La pandemia ha desnudado y ha unido a la humanidad. Ambas situaciones, contradictorias en principio, cimientan sus lazos debido al poder avasallador del virus. Al contagiar, enfermar y matar, Covid-19 ha expuesto la fragilidad de los sistemas de salud y la tozudez innata de buena parte de los políticos del mundo. Las mismas tragedias, enfermar y matar primero, y después profundizar y (casi) universalizar la pobreza, han creado una especie de vínculos, inconscientes, entre los seres humanos, vínculos afectivos —solidaridad, compasión— y vínculos cargados de enojo contra el poder político. Nada ha escapado a la violencia viral.

Una víctima fácil, debido al desprecio institucional, quasi mundial, ha sido la cultura. La cultura, en cualquiera de sus formas, literatura, pintura, danza, escultura, no ha sido, y ahora lo es menos, prioridad política. ¿Trump y Bolsonaro habrán cobijado entre sus manos un libro?; ¿qué leerá Putin para hacer lo que hace?; ¿quiénes son los gurús de Netanyahu para seguir pensando como lo ha hecho durante décadas?

Yerma de defensas musculares, la cultura es presa fácil de la glotonería y estupidez política. En Aeropagítica, John Milton escribe: “Quien mata a un hombre mata una criatura de razón, imagen viva de Dios; pero quien destruye un buen libro mata la razón misma, mata la imagen de Dios”. Milton, londinense, vivió en el siglo XVII. Aeropagítica es un denodado discurso filosófico en defensa de la libertad de expresión. El discurso/libro tuvo fuertes repercusiones políticas. La cultura, una de las máximas expresiones de la humanidad, supone libertad y el derecho a ejercerla en cualquiera de sus formas. El coronavirus ha desatado una nueva y más profunda crisis en el ámbito de la creación.

El cierre de librerías, casas editoriales, cines, teatros, salas de ballet y de música clásica y museos ha golpeado al mundo de la cultura y a quienes dependen de ella. Ofrezco un ejemplo mexicano sin demeritar la tragedia —escribí tragedia— de otros constructos humanos imprescindibles.

Tres editoriales mexicanas, Era, Almadía y Sexto Piso, orgullo —escribí orgullo— nacional se han visto obligadas a lanzar una campaña de supervivencia —escribí supervivencia— denominada Dependientes de Lectores, cuya finalidad es invitar a la población a comprar, por cualquier vía, libros publicados por dichos sellos. Editorial Era se fundó en 1960, Sexto Piso en 2002 y Almadía en 2005. Entre las tres casas suman más de ochenta años de trabajo ininterrumpido, cuyas páginas han albergado figuras imprescindibles de la literatura mexicana como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Sergio Pitol, Margo Glantz, Elena Poniatowska, Valeria Luiselli y Guillermo Fadanelli. El ramillete de plumas ofrecidas por las editoriales agrupadas en Dependientes de Lectores representa un espacio señero, el cual, desde siempre, ha mantenido su calidad a pesar de las inmensas dificultades de publicar libros y (per)vivir en México gracias a ellos. En nuestro país, casi por tradición y estupidez política, la cultura no ha figurado en las prioridades nacionales.

Los encargados de esas casas editoriales navegan entre el heroísmo y la convicción del poder transformador de la cultura. El descuido ancestral de nuestros gobiernos, desinteresados por “el humanismo” ha eliminado, desde hace décadas, y, sobre todo a partir de Vicente Fox —el inventor de Borgues—, las materias escolares vinculadas con la cultura y el pensamiento no tecnológico ni mercantil. Vender libros requiere librerías. Mientras que en España hay entre ocho y nueve librerías por cien mil habitantes, en México hay una por cada 250,000 habitantes.

En España, Argentina, Francia y Alemania el Estado intervino con prontitud para proteger uno de sus grandes pilares, la edición de libros, mientras que en México, a pesar de que las editoriales independientes perviven inmersas en una economía de guerrilla, el apoyo gubernamental varía entre nulo y nulo.

Su majestad coronavirus continúa desnudándonos. En México, la política, la economía y la religión han fracasado. Algunos ciudadanos siguen apostando por la cultura. El gobierno no la avivará. Revitalizar la danza, el cine, la pintura y las letras corresponde a la sociedad. Al gobierno poco le importa, como dijo Milton, destruir libros, aunque en dicho proceso, para a quienes les importe, se sacrifique a Dios.



Médico y escritor

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