas apela a la conciencia individual y a la autonomía. La autonomía, en síntesis, es un atributo que le permite a la persona, mientras no dañe a sus congéneres, actuar ciñéndose a su formación religiosa/moral y/o social. En este entramado, entre los vínculos y obligaciones de las personas hacia la sociedad y viceversa, radican las discusiones fundamentales. Tres preguntas cuyos signos de interrogación admiten muchas respuestas como abreboca: ¿tiene la obligación un objetor de ayudar a morir a un enfermo terminal cuyo sufrimiento rebasa “todo”?; ¿tiene la obligación un farmaceuta religioso de dispensar la píldora del día siguiente a una joven embarazada?; ¿tienen derecho las autoridades de encarcelar a quienes no desean ser reclutados?

Las preguntas previas son una muestra de las discusiones sinfín de temas ríspidos y urgentes. Nunca habrá respuestas universales. De ahí la necesidad de encontrar “el término medio”; la ética, no la moral, y la ética médica, debido a la imposibilidad de encontrar consensos “fáciles”, es una disciplina fascinante; en dicha materia no hay absolutos.

Objeción de conciencia es un término complicado. Comparto la definición que cité hace una semana: “Razón o argumento de carácter moral, ético o religioso que una persona aduce para incumplir u oponerse a disposiciones oficiales como llevar a cabo el servicio militar, saludar a la bandera de un país, practicar el aborto o ayudar a morir”. Dos ideas se contraponen en la definición: preservar la autonomía en contra de principios societarios. En el caso de la OC, la moral y la religión militan contra la autoridad; en el caso de la DC las disquisiciones confrontan principios éticos contra fuerzas políticas o militares. Ambos entramados son complejos. Lo idóneo, pese a mi escepticismo, sería encontrar el término donde prevaleciese el diálogo en beneficio de los interesados. En el caso de la OC, amén del inicio y el fin de la vida, es necesario ofrecer ayuda a homosexuales con frecuencia estigmatizados, personas con VIH, población LGBQT+, mujeres que alquilan su útero, etcétera. En relación a la DC comparto un ejemplo: Cassius Clay, posteriormente Muhammad Ali, no aceptó ir a pelear a Vietnam. Dados sus principios éticos afirmó no tener derecho de matar vietnamitas: “Ellos nunca me han dicho nigger”. Las imágenes de los guardias estadounidenses persiguiendo a haitianos dan fuerza al argumento de Ali.

Dos preguntas en relación a la OC: ¿Tienen derecho las instituciones de solicitar a los médicos su postura acerca de la OC?; ¿tienen derecho los pacientes de conocer la postura de los médicos en relación a la OC? Preguntas complejas en busca de respuestas complejas. No busco consenso. Mi respuesta es afirmativa.

Los médicos son personas morales; su moralidad no debe ser infringida por los intereses de los pacientes o de la comunidad médica. Los enfermos son seres autónomos. Tienen derecho de conocer las obligaciones éticas de su médico, y, en el caso de ser objetor, si está dispuesto a buscar un colega no OC. A la vez, los hospitales deberían contar con un escrito donde declarasen si su filosofía se inclina por la OC y lo que harían, en caso de ser objetores, con mujeres que se han practicado un aborto y tienen peligro de fallecer si no son atendidas.

Médico y escritor.

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